martes, julio 07, 2009

En el ángulo muerto Vol. 22


Desconcierto

Los atacantes fueron reducidos rápidamente, policía y ejército comenzaban a hacerse visibles por todas partes. No tenía ni idea de cómo lo había logrado, pero a pesar de estar cubierto de los restos de la explosión, magullado y dolorido había conseguido llegar a su apartamento utilizando el metro que comenzaba a estar congestionado. La población, en cuanto se levantó el estado de excepción, había abandonado sus trabajos y sus tareas y se había lanzado en estampida a sus hogares, buscando la irreal seguridad de las cuatro paredes que habitaban. Raúl se había abierto paso y nadie parecía haber reparado en él, pese a que a cada instante que pasaba se hacía más patente la presencia de la seguridad estatal. En cada vagón, cada esquina, había militares y guardias ataviados para el combate y con armamentos que no solían verse a menudo. Por sus actitudes estaban nerviosos, miraban en todas direcciones y se acumulaban en grupos que daban la impresión de mayor abrigo. La fuerza se utilizaba de forma discrecional, en el trayecto hasta su casa fue testigo de cacheos, detenciones, golpes y abusos de todo tipo. En cierto modo justificaba esta actitud, cualquiera podía estar armado, un ciudadano anodino podía ser uno de los terroristas que habían provocado el ataque.
La megafonía de la ciudad que se utilizaba en contadas ocasiones difundía el nuevo estado de excepción; se anunciaba que cualquier persona que fuese vista fuera de su hogar durante las horas marcadas sin salvoconducto podría ser detenido o ejecutado sumariamente si se resistía, se permitían los registros domiciliarios, se prohibía el uso de teléfonos o cualquier otro elemento de comunicación, no se permitían las reuniones. Como colofón, se indicaba que esta normativa sería puesta en práctica por los Cuerpos de Seguridad del Estado, que como el mensaje grabado indicaba, eran dirigidos por los líderes sociales para el restablecimiento del orden.
Raúl llegó a su apartamento antes de que anocheciese, la caída del sol era la señal para un toque de queda indeterminado que las autoridades se encargarían de levantar. Intentó cerrar su puerta destrozada por la patada del policía, consiguió encajarla después de grandes esfuerzos. Conectó la televisión y no se veía nada, sólo nieve y el molesto sonido que la acompañaba, bajó el volumen y la dejó conectada a la espera de noticias. Sacó una de las cervezas de baja calidad que repartían con las cartillas y conectó la radio buscando algo de información, únicamente sonaban canciones populares e himnos militares y patrióticos. Aunque odiaba este tipo de emisiones no tuvo más remedio que aguantarla, la confusión era total y no tenía capacidad de discernimiento ante la situación que estaba desencadenándose. Pensó que quizás no fuese para tanto, que quizás fuese un acto de agitación particular y que se había magnificado, no tenía ni idea de a qué era a lo que se enfrentaba el orden social que conocía. Inmerso en sus meditaciones pasó frente a un espejo que tenía en la salita, se dio cuenta de que ni tan siquiera se había limpiado la sangre y el polvo que le cubría, decidió darse una ducha comprobando que no tenía ninguna herida digna de ser atendida.
Cuando salió recién aseado, vestido con ropa limpia, ya había anochecido. Prácticamente sucedió al mismo tiempo, los primeros disparos sonaron en la noche junto con la emisión radiofónica estatal. En la ciudad se reproducían los combates de la mañana, mientras que la locución preparada para la emisión asegurada que los elementos disidentes estaban bajo control y que la situación volvería a la normalidad en pocas horas. Raúl estaba seguro de que el mensaje era falso, sonaban todo tipo de armas, algunas cercanas y otras lejanas. Daba la impresión de que el amparo de la noche o la prohibición propuesta desde los poderes de la patria habían levantado aún más a los disconformes. Repentinamente retumbó una gran explosión, su apartamento se quedó a oscuras. Asustado se acercó a la ventana, una columna de humo inmensa aparecía a lo lejos, en medio de la ciudad. Las bombillas temblaron, la electricidad volvió renqueante, provocando pequeñas subidas y bajadas de tensión. Estaba aterrado, no sabía qué era lo que iba a suceder con la población civil o si de alguna extraña manera le relacionarían con la situación que se estaba desencadenando. No sabía bien que desear, si volver a la situación anterior o si era necesario algún tipo de avance, algo que hiciese cambiar las cosas.
Alguien llamó a su puerta, los golpes sonaron claros por encima de las luchas que se producían en la noche, en la oscuridad de la ciudad que se convulsionaba. Raúl se acercó a la entrada, temblaba sin poder controlar los espasmos de sus músculos, se situó a un lado recordando la patada que le había llevado a él también por delante y preguntó: - ¿Quién es? – Pensó que quizás fuese algún vecino asustado, alguien que necesitaba ayuda. La persona que estaba al otro lado dilató su respuesta unos instantes. –Soy Ana. Ábreme, por favor. – Pálido como un cadáver Raúl abrió la puerta rápidamente para evitar miradas indiscretas.

Nacho Valdés

2 comentarios:

paco albert dijo...

El tema de la realidad engañosa, a la que sacrificamos nuestros afanes como si fuera un Hecho Inmutable. La excitación de la clandestinidad. El aditamento siempre estimulante de una cuita femenil. Todo muy interesante (y muy acabado en "-ante"). Un saludo, estimado beneficiado del ocio estival (estimado veraneante).

raposu dijo...

Se nota la llegada del verano, se afloja un poco la tensión, se relaja un poco la voluntad y....¡Dios mío! ¡No has hecho la entrega el lunes!...

Donde sí sigue la tensión, y aumentando, es en el relato ¿aguantará de verdad el verano?

La respuesta en los proximos capítulos.

Por si no te lo había dicho, a mi me está gustando mucho.