lunes, marzo 16, 2009

En el ángulo muerto Vol. 7


Lo que podía haber sido

Todos los días lo observaba por la mañana. Sentada en el autobús le veía esperar, siempre con su aire indolente, como si el mundo no girase alrededor suyo, como si estuviese por encima del resto de mortales. A mí me daba mucha vergüenza, aunque una mirada fugaz me permitía escrutarle unos instantes antes de que subiese. Siempre solía estar fumando, no es algo que me guste demasiado en un hombre, pero en él quedaba sumamente atractivo. Parecía que consumiendo su cigarro, apoyado en la parada, estuviese realizando un alegato o un manifiesto vital que denotaba rebeldía e inconformismo.

El transporte siempre iba semivacío, eran pocos los trabajadores y estudiantes que salían tan temprano. Realmente yo no sabía a qué colectivo pertenecía, nunca fui capaz de acercarme y hablar con él. Estaba segura de que me rechazaría, de que pertenecíamos a mundos opuestos que nunca podrían llegar a encontrarse. Yo estudiaba psicología, era brillante y salía poco. Él no sé a qué se dedicaba, llevaba siempre una mochila que lo mismo podía ser de estudiante que de un trabajador que lleva todo lo necesario para pasar la jornada. Por edad, aunque no sabría calcularla con exactitud, podía ser cualquier cosa.

Lo que más me gustaba era su actitud, su pose, su manera de conducirse en esos momentos matutinos que secretamente compartía con él. Siempre pagaba en metálico, sin decir una palabra se plantaba delante del conductor y rebuscaba las monedas en su bolsillo. Ese breve instante me permitía observarle sin que se diese cuenta, elevaba mi cabeza un poco sobre los asientos y le espiaba disimuladamente. Cuando se movía en busca de su asiento, tambaleándose por el traqueteo, yo bajaba la vista aparentando normalidad. Su presencia me provocaba desazón, y cuando pasaba a mi lado hacía que aumentase mi ritmo cardiaco.

Solía sentarse cerca de mí, normalmente al otro lado del pasillo. No sé por qué hacía eso, se me escapaba la razón de esa cercanía. A veces fantaseaba con que él también sentía algo por mí, pero después me acobardaba y no era capaz mover un músculo. En apariencia él iba distraído, siempre leyendo alguno de los libros que sacaba de su mochila. Ese detalle me gustaba, a pesar de que nunca había escuchado su voz, ni hablado con él, me lo imaginaba como una persona interesante y con cierto barniz de cultura. Tenía claro que no era un ignorante, pero de lo que también estaba segura es que su formación no era académica. Igual era pintor o algo así, un tipo bohemio al que una niña de papá como yo no interesaría lo más mínimo. Por las noches me sentía más segura, me decía a mí misma que le diría algo, una tontería, algo que hiciese que saltase la chispa y nos conociésemos. Por las mañanas volvía a ser yo, evitaba su mirada y disimulaba mirando por la ventana.

El otro día me masturbé recordándole. No es que sea algo habitual en mí pero no pude evitarlo. Me estaba duchando y no sé por qué vino a mi cabeza el encuentro de la mañana, empecé a tocarme y no pude parar. Después me sentí culpable, no sé el motivo pero me juzgué sucia y estúpida. Me preguntaba por qué no me acercaba a él y le hablaba, por qué me minusvaloraba de manera tan evidente. Me consideraba una mujer válida y, por qué no decirlo, con algún tipo de atractivo. Por lo menos nunca me habían faltado pretendientes, casi ninguno me había interesado, pero los había tenido de todas las raleas. Me acercaría a él y le preguntaría una banalidad, algo que hiciese saltar la chispa de la conversación.

A la mañana siguiente había reunido el valor suficiente como para abordarle, no sé qué pensaría de mí pero me daba igual. Según avanzaba el camino mi cobardía iba en aumento, el estómago comenzó a notar los nervios, tenía esa extraña sensación que se experimenta cuando estás enamorada. Cuando le vi esperando, como todos los días, no era capaz de articular palabra. Al verle avanzar entre los asientos me quedé estúpidamente observando, sin poder apartar la vista. Él me lanzó la sonrisa más dulce que nunca he visto y se sentó en su lugar habitual, después ya no fui capaz de volver a mirarle. Me sentía idiota, como una chiquilla que queda en ridículo frente a sus compañeros de clase. Hice mi viaje sin abrir la boca, mirando a través del vacío que me mostraba la ciudad que tenía frente a mí.

Por la noche me sentía fatal, hundida. Por la mañana seguía inmersa en un pozo, me sentía alejada de la realidad, enajenada y ausente. Decidí no coger el autobús, no tenía fuerzas para emprender mi rutina, no quería encontrarme de cara con mi fracaso.
Me metí en la ducha, me senté y dejé que el agua caliente corriese por mi cuerpo. Me cogí la piel, la estiré, medí mis muslos, agarré mi cintura y llegué a la conclusión de que no me gustaba. Me repudiaba a mi misma, no me aceptaba, me veía horrible tirada en la bañera con el pelo pegado a la frente. Cómo podía aspirar a alguien, cómo iban a aceptarme si ni tan siquiera yo lo hacía.
Observé el desagüe, el agujero negro tragaba el agua. Se formaba un remolino que se llevaba toda la suciedad, todos los desperdicios. El agua comenzó a tomar un tono rojizo, primero tenue y después bermellón. Me quedé embobada viendo como el desagüe tragaba el desperdicio de mi vida, el fracaso absoluto que yo suponía. Me fui quedando dormida, el calor y el vapor me acunaban sumiéndome en la más absoluta de las oscuridades. Eché un último vistazo a la sangre que se iba de mi cuerpo y cerré los ojos. Por fin había acabado todo.

Nacho Valdés

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Menudo final buen hombre, lleno de alegrías y sonrisas. No llego a entender por qué éste final y no otro; demasiado radical creo yo, pero bastante bueno en líneas generales.

raposu dijo...

La historia esta bien desarrollada y elaborada. Nos hemos metido en la cabeza de esa chica, no sin cierta sorpresa y reparo, se siente uno raro en según qué cosas y escenas.

Pero el final... eres un pedazo de cabrón, que quieres que te diga.

¿era eso lo que querías no?

G.D.B dijo...

Me gustan los finales amargos, a veces es necesario ser cruel con tus creaciones.

dime una cosa ¿ sonreiras a esos desconocidos que te cruzas a diario o te harás el rancio por si tus personajes cobran vida?

Que jodido es convertir fantasia en realidad..

Un abrazo,
te veo este finde.

Sergio dijo...

Un tema complejo el de meterse en el cuerpo y la mente de una chica confundida. Sin embargo, creo que has logrado con creces narrar una especie de bajada a los infiernos de una joven actual. En fin, felicidades está jodidamente bien escrito.
Nos vemos pronto.