Planeta cámara
Sin prácticamente reparar en ello, la sociedad actual camina con paso firme hacia la comunidad distópica descrita en la novela de George Orwell 1984. Evidentemente hago esta afirmación en un sentido limitado y no quiero con ello crear cierta paranoia en relación al futuro que nos aguarda o a posibles degradaciones que puedan suceder en los gobiernos democráticos de occidente. No creo que marchemos hacia el autoritarismo más dogmático, ni siquiera que estemos destruyendo la cultura y la literatura; lo que quiero indicar es la presencia permanente de la imagen en nuestra vida cotidiana. Sí, se puede decir que los viejos modos de expresión siguen vivos, pero para algunos públicos y en algunos contextos languidecen frente a la potencia hipnótica de la imagen en movimiento que el medio televisivo ha popularizado. Fijémonos como de un tiempo a esta parte, el número de grabaciones de tipo mundano se ha multiplicado hasta la infinitud. Antes, era el profesional del medio el que realizaba esta tarea, hoy por hoy, gracias a la indulgencia de Internet y al desarrollo tecnológico, cualquiera con un móvil puede alcanzar los efímeros minutos de fama de los que hablaba Warhol.
Desde mi punto de vista todo comenzó con la popularización de las cámaras de video, aquellas enormes máquinas que grababan directamente en formato VHS y que costaban una pasta. Esto sucedía, por lo menos aquí en España, a finales de los ochenta. Algunos afortunados podían, gracias a la inversión realizada, grabar en video sus mejores momentos para después atormentar a las visitas. ¿Quién no ha tenido que tragarse la boda o la comunión de algún familiar? Grabaciones infumables, mal iluminadas y en las que no había ningún criterio que pudiese acercarnos al arte o, al menos, al entretenimiento. Por supuesto, el tema del montaje era totalmente desconocido y se grababa sin compasión y sin cortes cualquier acontecimiento que se considerase importante. Desde la típica comida familiar, hasta las grabaciones experimentales a las que algunos palizas se lanzaban.
Un poco después la cosa se popularizó de manera definitiva, la bajada de los precios y del tamaño del aparato en cuestión provocó que cualquiera pudiese acceder al mundo de la imagen. Las videocámaras bajaron de precio, se podían conectar al ordenador y los más avispados incluso realizaban sus montajes para que la cosa se pudiese digerir con mayor facilidad. Aquí el tema ya se comenzaba a escapar de las manos, cualquiera de nuestros movimientos podía ser observado y visto por la pequeña pantalla. La mayoría de las veces esto no sucedía, pero ya los productores televisivos se dieron cuenta de cómo esta imagen casera y, en algunos casos bochornosa, podía ser utilizada para rellenar un programa entero. Con este espíritu nacen transmisiones del tipo de Videos de primera, que durante algún tiempo llegaron a multiplicarse hasta el exceso. El tema solía hacer referencia a las tonterías o torpezas que cometía la gente en su vida privada, y esto, parece ser que da mucha risa. Siempre resulta gratificante ver como alguien se parte la cara desde la comodidad de tu sofá.
Otra vuelta de tuerca se dio con la legislación que permitía el uso de videocámaras para la vigilancia urbana, aquí es donde el tema se comenzó a disparar y escaparse de las manos. Con la excusa de la seguridad ciudadana, cosa totalmente respetable, hemos llenado las ciudades, bancos, centros comerciales, carreteras y demás lugares comunes de cámaras que supuestamente velan por nuestra seguridad. El problema es el precio que pagamos por esta supuesta seguridad, ya que está muy bien que se identifique a un malhechor gracias a esta red de imágenes, pero ¿no perdemos gran parte de nuestra intimidad y autonomía? ¿Realmente necesitamos este paternalismo y esta vigilancia absoluta de todo lo que hacemos?
Por último, el trampolín definitivo hasta la fecha para este asunto, es la aparición de los móviles con cámaras y el amparo perfecto que brinda Internet para el uso de la imagen con cualquier fin que se proponga, sea este intencionado o no. Gracias a la Red, y a la televisión que también recibe este tipo de grabaciones, hemos sido testigos de nacimientos, muertes, atentados, ejecuciones, guerras, escenas amables, algunas no tan amables, sexo casero y demás temas cotidianos que parece ser lo que despierta nuestras más bajas pasiones. De hecho, este formato llevado al extremo en los Reality shows es lo que prima en la actualidad. Gente cotidiana haciendo cosas cotidianas.
Parece que el Big Brother del que hablaba Orwell en su novela está con nosotros, alrededor y, lo que es preocupante, sin freno ni control. Todo este conglomerado de imágenes de todo tipo corre con libertad en todos los medios que tiene a su alcance, da la sensación que nos insensibilizamos a medida que este fenómeno crece y que irremisiblemente nuestras vidas orbitan en torno a la imagen barata que nos ofrece un móvil.
Sin prácticamente reparar en ello, la sociedad actual camina con paso firme hacia la comunidad distópica descrita en la novela de George Orwell 1984. Evidentemente hago esta afirmación en un sentido limitado y no quiero con ello crear cierta paranoia en relación al futuro que nos aguarda o a posibles degradaciones que puedan suceder en los gobiernos democráticos de occidente. No creo que marchemos hacia el autoritarismo más dogmático, ni siquiera que estemos destruyendo la cultura y la literatura; lo que quiero indicar es la presencia permanente de la imagen en nuestra vida cotidiana. Sí, se puede decir que los viejos modos de expresión siguen vivos, pero para algunos públicos y en algunos contextos languidecen frente a la potencia hipnótica de la imagen en movimiento que el medio televisivo ha popularizado. Fijémonos como de un tiempo a esta parte, el número de grabaciones de tipo mundano se ha multiplicado hasta la infinitud. Antes, era el profesional del medio el que realizaba esta tarea, hoy por hoy, gracias a la indulgencia de Internet y al desarrollo tecnológico, cualquiera con un móvil puede alcanzar los efímeros minutos de fama de los que hablaba Warhol.
Desde mi punto de vista todo comenzó con la popularización de las cámaras de video, aquellas enormes máquinas que grababan directamente en formato VHS y que costaban una pasta. Esto sucedía, por lo menos aquí en España, a finales de los ochenta. Algunos afortunados podían, gracias a la inversión realizada, grabar en video sus mejores momentos para después atormentar a las visitas. ¿Quién no ha tenido que tragarse la boda o la comunión de algún familiar? Grabaciones infumables, mal iluminadas y en las que no había ningún criterio que pudiese acercarnos al arte o, al menos, al entretenimiento. Por supuesto, el tema del montaje era totalmente desconocido y se grababa sin compasión y sin cortes cualquier acontecimiento que se considerase importante. Desde la típica comida familiar, hasta las grabaciones experimentales a las que algunos palizas se lanzaban.
Un poco después la cosa se popularizó de manera definitiva, la bajada de los precios y del tamaño del aparato en cuestión provocó que cualquiera pudiese acceder al mundo de la imagen. Las videocámaras bajaron de precio, se podían conectar al ordenador y los más avispados incluso realizaban sus montajes para que la cosa se pudiese digerir con mayor facilidad. Aquí el tema ya se comenzaba a escapar de las manos, cualquiera de nuestros movimientos podía ser observado y visto por la pequeña pantalla. La mayoría de las veces esto no sucedía, pero ya los productores televisivos se dieron cuenta de cómo esta imagen casera y, en algunos casos bochornosa, podía ser utilizada para rellenar un programa entero. Con este espíritu nacen transmisiones del tipo de Videos de primera, que durante algún tiempo llegaron a multiplicarse hasta el exceso. El tema solía hacer referencia a las tonterías o torpezas que cometía la gente en su vida privada, y esto, parece ser que da mucha risa. Siempre resulta gratificante ver como alguien se parte la cara desde la comodidad de tu sofá.
Otra vuelta de tuerca se dio con la legislación que permitía el uso de videocámaras para la vigilancia urbana, aquí es donde el tema se comenzó a disparar y escaparse de las manos. Con la excusa de la seguridad ciudadana, cosa totalmente respetable, hemos llenado las ciudades, bancos, centros comerciales, carreteras y demás lugares comunes de cámaras que supuestamente velan por nuestra seguridad. El problema es el precio que pagamos por esta supuesta seguridad, ya que está muy bien que se identifique a un malhechor gracias a esta red de imágenes, pero ¿no perdemos gran parte de nuestra intimidad y autonomía? ¿Realmente necesitamos este paternalismo y esta vigilancia absoluta de todo lo que hacemos?
Por último, el trampolín definitivo hasta la fecha para este asunto, es la aparición de los móviles con cámaras y el amparo perfecto que brinda Internet para el uso de la imagen con cualquier fin que se proponga, sea este intencionado o no. Gracias a la Red, y a la televisión que también recibe este tipo de grabaciones, hemos sido testigos de nacimientos, muertes, atentados, ejecuciones, guerras, escenas amables, algunas no tan amables, sexo casero y demás temas cotidianos que parece ser lo que despierta nuestras más bajas pasiones. De hecho, este formato llevado al extremo en los Reality shows es lo que prima en la actualidad. Gente cotidiana haciendo cosas cotidianas.
Parece que el Big Brother del que hablaba Orwell en su novela está con nosotros, alrededor y, lo que es preocupante, sin freno ni control. Todo este conglomerado de imágenes de todo tipo corre con libertad en todos los medios que tiene a su alcance, da la sensación que nos insensibilizamos a medida que este fenómeno crece y que irremisiblemente nuestras vidas orbitan en torno a la imagen barata que nos ofrece un móvil.
Nacho Valdés (firme y seguro ante la adversidad)
6 comentarios:
Imagino el orgullo que pudo sentir un humilde agricultor cuando vio llegar a su hijo con un título universitario bajo el brazo. Así me he sentido yo al tener que buscar "distópica", palabra que no había oído en mi vida y que la RAE no recoge. Menos mal que existe la Wikipedia.
Dicho lo cual, tanto tú como yo sabemos que la llegada de la edición facil y barata de vídeo nos ha proporcionado enormes satisfacciones y creo que aún nos puede proporcionar más.
Que quieres que te diga, esto al final es como cualquier otra herramienta. Los martillos no son los responsables.
Lo inquietante, somos los que los utilizamos.
Interesante. De hecho esta mañana me estaba haciendo planteando esta cuestión.
Me he dado cuenta que poco a poco nos estamos metiendo involuntariamente en un “Big Brother”, aeropuertos, hoteles, empresas, tiendas, mercados, bancos, parking, colegios, transportes…. Entiendo que haya una sensación de inseguridad y que “El gran ojo” deba estar presente por su obligación de proteger, pero como bien dices choca con nuestro derecho a la intimidad.
Reconozco que aporta muchas más ventajas que inconvenientes, me jode reconocerlo pero no sabemos vivir en sociedad, sólo nos molesta la cámara cuando lo que vamos a hacer es de dudosa interpretación a otras miradas.
En cuanto a los videos amateur solo puedo decir que si, ¡dan risa! Y tanto los programas basura tipo “videos de primera” como “Impacto TV” me han hecho pasar grandes noches de insomnio al calorcito de la pequeña pantalla. De hecho este modelo ha mutado convirtiéndose al formato internauta donde puedes naufragar horas y horas….
Sin duda este es uno de los artículos que más me ha gustado,
GDB
Felicidades por el artículo Nacho ya que comparto la opinión con GDB: Este es uno de los mejores artículos que has hecho. Aun así he de decirte que cada semana me va dando más la impresión de que esta sección se te queda pequeña porque has utilizado la excusa de impacto TV y videos de primero (sin duda unos programas que he visto más de una vez) para hablar del Big brother y de lo vigilados que nos tienen.
Yo opino como tu padre, el peligro está en los usuarios, una persona puede utilizar los recursos que están a su alcance para facilitarle la vida, el problema está en que la mitad de la gente no tiene medida y son capaces de grabar y usar las nuevas tecnologías para todas las sandeces y morbosidades que se le pasan por la cabeza, y lo que más me asombra es que la otra mitad pierde su valioso tiempo en verlo, en lugar de utilizar las cosas para hacernos la vida más útil lo que hacemos es complicarla. En mi opinión todo va a ir a peor porque el ser humano es así, no paramos hasta que destrozamos todo. Para mí era mejor cuando existían las primeras cámaras de vídeo, las fotos se revelaban y la tecnología no controlaba nuestro valioso tiempo.Un beso.
Laura.
Gracias por tus reflexiones Laura, pero también apunto otros peligros y no únicamente el del mal uso de las tecnologías.
Besos.
Ya lo sé, pero considero que hoy por hoy todavía existe el Derecho a la intimidad y a la propia imagen y si éste se vé vulnerado podemos defendernos en los tribunales, y la gente que se graba, va a reality...está haciendo uso de su imagen e intimidad de forma voluntaria a la vez que se lucra con ello, lo cual puede parecerte mejor o peor pero son adultos y es su decisión. Otra cosa es si se trata de menores.
Un beso.
Laura.
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