lunes, noviembre 04, 2013

En el ángulo muerto Vol. 206


Sesión doble

 
Desde que sonó el despertador ya tenía claro que doblaría turno, había inventado la excusa perfecta para conseguir un vehículo camuflado y también sabía lo que diría para poder deshacerse de su compañero y trabajar en solitario en lo que ya se le antojaba como el caso de su vida. Por su parte, Eva seguía malhumorada, aunque la retahíla de disculpas que se había fingido había apaciguado ligeramente su ánimo. A Marcos no había podido verle más que durmiendo, acurrucado en su cuna mientras su mente no era capaz de concentrarse en la belleza que tenía delante. Le dolía enormemente el hecho de perderse esa etapa aunque, cuando lo pensaba fríamente, más le dolía que en el mundo existiese gente como don Manuel que actuaba a su antojo sin detenerse a considerar el efecto de sus acciones. Personas despreciables que no tenía la más remota idea de cómo eran capaces de dormir tranquilos; les repudiaba profundamente.

El día fue duro y, si bien trabajó con la resolución habitual, no paraba de unir cabos en relación a don Manuel. La trama era complicada, de eso no había duda, pero tenía la intuición, que no podía respaldar con evidencias, de que si tiraba del hilo comenzarían a salir peces gordos como si hubiese tirado una línea cargada de cebo. Aún así, debía tener cuidado pues no se le escapaba el hecho de que alguien como ese tipo podía borrarle del mapa de un plumazo. No es que temiese por su vida, más bien se trataba de alguien que podía acabar con su carrera y trayectoria privándole así de la posibilidad de mantener a los suyos. Esa imagen le produjo un escalofrío.

Cuando terminó su turno, se deshizo de su compañero y con la disculpa de una comprobación rutinaria se llevó un vehículo camuflado para apostarse frente al palacete. Apagó las luces del coche y enseguida se le antojó un cigarro, lo encendió en la oscuridad y el habitáculo se iluminó brevemente. Con cada calada surgía un resplandor rojizo, efímero y precario; le recordaba a su situación. Expulsó el humo con fruición, paladeando su intenso sabor y observando distraído como se disipaba en formas extrañas. La lluvia comenzó a caer con fuerza, sin avisar; se desató una tormenta intensa como la de la noche anterior. Recordó a Eva, le había prometido que iría temprano pero tenía que saber si don Manuel seguía en la vivienda pues hasta ese momento era la única información que era capaz de entresacar. Seguro que esa noche volvía a tener problemas, de eso no tenía ninguna duda pero, como siempre, lo que más le dolía era no poder acostar a su hijo. Cerró los ojos con fuerza y se imaginó un futuro mejor, su cuerpo se vació de energía y se le hizo un nudo en la garganta.

El tiempo transcurría con lentitud, no tenía nada que hacer salvo pensar en su situación y lamentarse de la suerte que le había caído en desgracia. Es decir, el detective consideraba que su problema no iba más allá de su forma de ser, si fuese de baja catadura moral como la mayoría de sus compañeros en esos momentos estaría en su casa en lugar de helado en mitad de la noche. Para colmo de males la goma de la puerta dejaba entrar algo de agua, se había formado una pequeña gotera que de manera persistente e irremisible iba empapando su camisa. Justo en ese instante, cuando estaba maldiciendo su fortuna, las cortinas del piso que vigilaba se  descorrieron. Reconoció a uno de los guardaespaldas de don Manuel, buscaban algo en la calle por lo que el detective Vázquez se alarmó ante la posibilidad de que le descubriesen. No era él a quien buscaban, un taxi aparcó en la puerta y se quedó bajo el vendaval con las luces de emergencia conectadas. Eran muchos años de vigilancia y enseguida se dio cuenta de qué era lo que sucedía, una mueca de descreimiento asomó en sus labios. ¿Cómo era posible que él, una persona íntegra, estuviese a la intemperie mientras ese tipo se daba la gran vida? Esa clase de detalles enardecían su ánimo.

Estaba en lo cierto, dos guardaespaldas bajaron al portal con sendos paraguas para escoltar a dos señoritas de compañía hasta la entrada. Ambas partes fueron profesionales, se notaba el caché elevado de las muchachas, no se dirigieron la palabra. A los pocos minutos se encendió la luz del dormitorio, con toda certeza la seguridad se había quedado en el cuarto adyacente esperando a que su protegido terminase con las chicas. El detective cerró el puño con fuerza y salió a la central, quizás llegase a tiempo de no destruir su matrimonio.
Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Un poco de historia negra...¿o gris?... a juego con Noviembre.