En su espalda podía leerse “Mis palabras poseen el fuego que no encontré en ti”. Sin embargo, hacía tiempo que de su boca no salían más que gruñidos y escupitajos. Cuando la noche caía nos dedicábamos a robar piezas de coche en la Gran Vía, para luego mucho más tarde comprarnos guitarras con ese pequeño sobresueldo. Intentábamos hacer canciones que detuviesen el tiempo por un instante pero lo único que acaba detenido era el cuerpo de alguno de nosotros en comisaría.
Al día siguiente nos poníamos nuestros mejores sombreros para ir a recibir a los carcelarios nocturnos. Dejábamos pasar el lunes de la manera más alejada de la realidad que fuera posible. Alguno se ponía recitar poemas haiku en medio del tráfico más brutal de la capital, otro compraba la mayor cantidad de comida basura imaginable y después la ofrecía a los congresistas a la salida del trabajo. Todos los días teníamos sol y amistad. Fue la mejor época del grupo. Ni siquiera pudo con nosotros aquel descontrolado huracán que arrasó el pueblo.
A pesar del ruido, las prisas, las calles de una sola dirección, los estanques secos, los perros abandonados, las lunas vacías queríamos seguir vivos. Tampoco pedíamos demasiado.
2 comentarios:
Desconozco el motivo, pero esta es la entrega de Retratos con la que más identificado me he sentido.
He disfdrutado profundamente al leerlo y me ha remontado a tiempos lejanos casi olvidados.
Esto cada día crece más, todo un éxito literario.
Mi más sincera enhorabuena. Alta escuela, amigo.
Abrazos.
Mi estado febril me ha ayudado en este viaje al pasado creo yo.
Besos
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