lunes, noviembre 17, 2008

Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 46)


Cerca, lejos

Una de las cosas que más me fascinan del mundo televisivo es su capacidad de llevarnos a lugares lejanos o incluso a universos fantásticos, y precisamente esta característica es lo que provoca que tomemos distancia con respecto a lo que se nos muestra. Lo que quiero decir es que precisamente esta peculiaridad es la que hace que pongamos espacio de por medio con ciertas imágenes que salen por televisión, mientras que la actitud frente a otras es la de aferrarnos a ellas intentando hacerlas nuestras. Es decir, este mundo tiene la ambivalencia que le ofrece las dos dimensiones que básicamente el ser humano puede asumir frente a algo; o bien hacerlo suyo, asumirlo e intentar personalizarlo o alejarse, intentando evitar la relación con cierto mundo o con alguna realidad con la que no nos sentimos identificados. Lo curioso es que estas dimensiones pueden estar insertas en cualquier contenido televisivo, da igual de lo que se trate, únicamente los mecanismos psicológicos de nuestra mente son responsables de esta situación.

Evidentemente, ante la ficción todo el mundo se aleja, nuestra mente se relaja y es entonces cuando nos divertimos con la televisión. Queda patente que un argumento inventado provoca que la separación con respecto a la imagen se haga más evidente, nos limitamos a tumbarnos en el sofá y a esperar que nos sorprendan con los guiones fantásticos que han salido de la mente de algún escritor. Sólo en casos extremos la gente se identifica con este tipo de productos, siempre existirá el enfermo que sin capacidad para distinguir la verdad de la ilusión se cree que su vida o el ambiente en el que se mueve es similar al que nos muestra la programación. Pero en este caso hablamos de una enfermedad o de algún tipo extremismo que lleva al sujeto a no ser capaz de llevar una vida sana. Ejemplos hay a patadas: puedo citar a los freaks que se disfrazan del Señor de los anillos y se creen elfos, enanos u orcos; o aquellos seguidores de series de dibujos manga que se disfrazan como sus ídolos y se van a convenciones y cosas por el estilo. Mientras no se metan con nadie estupendo, pero hay que reconocer que ver a un tipo de treinta y pico años con capa, armadura, espada de plástico y hablando en un idioma inventado no deja de ser, por lo menos, curioso.

Pero hay otro producto en el que la distancia y la lejanía se toma dependiendo del carácter personal o de la salud mental de cada uno. Según Sigmund Freud, al que todo el mundo reconoce como fundador del psicoanálisis, lo propio de una persona mentalmente sana es olvidar lo desagradable o las malas experiencias. Aquí entra en juego lo que es considerado como desagradable para cada persona, lo que a uno le resulta aborrecible a otro puede resultarle apetecible. Considero que con un ejemplo todo quedará más claro. Si una persona ve como por televisión salen poblados africanos paupérrimos en los que la gente está sufriendo hambrunas o una guerra civil, lo habitual es que esta información se tome como si de ficción se tratase. La persona sana, por mucho que se entristezca por esta realidad, se lo toma como si estuviese viendo la llegada del hombre a la Luna. Es decir, se aleja de esa imagen que choca con su estereotipo de lo que el mundo significa. En el caso contrario, en el del tipo que se acerca a esta realidad, esto puede provocar que se rompa su escala de valores y que tome el primer vuelo como voluntario para intentar aplacar esas realidades con las que se ha identificado. Aunque lo normal es que se tome la primera postura, no son extraños los casos de aquellos que rompen con el primer mundo para intentar arreglar lo que le han mostrado por medio de imágenes.

Pero también resulta curioso cuando sale algo por la tele que identificamos. Por ejemplo, cuando en una serie sale un lugar familiar o una persona que conocemos o que hemos visto por la calle, lo habitual es que demos gritos de alegría diciendo: “Es mi calle” o “A ese lo conozco”. Suele resultar bochornoso como nos sentimos orgullosos de tonterías tan enormes como haber pasado por el lugar por el que se rueda una serie, o por haber visto una noche en un bareto a un actor con el que nos sentimos ligados sólo por haber cruzado unas palabras o por haber compartido un espacio común. En fin, curiosidades de la mente humana.

El ejemplo más patente sobre el alejamiento con respecto a las realidades desagradables lo viví en primera persona y me gustaría narrarlo. Fue el día de los atentados del 11 de marzo en Atocha, aquel día no tenía facultad y me levanté tarde para ir a trabajar a un bar de menús en el que echaba unas horas para pagarme mis cosas. El restaurante estaba en Chamartín, por lo que tenía que coger el tren todos los días desde la universidad para llegar a la hora de la comida. Es decir, con el tema de los trenes tenía relación diaria. A pesar de todo, y de que pasaba muy a menudo por Atocha, cuando me levanté y salieron las tremendas imágenes por televisión, tenía la sensación de que todo era irreal y que más que Madrid estaban sacando imágenes de Irak o de algún lugar remoto en el que se había producido un atentado. Todavía sin creerme lo que había pasado salí a la calle e intenté coger el tren para ir a trabajar, por supuesto no había servicio, por lo que cogí el autobús. Cuando entraba por Madrid, pasando frente al Ramón y Cajal y La paz, la realidad ya me golpeaba y me hacía despertar. Decenas de ambulancias y cientos de personas se agolpaban a las puertas de estas clínicas, unos trabajando y otros buscando a su familia y amigos entre los heridos. Cuando llegué al restaurante toda la gente estaba en la calle, los edificios cercanos a Chamartín, por miedo a otro atentado, habían sido desalojados y todo el mundo, desde ejecutivos hasta personal de limpieza, se agolpaba por las avenidas por las que habitualmente circulaban los coches. Llegué a trabajar y, por supuesto, el bar estaba lleno de gente viendo la televisión y atendiendo a lo que el gran Acebes soltaba. Al final fue un día difícil del que no puede tomar distancia ya que la imagen se volvió realidad para mí.

Nacho Valdés (en busca de vacaciones)

2 comentarios:

raposu dijo...

Sí, es un fenómeno muy común y a la vez misterioso. Seguramente que todos recordamos o conocemos alguna situación similar, pero las razones por las que se produce parecen complejas. Quizás sea algún tipo de autodefensa o quizás simple incapacidad para asumir lo que no nos encaja.

También se da lo contrario: hay quien acepta cualquier cosa, por absurda que sea, por el simple hecho de que salga en la TV.

Es decir "no somos objetivos, porque no somos objetos". Lo que no sé es quien es el autor de la frase ¿Borges?

Anónimo dijo...

Uf, me has dejado un poco impactada!
Yo también recuerdo ese día y la sensación de distancia que dices al verlo por la tele y sin embargo recuerdo que me daba mucho miedo que fueses ese día a trabajar por si había una bomba más y te pillaba en el tren. Al día siguiente yo tuve que bajar a Madrid con mi hermana en tren y recuerd tener la misma sensación que tú porque el miedo se palpaba en el ambiente. Sin embargo cuando veo los bombardeos e imágenes de atentados en el Telediario siento esa distancia y la seguridad de mi casa. Me ha gustado mucho tu reflexión la cual comparto completamente.
Un besazo.
Laura.