lunes, enero 10, 2011

En el ángulo muerto Vol. 85




La pista

No fue fácil conversar con el anciano que tenía frente a mí soportando con sus manos consumidas y llenas de venas azuladas el vaso tintineante. Su mente, ostensiblemente mermada por la edad, iba y venía sin previo aviso del pasado al presente y quién sabe si al futuro. El sillón que me había reservado, en uno de los pocos rincones luminosos del enorme salón, parecía estar devorándome y provocando mi progresivo hundimiento entre los cojines. Había bebido dos whiskies y el alcohol que todavía habitaba en mí estaba provocándome un profundo malestar, aún así, algo en el viejo me llevaba a estar anclado sin poder moverme mientras escuchaba la historia de la mansión en la que habitaba. Su mirada, profundamente severa me escudriñaba y, de alguna forma, me ponía a prueba para comprobar hasta dónde podía llevar su conversación que por momentos dejaba de parecerme tan azarosa como podía esperar de un personaje en apariencia tan deteriorado.
Súbitamente se levantó y me pidió que le siguiera a través de los pasillos oscuros y plagados de cuadros y retratos de otra época. Sin rechistar, aunque cargando mi vaso de nuevo, fui tras sus pasos vacilantes y silenciosos. Iba hablando solo, a veces en su primitivo castellano y, en ocasiones, en un alemán plagado de giros que no me resultaban del todo familiares. Yo me encontraba rematadamente mal, tenía la impresión de que en cualquier momento me vería obligado a vomitar tras alguno de sus aparadores o estanterías repletas de lecturas llenas de olvido y polvo. Supuse que si se presentaba la ocasión no tendría problemas para disimuladamente deslizarme tras alguno de sus trofeos y descargar el oscilante contenido de mi estómago; me cargué de fuerzas y decidí aguantar unos minutos más. Continué tras el rumor de su soliloquio y acabamos en una sala en la que las contraventanas cerradas no dejaban entrar más que unos rayos de sol del todo insuficientes para determinar dónde me encontraba. Prácticamente no pasé del umbral de la puerta, además, la conversación que me arrastraba había cesado de manera que no sabía hacia dónde dirigirme. Algo no me gustaba en la situación que estaba experimentando, me dieron ganas de arrojar la bebida y salir corriendo a toda velocidad pero, sin embargo, estaba clavado ante la incertidumbre que se me presentaba. Escuché un ruido metálico y las luces se encendieron descubriendo al viejo gritando mientras manejaba un sable que pasó a pocos centímetros de mi cara, la copa se cayó de mis manos y se rompió contra el suelo al tiempo que yo reculaba y casi me caía de espaldas. El hombre, visiblemente entusiasmado por mi reacción, rompió a reír a carcajada limpia entretanto me tendía una mano para que me levantase. Me pidió que no me preocupase, que se había tratado de una simple broma para obsequiarme con la contemplación de los recuerdos que tenía de su padre. Todavía receloso me levanté y pude comprobar que nos encontrábamos en una estancia consagrada a la parafernalia militar de la Alemania nacionalsocialista. Todo estaba perfectamente ordenado y brillante; las insignias, armas, municiones, uniformes y demás elementos yacían en vitrinas iluminadas por focos que pretendían magnificar su contenido. Me llevó frente a un uniforme, que pude comprobar que era de alta graduación, y me explicó que había pertenecido a su padre. El sable, según me dijo, era parte del atuendo de gala y lo solía sacar cuando tenía alguna visita para provocar el tipo de reacciones asustadizas que tanta gracia parecían hacerle.
A pesar de la evidente locura que parecía dominar al peligroso sujeto que tenía frente a mí, consideré que se trataba del momento adecuado para tratar el vago asunto que me había llevado hasta su compañía. Entre sus palabras pude escurrir la afirmación de que mi abuelo también había participado en la segunda Guerra Mundial. Con una mirada inquisitiva me interrogó sobre el bando en el que había combatido, apretaba la empuñadura de su espada mientras esperaba contestación. Dubitativo le dije que había muerto en el frente luchando contra los comunistas, esto pareció calmarle pues sus ojos volvieron a perderse entre las tinieblas de sus recuerdos. Un héroe, decía, mientras me dedicaba unas palmadas en el hombro.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Pues ya ves: las Navidades han terminado, la cuesta de enero ha comenzado (y quizás la de febrero, marzo...), hace frío y viento y la bolsa vuelve a pegarse un hostión.

Sin embargo, a mí me reconforta encontrar una vez más la edición de "En el ángulo muerto" fiel y puntual a su cita, que durante unos minutos me traslada a otro mundo, donde puede ocurrir cualquier cosa.

...hasta podría ocurrir que Muchacho_Eléctrico estuviera escondido detrás de una vitrina, camuflado de Oficial de las SS...

Cosas más raras se vieron.

Muchacho_Electrico dijo...

Efectivamente Muchacho Eléctico se suele esconder o camuflar tras los elementos mas insospechados, solo hace falta algún estimulo para que aparezca y se abalance sobre alguno de los personajes que nos muestra el joven Ignacio. No hablas en tu historia de un elemento común en este tipo de casas y es la vieja armadura que suele presidir la entrada a la mansión.Tal vez, si la incorporas en tu próximo relato, podamos encontrar en su interior al muchacho_electrico.

Sergio dijo...

Bueno,bueno, bueno...esto se pone interesante(puto viejuno loco). Me llama la atención la presencia casi habitual del alcohol en tus relatos. ¿Quiere esto decir algo sobre tus inquietudes personales? Si la respuesta es sí, estás en el buen camino. ¿O acaso conoces algún premio Nóbel que no haya tenido sus asuntillos con la bebida?
En cuanto a Muchacho Eléctrico veo que se ha convertido ya en una auténtica diva virtual...¡Habla de el mismo en tercera persona! Eso es el primer paso hacia mainstream....ouuhh yyyyeahhh.
Saludos a todos.

Por cierto, espero con ansia el material grabado por el Comandante en Nochebuena....