Mediático
Al llegar a los estudios de televisión temblaba como un
flan, me quedé unos instantes esperando en el taxi hasta que el chófer me pidió
por tercera vez el importe de la carrera. Esa reclamación me hizo salir de mi
ensoñación, pagué apresuradamente y me quedé esperando frente a la entrada
mientras el guardia de seguridad miraba intrigado sin saber si dirigirse a mí o
esperar a que yo me acercase. Finalmente, ante lo esperpéntico del momento,
decidí avanzar y presentarme para que me indicase qué camino tomar. El tipo me estudió
de arriba abajo, se veía claramente que estaba sorprendido ante el tertuliano
que tenía enfrente pues estaba bañado en sudor y las manos me temblaban
convulsivamente. Cuando me di cuenta las escondí en los bolsillos y eso provocó
todavía más recelos por parte del vigilante, se ve que esas extrañas reacciones
unidas a mi aspecto turbado y ojeroso no
resultaban halagüeñas. Me encontraba mal y a esas alturas ya sabía que la situación
me había desbordado, camino del edificio tuve que retirarme a uno de los
jardines aledaños para vomitar sobre un arbusto; casi hubiese preferido salir
corriendo de ahí y olvidarme de todo lo que me estaba sucediendo.
Sin embargo me lancé al mostrador de la entrada, pálido y cubierto
de perlas brillantes por la traspiración. La recepcionista me miró alertada, pues
al parecer mi aspecto estaba cayendo en el más absoluto de los descréditos. Me
hizo esperar unos instantes en una butaca de piel a la que me quedé pegado y en
seguida salió una de las regidoras del programa que intentó disimular su cara
de espanto para explicarme en qué iba a consistir mi intervención. Después, sin
darme tiempo a preguntarle dónde estaba el baño pues sentía que mi estómago
estaba a punto de explotar de nuevo, me llevó hasta maquillaje en un intento de
arreglar mi aspecto demacrado. Aguanté estoicamente, blanco como el mármol, la
sesión cosmética a la que me sometieron y sin darme tiempo a ir al aseo me trasladaron
prácticamente en volandas al plató donde se iba a grabar el programa.
Allí me esperaba el presentador, un viejo conocido de los
ambientes literarios con el que nunca me había llevado bien, y el resto de
contertulios de los que había oído hablar por el bajo perfil de sus
intervenciones. En cuanto les vi reunidos esperándome bajo los focos ya
encendidos me asedió una náusea que a duras penas fui capaz de contener. Les
saludé con evidente desgana y me situé en un flanco del grupo intentando pasar
desapercibido sin que la jugada saliese como esperaba pues, de manera
inmediata, el moderador comenzó a calentar el ambiente lanzándome preguntas
insidiosas sobre mi obra y proyectos futuros. En otras circunstancias hubiese
reaccionado airado y hubiese dejado en ridículo a aquel inútil pero me resultó
imposible, estaba atascado en la contención de la arcada que subía por mi
garganta y que amenazaba con dejarme en el más completo de los ridículos. De
esta forma, aguanté el tipo con una sonrisa bobalicona mientras mi exterior
comenzaba a deteriorarse de una forma tan llamativa que la regidora me llevó a
un aparte para volver a repasar el maquillaje. Fue un alivio poder escapar de
esa manera tan humillante pues mis viejos recursos estaban completamente
inutilizados.
Cuando me uní al grupo la grabación estaba a punto de comenzar
y por desgracia me ubicaron en un lugar principal del plató, el público comenzó
a llenar la sala y daba la impresión de que la iluminación y todas las miradas
estaban dirigidas a mi persona. El calor y el sofoco que sentía solo eran
comparables al mareo que sufría, por unos instante temí caer desfallecido sobre
la mesa redonda en la que nos habían situado. Cuando comenzó la tertulia mi
mente no era capaz de procesar nada de lo que escuchaba, únicamente recibía un
rumor sordo parecido al que se escucha cuando se pone la oreja en una caracola
y tuvo que ser la regidora la que con grandes aspavientos me despertase de mi
amodorramiento con evidentes gestos de alarma. Mi intervención no sabría cómo
definirla, recurrí a cuatro tópicos que solté de manera atropellada y después
volví a sumirme en el más absoluto de los silencios para evitar quedar de nuevo
en evidencia. Cuando por fin acabó esa tortura todos me observaron con cierta
tristeza y quedó claro que nada de lo que había hecho esa tarde tenía ningún sentido,
volví consternado a casa y pensando en una posible solución para el problema en
el que me había metido.
Nacho Valdés
2 comentarios:
Da penilla el hombre, pero seguro que nos tiene preparado algo...
Que tristeza...ánimo buen hombre...
SALUDOS
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