On the rocks
Llevaba un buen rato tirado en mi sofá, intentaba dejar la
mente en blanco pero era incapaz de borrar la imagen de los rostros alarmados
por mi intervención televisiva. Tenía claro que no podía exponerme de nuevo,
que antes de volver a la palestra debía conseguir los recursos necesarios para
desenvolverme en el cruento mundo artístico al que antes estaba habituado. Había
quedado despojado de mi fantasía, me resultaba imposible hilvanar de nuevo
ideas y argumentos como hacía con anterioridad y el punto de partida del
problema se encontraba en la cura de desintoxicación que tan cara me había
costado. No es que defendiese el uso de sustancias estimulantes para despertar
la creatividad pero había un antes y un después a mi paso por la clínica, algo
en mi interior había mutado y no tenía la más remota idea de lo que me había
sucedido para quedar reducido a la mínima expresión intelectual.
Me serví un licor de mi mueble bar, puse algo de hielo y me
senté en mi butaca preferida donde acostumbraba a recapacitar sobre mis
proyectos. El ventanal del salón quedaba frente a mí ofreciéndome la vista de
la ciudad con sus luces y sonidos nocturnos. Me dio cierta sensación de calidez
el enfrentarme desde la distancia al que había sido mi hábitat, desde mi
refugio todo parecía más sencillo de asimilar y los problemas se habían
empequeñecido como por arte de magia. Pegué un sorbo, el líquido ardió por mi
garganta y se alojó con estrépito en mi estómago; era la primera vez que bebía
desde que había dejado los estimulantes. Un chispazo estalló en mi cerebro, fue
algo así como una cerilla que se enciende en una habitación a oscuras
permitiendo ver el mobiliario fugazmente. Fue increíble, por un instante
recuperé cierta seguridad que en seguida se esfumó. Di otro trago y la
sensación fue distinta, únicamente recibí el sabor tremendo del alcohol
recorriendo mi esófago. Recapacité con calma, volvía a sentirme seguro y la
placidez del instante me permitía enfrentarme a mis fantasmas sin prisas.
Estaba claro que algo había fallado y, aunque no tenía claro
el qué, el punto de inflexión se encontraba en el tratamiento. El no ser un
depravado tampoco me parecía explicación suficiente para mi falta de inspiración,
cuando comencé a escribir era un tipo apocado que nunca había roto un plato y
mi creatividad era incluso más profusa que cuando caí en mis malos hábitos.
Después, al conocer la fama y el éxito, me había desbocado pero mi capacidad
artística se mantuvo presente sin mayores problemas que los que me podía
ocasionar una mala resaca o una noche complicada que me alejase del
cumplimiento de los compromisos adquiridos. Además, esa etapa me había dotado
de una aíre canalla que vendía muy bien y me acercaba a un público más amplio.
No tenía duda de que la cura anti-drogas era la culpable, de la clínica en la
que ingresé prácticamente no recordaba más que los suculentos desayunos que me
ofrecían todas las mañanas y una desagradable enfermera que creo que me ayudó a
ir al baño cuando toqué fondo. Entre la decisión de ingresar y la salida limpio
de drogas se extendía un espacio negro y vacío de recuerdos del que no tenía
constancia, era como si se hubiese anulado completamente ese fragmento vital.
Me vestí a toda velocidad y tomé un taxi sin valorar del
todo la decisión que había tomado, algo me indicaba que debía volver sobre mis
pasos para intentar llenar los vanos que habían quedado. Paré frente a la
clínica y fui decidido hasta la recepción, la chica que se encontraba tras el
mostrador me interrogó con una sonrisa acerca de mi irrupción a esas horas de
la noche. Le indiqué que era un antiguo paciente y que estaba interesado en
hablar con algún responsable o con quien me indicase cómo se realizaban los
tratamientos. Sin borrar la sonrisa me indicó una butaca en la que podía
sentarme y me dejó a la espera durante un tiempo que se me antojó prolongado,
solo tenía a mi disposición un folleto que había cogido y el entretenimiento
del hilo musical que repetía inexorablemente una melodía presuntamente
relajante. Al cabo, cuando ya pensaba que se había olvidado de mí, me explicó
que de madrugada no había nadie con quien pudiese resolver mis dudas y me
invitó a volver a la mañana siguiente. Le expliqué que no era necesario, que
esperaría en esa misma butaca.
Nacho Valdés
2 comentarios:
"...oiga doctor, devuélvame mi depresión..."
Pues sí...
La infelicidad se convierte en felicidad cuando es asumida...
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