lunes, febrero 28, 2011

En el ángulo muerto Vol. 92




Partida

Reuní el poco dinero que tenía y compré en la tienda de la mujer que me alquilaba la habitación algo de comida. Le pedí que me diese lo necesario para pasar unos días en la montaña y estalló en una sonora carcajada. Cuando le reclamé una explicación, pues yo estaba totalmente convencido de mis posibilidades, volvió a su estado de ánimo habitual y me escrutó con una mirada huraña y oscura de apariencia estúpida y bovina. Le dije que hiciese lo que le había pedido y contó, en su mano grasienta, los pocos ahorros que me quedaban. Meneó la cabeza y me explicó que por ese capital poco podía darme, reunió unos cuantos objetos sobre el mostrador improvisado que era su mesa y me miró con aire despistado como haciéndome ver que no llegaría demasiado lejos con lo que había apiñado. Puesto que yo no tenía ninguna idea de la vida en la alta montaña, para mi gusto resultaba totalmente apropiado: unas galletas, leche en polvo, un cazo y comida en conserva que se me antojaba suficiente para pasar varios días a la intemperie. Le pregunté si podía prestarme las mantas raídas que tenía en mi jergón y volvió a explotar en una sonora risotada que hizo oscilar toda la mole de su cuerpo. La mujer se alejó mientras continuaba riendo sin parar, parecía dispuesta a hacer temblar las paredes con la tremenda sonoridad de su carcajeo. Yo, mientras, esperaba un tanto desconcertado y comenzando a impacientarme frente a los objetos que había sobre la mesa. La mujer, sin prestarme atención desapareció por una puerta y se alejó por un pasillo desde el que me llegaban los sonidos que todavía emitía al intentar contener el incontrolable caudal de su particular buen humor. Al rato reapareció, traía la cara iluminada por una enorme sonrisa y varios objetos que colocó junto al resto. Comenzó a enseñármelos mientras me explicaba que eran fundamentales si quería sobrevivir la primera noche al raso si no encontraba refugio. Se trataba de una pequeña mochila, una cantimplora, un saco de dormir enrollado con fuerza en forma de cilindro, un anorak y una minúscula linterna. Me quedé perplejo, parecía que en el fondo la arisca y enorme mujer sentía algún tipo empatía por mi seguridad o, quizás, no quería cargar con la muerte de un desconocido sobre sus espaldas. Daba igual, el caso es que ya tenía el equipo necesario para mi partida y, puesto que era todavía pronto y el sol no había comenzado a calentar, decidí salir en busca de una de las pocas personas que todavía podía relacionarme con mi pasado alemán. Recibí un par de indicaciones de cómo llegar hasta la zona en la que mi familiar reunía el ganado, de cómo era el pequeño resguardo que utilizaba para pasar las noches y salí por la vereda que lentamente comenzaba su ascenso.
El camino no resultaba complicado y, nada más salir de la población, se rodeaba de una frondosa arboleda que lo hacía agradable para el paseo. Sin embargo, al rato el sendero se empinaba y comenzaba a culebrear entre peñas que hacían el ascenso algo más complicado. Con todo, y puesto que llevaba varios días sin fumar ni beber absolutamente nada, me sentía con las fuerzas suficientes para alcanzar mi objetivo en el mismo día. Debía subir hasta que el bosque desapareciese, llegaría entonces a una zona de pastos y con la referencia de uno de los picos buscar la caseta donde podría encontrar a la persona que estaba buscando. El día comenzó a resultar mucho más duro de lo que había esperado, cuando salía del amparo de las sombras el calor me hacía sudar y empaparme y me obligaba a deshacerme del abrigo. Mientras que al rato, cuando volvía a una zona en la que los árboles me protegían, el frío penetraba en mí y me hacía volver a protegerme. Todo esto acompañado del incesable zumbido de las moscas que me acompañaban a cada paso y de las tremendas rampas que, cada dos por tres, aparecían tras una curva y que provocaban mi más completo desánimo. Para cuando llegó el mediodía estaba totalmente agotado, decidí buscar un lugar cómodo y abrir alguna de las latas para hacerme un bocadillo con el pan que llevaba encima. Tras la frugalidad del tentempié me quedé al amparo de una sombra y me metí en el saco de dormir pues una tremenda pereza se apoderó de mí, no estaba acostumbrado a los esfuerzos físicos. Pensé en cerrar los ojos unos minutos para recobrar fuerzas pero cuando me quise dar cuenta ya me había quedado completamente dormido.

Nacho Valdés

4 comentarios:

paco albert dijo...

Bien, Nacho, esto promete

raposu dijo...

...se demuestra que el escritor debe de usar el arsenal de sus vivencias personales. Si no fuera porque estamos en Austria, yo diría que estamos subiendo al Pico del Lobo, en un día tardío de verano...

Sergio dijo...

Els arrels de la terra. Tots som d´allá on naix el vent.

Muchacho_Electrico dijo...

Me tienes enganchadisimo a la historia. Espero que este pobre hombre encuentre lo que busca y ,tal vez, muera feliz.