lunes, noviembre 29, 2010

En el ángulo muerto Vol. 81




Atrapado

Ramiro había perdido el resuello, la carrera atravesando el bosque en pos de una sombra había vaciado sus pulmones castigados tras años de fumar el espeso humo del tabaco de picadura. Se apoyó a tientas contra el tronco de un descomunal castaño y, enjuagándose las gotas de sudor que caían por su frente, recapacitó unos segundos sobre lo que había visto. Pensó que quizás se había dejado llevar por la superstición, por el miedo innato que la oscuridad producía en su espíritu y comenzó a dudar sobre lo que en ese instante no tenía tan claro que hubiese ocurrido. Podría suceder que simplemente el cansancio, unido al temor, le hubiese llevado hasta la situación en la que se encontraba. Se apartó de su soporte y miró alrededor, sus ojos rodeados de profundas arrugas oscilaron de un punto a otro en busca de algún indicio que le mostrase lo que le rodeaba. No fue capaz de detectar nada anómalo, nada diferente a lo se podía esperar de un bosque profundo cubierto por la noche. La oscuridad se le antojaba insoldable y llegó a la consideración de que, con toda certeza, su imaginación le había jugado una mala pasada. Todo parecía en paz, estable y únicamente distorsionado por alguna corriente de aire que removía la hojarasca provocando el crujir de las ramas.
Volvió sobre sus pasos, se percató de que había corrido sin reparar en la ruta que había seguido y, sin desesperar, cayó en la cuenta de que se había perdido. Consideró que, dada su experiencia, no tendría mayores complicaciones para volver al improvisado campamento que había preparado. Sin embargo, a los pocos minutos, se dio cuenta de que su regreso resultaría más complicado de lo que en un principio esperaba. Volvió a detenerse un instante, lo justo para ajustarse el grueso abrigo que llevaba y maldecir lo inoportuno que resultaba el haber dejado la manta con la que se había estado protegiendo. Tenía la sensación de que el viento gélido penetraba hasta lo más profundo de su ser, como si sus huesos estuviesen congelándose y el frío se hubiese hecho soberano de su cuerpo. La sudoración de la carrera que había realizado había empapado toda su ropa, se sentía incómodo y tomó la decisión de desistir en la tarea que se había autoimpuesto. Únicamente recordaba el calor de su hogar y lo inapropiado de su entrega a la caza de un animal que ni tan siquiera sabía si existía, en cuanto el sol alumbrase el bosque se iría de vuelta al valle y zanjaría el asunto en el que se había embarcado sin pensar en las consecuencias. Se tranquilizó un minuto y decidió que lo mejor que podía hacer era liarse un cigarro y, con las ideas más claras volver hacía la pequeña hoguera que a buen seguro podría alimentar para entrar en calor. Con las manos temblorosas y las articulaciones rígidas tuvo grandes dificultades para conseguir enrollar el papel, cuando lo hubo conseguido cayó en la cuenta de que no tenía con qué encenderlo. Maldijo su mala memoria y, tras guardar el cigarrillo en uno de los bolsillos de su pantalón, comenzó a caminar lentamente en la dirección que consideraba adecuada.
Cuanto más avanzaba, más penetraba en la espesura, como si el monte se estuviese cerrando a su alrededor. Tenía claro que no estaba siguiendo el camino adecuado y lo espeso del follaje evitaba que la escasa luminosidad de la noche le permitiese encontrar la ruta, volvió sobre sus pasos en un intento de recuperar el camino extraviado. Se encontró con una pequeña sima que hundía la vegetación en un cauce de agua seco, lo atravesó lentamente y cuando estaba atacando la subida su pie pisó una piedra y su tobillo crujió sonoramente. Emitiendo un profundo quejido que compitió en intensidad con el aullido del invierno, cayó rodando hasta el fondo de la depresión. Se mordió los labios para evitar los lamentos y con un acto reflejo se sujetó el maltrecho pie que ardía por el dolor, tras revolcarse entre la hojarasca consiguió calmarse y pálido como la luna se tumbó boca arriba fijando su vista en el final de la subida que había provocado su accidente. Cerró los ojos acongojado por su indefensión y se entregó a la lucha contra el terrible padecimiento que estaba experimentando, una corazonada le dijo que difícilmente escaparía de encerrona en la que había caído. Observó entre las ramas el cielo cerrado por nubes oscuras y, entre los grandes dolores que estaba sufriendo, fue capaz de distinguir una estrella lejana y pálida que inmediatamente se ocultó tras el oscuro firmamento.

Nacho Valdés

5 comentarios:

raposu dijo...

Este Ramiro nos hace pasarlas fatal, pero tengo la impresión de que lo peor está por llegar...

Sergio dijo...

..estoy con The Comandant...algo malo flota en el ambiente... ¿Será Muchacho Eléctrico?

laura dijo...

Madre mía que mal lo está pasando este hombre! La historia estaba cogiendo fuerzo pero me acaba de indicar mi marido que esta es la última parte, vamos que es una trilogía y que nos deja el final abierto. No estoy de acuerdo, cariño, creo que nos dejas abiertos los últimos capítulos. Sé un hombre y continúa....

raposu dijo...

Ves... a eso me refería: nos deja a medias.

Lo peor es para Muchacho Eléctrico, que tendra que darse un baño frío en el arroyo.

Sergio dijo...

creo que la última parte la debería escribir Muchacho eléctrico in person...