lunes, febrero 21, 2011

En el ángulo muerto Vol. 91



Luna creciente

Pasé una noche difícil. La mente confusa por el cansancio, el cuerpo roto, un frío horrible y muchas cuestiones por resolver. Ni tan siquiera había intentado procurarme alimento, solamente había dado un pequeño paseo por la zona y había vuelto a mi cubículo en busca de algo de tranquilidad para ordenar mis ideas. Pasé la tarde haciendo anotaciones en mi cuaderno, lo que se me pasaba por la cabeza sin reparar en si se trataba de una locura o estaba creando algo genial que algún día podría ver la luz. El teléfono lo mantenía apagado, no quería tener noticias desde mi casa y Roberto me había decepcionado profundamente, había demostrado que no era más que un cobarde sin el más mínimo sentido de la amistad.
Pude comprobar que más que un pueblo me encontraba en un conjunto de granjas y casas diseminadas, el núcleo urbano era donde me hallaba, la casona donde había alquilado mi prisión y las cuatro viviendas adyacentes. El resto de la población, si así podía denominarse, se extendía por las laderas y los valles cercanos y, por lo que pude enterarme, la gente vivía fundamentalmente de la ganadería que pastaba por los prados verdes. Después, en invierno, cuando todo se volvía blanco, guardaban las reses en sus establos y este ciclo se repetía de esta manera infinitamente. Supongo que mi abuelo, antes de ser llamado a filas, se dedicaba a este tipo de tareas y que también estuvo caminando por las veredas que yo estaba recorriendo muchos años después. Por otro lado, también pude constatar que la escasa población era bastante ladina y mohína, como si desconfiasen de forma innata de todo lo que viniese del exterior. Fueron pocos los que me crucé, menos los que me devolvieron el saludo y abundantes los que observaban mis pasos desde la lejanía y sin atreverse a acercarse a hablar conmigo. De todas maneras me daba exactamente igual, tenía un cometido bastante definido y lo más probable es que no lo solucionase hablando con los aldeanos que por ahí pululaban.
Le pregunté a la enorme mujer que me alquilaba la habitación. Se mostró bastante más predispuesta a la conversación que el día anterior pero, aún así, resultaba complicado mantener un hilo argumentativo que no se limitase a lacónicas contestaciones a base de monosílabos. Por fin conseguí los datos que necesitaba, mi familia todavía se mantenía por la zona. Los llamaba mi familia debido a que compartíamos el apellido, pero realmente no tenía idea del grado de parentesco que manteníamos. Probablemente serían algo así como tíos abuelos lejanos y, quizás, con un poco de suerte, quedaría algún primo lejano de más o menos mi edad. La mujer se echó a reír con mis ocurrencias. Me explicó que la gente joven salía huyendo de la mediocridad de esa villa perdida en las montañas, que lo único que encontraría sería algún anciano con su cabaña vacuna. Pensé que igual eso era suficiente y, además, quizás lo que quedase por aquí de mis ancestros serían contemporáneos de mi abuelo. Debo reconocer que la noticia me ilusionó y, ante mi excitación, la enorme mujer me explicó donde solía pastar su ganadería y donde podría encontrar a mi familiar recogiendo a los animales para el invierno. Cuando me hubo explicado todo volvió a sus quehaceres, ignorándome de forma absoluta y dándome a entender que mi presencia sobraba junto a ella. Decidí volver a mi pequeño cuarto y pasar la tarde pensando en qué hacer, la luna iluminaba los picachos.
Tomé la determinación de salir en su busca al día siguiente. Desayunaría, me asearía y saldría camino de las montañas con mi bloc de notas para intentar volver con una historia bajo el brazo. No tenía nada que perder y consideraba que llegado hasta ese punto debía alcanzar el fondo de la situación.

Nacho Valdés

4 comentarios:

raposu dijo...

Ya vienen quedando claro que Los Coronas despiertan muchas más pasiones que las aventuras tirolesas, pero yo sigo disfrutando, que quieres que te diga...

Muchacho_Electrico dijo...

jajajaja¡¡¡¡¡

paco albert dijo...

Buen planteamiento, ¿estás leyendo a Pereda?

Sergio dijo...

Paco se refiere a Parreira que era aquel entrenador de Brasil con cara de ser de Sueca.