lunes, septiembre 09, 2013

En el ángulo muerto Vol. 198



Mediático

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/5/58/Camaras_TV.JPG/300px-Camaras_TV.JPG

Al llegar a los estudios de televisión temblaba como un flan, me quedé unos instantes esperando en el taxi hasta que el chófer me pidió por tercera vez el importe de la carrera. Esa reclamación me hizo salir de mi ensoñación, pagué apresuradamente y me quedé esperando frente a la entrada mientras el guardia de seguridad miraba intrigado sin saber si dirigirse a mí o esperar a que yo me acercase. Finalmente, ante lo esperpéntico del momento, decidí avanzar y presentarme para que me indicase qué camino tomar. El tipo me estudió de arriba abajo, se veía claramente que estaba sorprendido ante el tertuliano que tenía enfrente pues estaba bañado en sudor y las manos me temblaban convulsivamente. Cuando me di cuenta las escondí en los bolsillos y eso provocó todavía más recelos por parte del vigilante, se ve que esas extrañas reacciones unidas a mi aspecto  turbado y ojeroso no resultaban halagüeñas. Me encontraba mal y a esas alturas ya sabía que la situación me había desbordado, camino del edificio tuve que retirarme a uno de los jardines aledaños para vomitar sobre un arbusto; casi hubiese preferido salir corriendo de ahí y olvidarme de todo lo que me estaba sucediendo.
Sin embargo me lancé al mostrador de la entrada, pálido y cubierto de perlas brillantes por la traspiración. La recepcionista me miró alertada, pues al parecer mi aspecto estaba cayendo en el más absoluto de los descréditos. Me hizo esperar unos instantes en una butaca de piel a la que me quedé pegado y en seguida salió una de las regidoras del programa que intentó disimular su cara de espanto para explicarme en qué iba a consistir mi intervención. Después, sin darme tiempo a preguntarle dónde estaba el baño pues sentía que mi estómago estaba a punto de explotar de nuevo, me llevó hasta maquillaje en un intento de arreglar mi aspecto demacrado. Aguanté estoicamente, blanco como el mármol, la sesión cosmética a la que me sometieron y sin darme tiempo a ir al aseo me trasladaron prácticamente en volandas al plató donde se iba a grabar el programa.
Allí me esperaba el presentador, un viejo conocido de los ambientes literarios con el que nunca me había llevado bien, y el resto de contertulios de los que había oído hablar por el bajo perfil de sus intervenciones. En cuanto les vi reunidos esperándome bajo los focos ya encendidos me asedió una náusea que a duras penas fui capaz de contener. Les saludé con evidente desgana y me situé en un flanco del grupo intentando pasar desapercibido sin que la jugada saliese como esperaba pues, de manera inmediata, el moderador comenzó a calentar el ambiente lanzándome preguntas insidiosas sobre mi obra y proyectos futuros. En otras circunstancias hubiese reaccionado airado y hubiese dejado en ridículo a aquel inútil pero me resultó imposible, estaba atascado en la contención de la arcada que subía por mi garganta y que amenazaba con dejarme en el más completo de los ridículos. De esta forma, aguanté el tipo con una sonrisa bobalicona mientras mi exterior comenzaba a deteriorarse de una forma tan llamativa que la regidora me llevó a un aparte para volver a repasar el maquillaje. Fue un alivio poder escapar de esa manera tan humillante pues mis viejos recursos estaban completamente inutilizados.
Cuando me uní al grupo la grabación estaba a punto de comenzar y por desgracia me ubicaron en un lugar principal del plató, el público comenzó a llenar la sala y daba la impresión de que la iluminación y todas las miradas estaban dirigidas a mi persona. El calor y el sofoco que sentía solo eran comparables al mareo que sufría, por unos instante temí caer desfallecido sobre la mesa redonda en la que nos habían situado. Cuando comenzó la tertulia mi mente no era capaz de procesar nada de lo que escuchaba, únicamente recibía un rumor sordo parecido al que se escucha cuando se pone la oreja en una caracola y tuvo que ser la regidora la que con grandes aspavientos me despertase de mi amodorramiento con evidentes gestos de alarma. Mi intervención no sabría cómo definirla, recurrí a cuatro tópicos que solté de manera atropellada y después volví a sumirme en el más absoluto de los silencios para evitar quedar de nuevo en evidencia. Cuando por fin acabó esa tortura todos me observaron con cierta tristeza y quedó claro que nada de lo que había hecho esa tarde tenía ningún sentido, volví consternado a casa y pensando en una posible solución para el problema en el que me había metido.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Da penilla el hombre, pero seguro que nos tiene preparado algo...

Sergio dijo...

Que tristeza...ánimo buen hombre...

SALUDOS