lunes, noviembre 15, 2010

En el ángulo muerto Vol. 79




En la oscuridad

Las bota se hundió y la hojarasca acumulada trago la pierna de Ramiro prácticamente hasta la rodilla, pensó que ya estaba viejo para andar persiguiendo animales por el bosque y se sintió, por unos segundos, derrotado. Quizás podría volver a casa, calentarse en la lumbre y llamar al alimañero para que se encargase él mismo de acabar con la bestia que rondaba su ganado. No tenía claro si sería lo mejor pero la idea le tentaba, quizás debía desistir y darse media vuelta. La penumbra natural que provocaba la vegetación se había acentuado sin que se percatase, prácticamente tenía que andar a oscuras y no había reparado en ello, había sido un proceso paulatino y secreto. Se había dejado arrastrar por el ansia de acabar con la tarea que se había encomendado a sí mismo, pero juró que era la última vez que se tiraba al monte para algo parecido. Las articulaciones le crujían y sentía que la naturaleza, a la que no pertenecía por derecho sino por obligación, le reclamaba igual que a su pierna capturada por el cieno del lecho formado por la espesura.
No sabía con seguridad dónde se encontraba y, aunque era conocedor de la zona, el respeto que le infundía la noche entre los árboles cuyas hojas aullaban le dictaba que resultaba más sensato montar un pequeño campamento para que trascurriesen los momentos más angustiosos a los que debía enfrentarse. Comprobó que tenía el arma cargada y cierto orgullo vanidoso recorrió su espíritu asustadizo, eran ese tipo de cosas las que le mantenían con vida y unido al mundo real. Sus artilugios y su conocimiento era lo único con lo que contaba y provocaban que estuviese ligeramente alejado del paraje en el que se encontraba, pero su ánimo seguía oscilando entre la protección de sus recursos y el desamparo que las sombras oscilantes y amenazantes le hacían sentir. Debía buscar alguna zona lo más seca posible, algo elevada y, a poder ser, que fuese de lecho rocoso para evitar las humedades que tanto mal hacían a su castigado físico. Estudió unos instantes el terreno y siguió la pendiente natural que con toda certeza le llevaría a una zona como la que demandaba, con respiración agitada atravesó, ya prácticamente sumido en la oscuridad más profunda, la broza para alcanzar una zona elevada que serviría para su propósito. Encontró un lugar que podía servir. Lo primero que hizo fue rebuscar por los alrededores y acumular algo de leña, no quería pasar la noche a oscuras pues, el simple hecho de imaginarse dicha situación, le ponía el vello de los brazos de punta. Le costó hacer arder la yesca pero en cuanto chisporrotearon las primeras llamas y las ramas que había colocado prendieron se sintió en otra situación, como si el fuego fuese el baluarte que le permitiera sobrevivir en tan apartado lugar.
La cena fue frugal, consistente en algo de pan que ya empezaba a estar duro y embutido que todavía tenían de la matanza. Con la escopeta al hombro intentó recolectar algo de vegetación y ramas para construirse un pequeño refugio, sabía por otras experiencias que el fuego no podía durar y debía protegerse de las inclemencias que la noche siempre enviaba contra los que acababan recalando entre los tremendos árboles retorcidos. Cuando lo hubo conseguido solo le restaba tumbarse a dormir, nada más tenía que hacer y ni tan siquiera contemplar las estrellas podía por lo tupido de la bóveda de espesura. Ese fue el instante en el que un escalofrío recorrió su cuerpo, la variedad de sonidos extraños que llegaban hasta él le hacían sentirse insignificante entre la majestuosidad del tétrico escenario en el que estaba. Sabía de buena tinta, y hasta al párroco se lo había escuchado, que las almas de aquellos que no descansaban en paz se aparecían en las noches oscuras. Por este motivo ninguno de los habitantes del valle solía salir del calor del hogar cuando caía la noche, cuando el sol se ocultaba y se entraba en el reino de lo desconocido. Cada crujido le hacía sobresaltarse, su impresión era que estaba siendo acosado por algo o alguien, no podría decirlo pues se trataba de un leve susurro que el viento llevaba consigo de hoja en hoja, de rama en rama para, por fin, llegar a sus sentidos que estaban tensionados sin posibilidad de relajación. Le pareció ver algo entre los helechos, algo que se deslizaba y arrastraba en pos de su presa. Nervioso se puso de rodillas y apuntó en esa dirección, en cuanto prestó atención a esa zona, conteniendo la respiración para no perder detalle, un ruido parecido sonó a su espalda. Se acordó de su hermano y rezó una oración por su alma.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

¡Jo**r! ¡Aquí pasando frio, lleno de humedad mientras miro como Ramiro se busca la vida y ahora va y se me mosquea!
¡Haz el favor de no apuntarme con la escopeta que el verdaderamente peligroso es Muchacho Eléctrico y lo tienes a tu espalda!