lunes, septiembre 16, 2013

En el ángulo muerto Vol. 199

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On the rocks

Llevaba un buen rato tirado en mi sofá, intentaba dejar la mente en blanco pero era incapaz de borrar la imagen de los rostros alarmados por mi intervención televisiva. Tenía claro que no podía exponerme de nuevo, que antes de volver a la palestra debía conseguir los recursos necesarios para desenvolverme en el cruento mundo artístico al que antes estaba habituado. Había quedado despojado de mi fantasía, me resultaba imposible hilvanar de nuevo ideas y argumentos como hacía con anterioridad y el punto de partida del problema se encontraba en la cura de desintoxicación que tan cara me había costado. No es que defendiese el uso de sustancias estimulantes para despertar la creatividad pero había un antes y un después a mi paso por la clínica, algo en mi interior había mutado y no tenía la más remota idea de lo que me había sucedido para quedar reducido a la mínima expresión intelectual.
Me serví un licor de mi mueble bar, puse algo de hielo y me senté en mi butaca preferida donde acostumbraba a recapacitar sobre mis proyectos. El ventanal del salón quedaba frente a mí ofreciéndome la vista de la ciudad con sus luces y sonidos nocturnos. Me dio cierta sensación de calidez el enfrentarme desde la distancia al que había sido mi hábitat, desde mi refugio todo parecía más sencillo de asimilar y los problemas se habían empequeñecido como por arte de magia. Pegué un sorbo, el líquido ardió por mi garganta y se alojó con estrépito en mi estómago; era la primera vez que bebía desde que había dejado los estimulantes. Un chispazo estalló en mi cerebro, fue algo así como una cerilla que se enciende en una habitación a oscuras permitiendo ver el mobiliario fugazmente. Fue increíble, por un instante recuperé cierta seguridad que en seguida se esfumó. Di otro trago y la sensación fue distinta, únicamente recibí el sabor tremendo del alcohol recorriendo mi esófago. Recapacité con calma, volvía a sentirme seguro y la placidez del instante me permitía enfrentarme a mis fantasmas sin prisas.
Estaba claro que algo había fallado y, aunque no tenía claro el qué, el punto de inflexión se encontraba en el tratamiento. El no ser un depravado tampoco me parecía explicación suficiente para mi falta de inspiración, cuando comencé a escribir era un tipo apocado que nunca había roto un plato y mi creatividad era incluso más profusa que cuando caí en mis malos hábitos. Después, al conocer la fama y el éxito, me había desbocado pero mi capacidad artística se mantuvo presente sin mayores problemas que los que me podía ocasionar una mala resaca o una noche complicada que me alejase del cumplimiento de los compromisos adquiridos. Además, esa etapa me había dotado de una aíre canalla que vendía muy bien y me acercaba a un público más amplio. No tenía duda de que la cura anti-drogas era la culpable, de la clínica en la que ingresé prácticamente no recordaba más que los suculentos desayunos que me ofrecían todas las mañanas y una desagradable enfermera que creo que me ayudó a ir al baño cuando toqué fondo. Entre la decisión de ingresar y la salida limpio de drogas se extendía un espacio negro y vacío de recuerdos del que no tenía constancia, era como si se hubiese anulado completamente ese fragmento vital.
Me vestí a toda velocidad y tomé un taxi sin valorar del todo la decisión que había tomado, algo me indicaba que debía volver sobre mis pasos para intentar llenar los vanos que habían quedado. Paré frente a la clínica y fui decidido hasta la recepción, la chica que se encontraba tras el mostrador me interrogó con una sonrisa acerca de mi irrupción a esas horas de la noche. Le indiqué que era un antiguo paciente y que estaba interesado en hablar con algún responsable o con quien me indicase cómo se realizaban los tratamientos. Sin borrar la sonrisa me indicó una butaca en la que podía sentarme y me dejó a la espera durante un tiempo que se me antojó prolongado, solo tenía a mi disposición un folleto que había cogido y el entretenimiento del hilo musical que repetía inexorablemente una melodía presuntamente relajante. Al cabo, cuando ya pensaba que se había olvidado de mí, me explicó que de madrugada no había nadie con quien pudiese resolver mis dudas y me invitó a volver a la mañana siguiente. Le expliqué que no era necesario, que esperaría en esa misma butaca.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

"...oiga doctor, devuélvame mi depresión..."

Sergio dijo...

Pues sí...
La infelicidad se convierte en felicidad cuando es asumida...