lunes, enero 24, 2011

En el ángulo muerto Vol. 87




Huída

Parecía mentira pero el anciano, con sus manos consumidas, comenzó a ejercer una terrible presión sobre el brazo que me había agarrado. Sus dedos se asemejaban a garras que casi se clavaban en mi piel, de un tirón me desasí y me alejé unos pasos. El hombre me miró con ojos libidinosos y comenzó a desenvainar el sable mientras caminaba con pasos oscilantes en mi dirección, yo reculaba sin saber qué hacer hasta que me golpeé con una de las vitrinas repletas de recuerdos nazis. El golpe que di con mi hombro provocó que uno de los cristales se resquebrajase y, sin duda, fue eso lo que sacó de sus casillas al viejo antisemita que con un grito se lanzó contra mí. Conseguí esquivar el filo que casi me parte por la mitad, lanzó un segundo golpe que se clavó en uno de los muebles repletos de medallas y recuerdos atroces. De alguna forma mi mente se despejó en un instante, parecía que todo el licor que había ingerido las horas previas había huido de mi organismo y, por extraño que parezca, no sentía ningún tipo de temor ante el torpe individuo que quería asesinarme. Tampoco es que me sintiese pleno de valentía, simplemente era como si tuviese la certeza de que ese hombre no podría hacerme ningún daño con su ridículo recuerdo militar. Aún así, me mantenía a una distancia prudencial mientras intentaba disuadirle de que no volviese a atacarme y, aunque nunca me había considerado a mí mismo como una persona de acción, tuve el suficiente temple para advertirle de que me dejase salir o que se atuviese a las consecuencias. Eso sí que me sorprendió, yo, un escritor fracasado o en ciernes, según se mire, amenazando a un viejo facha armado con un sable de gala. Me llamó la atención en sobremanera mi heroica reacción. Aún así el tío no se arrugaba y seguía maldiciéndome en alemán, además estaba frente a la puerta y mi única oportunidad de escape pasaba por ese tipo evidentemente trastornado y alcoholizado que deseaba atravesarme de lado a lado. Hizo varias fintas, por la derecha, por la izquierda, en una tentativa de que bajase la guardia y tuviese la oportunidad ensartarme. Yo hice amago de salir corriendo, albergaba la esperanza de que se desplomase por la borrachera o que simplemente, debido a la edad y su aparente torpeza, se tropezase consigo mismo y pudiese evadirme de la locura a la que me había arrastrado ese puto nazi. Sin embargo no tuve esa suerte, en lugar de la situación que hubiese deseado, fui rozado por el metal que me dejó una profunda herida en el antebrazo. Pegué un grito de dolor y me aparté de un salto al tiempo que me tapaba la herida que comenzó a sangrar inmediatamente, el anciano comenzó a carcajear y ese fue el momento que aproveché para lanzarme contra él. Los dos nos fuimos al suelo, él gritando en su idioma y yo con los dientes apretados lanzando puñetazos que, por la falta de práctica no tenía ni idea de si acertaban en su objetivo o no. Alguno que otro tuvo que darle pues escuché algún quejido y empezó a sangrar por la nariz, nos revolcábamos y dábamos vueltas en un forcejeo que tenía la seguridad que se decantaría a mi favor. El hombre, tras soltar su arma, me agarró por el cuello y comenzó a apretar con determinación. Yo, sin pensármelo dos veces, decidí hacer lo mismo y los dos nos mantuvimos un tiempo indeterminado arrastrándonos sobre el parqué mientras nos estrangulábamos. En un momento dado, la presión de sus manos desapareció.
Me alejé jadeante y comprendí de golpe que quizás había matado a un hombre. Estaba claro que se trataba de un caso de legítima defensa pero, ¿cómo explicar a la policía que un tipo como yo sin trabajo reconocido había sido atacado por un anciano armado con recuerdos de la Alemania nazi? La situación, desde luego, no resultaba sencilla de explicar. De hecho, sólo imaginarme la previsible escena que se daría en la comisaría me levantó un terrible dolor de cabeza que hizo que recordase todo el alcohol que había estado bebiendo esos últimos días. Decidí que lo mejor sería dejar las cosas tal y como estaban, quizás con un poco de suerte nadie pasaría por la mansión en varios días y tuviese la oportunidad de pensar en alguna solución. Eliminé todos los rastros que pude de mi presencia y salí al exterior con intención de ir a hablar con Roberto.

Nacho Valdés

4 comentarios:

raposu dijo...

No, si ya decíamos que el viejo este aún no lo había dado todo. Por un momento el relato me quiso traer un leve aroma a algo vivido...pero supongo que esa será otra historia ¿verdad Nacho?.

Hay una frase que estoy seguro le va a encantar a Muchacho_Eléctrico: "El hombre me miró con ojos libidinosos y comenzó a desenvainar el sable..."

Sergio dijo...

Confieso, Querido Comandante,que he tenido el mismo pensamiento mientras leia la frase en el relato, el cual por cierto crece sin aparente pérdida de interés. Una vez más, Gran Nacho.

Muchacho_Electrico dijo...

Pues si, sobre todo porque después de "desenvainar el sable", el narrador de la historia "reculaba". Esto se pone cada vez mas caliente.

Sergio dijo...

Ja¡