Sin perspectivas
El prestigio llegó temprano, con una de mis primeras obras a
la que no había concedido demasiada importancia. De todas formas, este tipo de
asuntos se producen cuando uno menos se lo espera y, en este caso, la gloria
vino de improviso y sin que me hubiese marcado un plan previo. El caso es que
se trató de algo meteórico, pasé de escribir en publicaciones mínimas a ser
elogiado como uno de los referentes literarios de mi generación. La gente se
peleaba por estar cerca de mí, me llovían las ofertas y con buen criterio me
encomendé a un agente que me consiguió un contrato millonario del que he vivido
estos últimos años.
Por supuesto, nada resulta gratuito y he trabajado duro
multiplicando mis apariciones en todos los medios a los que alcanzaba mi productividad.
Revistas, columnas de prensa, tertulias, conferencias y, por supuesto, una
novela publicada puntualmente cada año y medio. Durante un tiempo que a mí se
me antojó maravilloso mi capacidad de crear historias u opiniones fue
superlativa, las ideas llegaban raudas a mi mente y me mantenía en una especie
de alerta constante a la caza de nuevos argumentos u horizontes para producir
mis textos. La crítica, con las típicas excepciones motivadas por la envidia,
era unánime y contribuyó enormemente a mi posicionamiento entre los grandes de
la literatura del país. En pocas palabras, acabé por codearme con los mejores y
estos, en la mayoría de los casos y cuando no se trataba de algún engreído,
respetaban mis puntos de vista y me tenían en consideración.
De todas formas, este periodo tan fructífero ha resultado
ambivalente y he visto de todo. He asistido a extrañas fiestas en las que abusé
del sexo, del alcohol y de la cocaína. He estado borracho en una recepción
oficial ofrecida por el ministerio de cultura y en la que se encontraban los
príncipes, he follado con modelos y presentadoras y ha sido tal el número de mis
conquistas que prácticamente he perdido la cuenta de las famosas que han pasado
por mi cama; asistí como personaje principal a bodas y eventos de todo tipo y,
en definitiva, puedo garantizar que la última década ha sido tremenda para mi
salud y para mi mente aunque, como buen literato, he conseguido engañar a todos
aquellos que me siguen considerando como una de las cabezas creativas más
importantes del momento.
En realidad todo acabó por convertirse en una farsa y mis
metas y valores han ido disolviéndose a medida que ascendía en la pirámide
social pues, a cada estrato que conseguía escalar, mi moral descendía de manera
recíproca hasta que un día acabé por tocar fondo. Esa mañana me había
despertado en la cama de una admiradora con la que me había acostado o, más
bien, había intentado acostarme pues era tal mi nivel de intoxicación que creo
que no llegó a levantárseme. Para el caso es lo mismo, parece ser que la tía
estaba contenta de tenerme a su lado y si no fui capaz de darle algo de sexo lo
que sí compartí fueron todas las drogas y perversiones que llevaba encima. La
situación se complicó cuando cogí el taxi para volver a mi refugio, me dio una
especie de arritmia que me asustó de verdad y a
duras penas fui capaz de refugiarme en mi apartamento para calmarme. Los
latidos desbocados fueron acompañados por una fuerte punzada en el pecho que
llegué a pensar que me llevaría al otro barrio, la situación se tornó tan
desesperada que tomé la determinación de cambiar de vida de manera radical y
volver a mis orígenes, a cuando disfrutaba escribiendo y la literatura era el
fin y no el medio para alcanzar los placeres en los que me complacía.
Ingresé en una clínica privada para desintoxicarme y, además
de tratarme estupendamente, acabaron con buena parte de mis ingresos. Lo que
resultó más curioso de todo el asunto es que acabaron con mis vicios de manera
sencilla y radical pero, por otro lado, también consiguieron deshacerse de mi
creatividad. Efectivamente, cuando llegué a mi hogar y me propuse cumplir con
las obligaciones que había contraído con distintas publicaciones mi mente
parecía haberse disuelto y mi capacidad artística se había desmoronado de
manera irremediable pues era incapaz de comenzar a escribir nada interesante;
daba la sensación de que habían extirpado, junto a mi tendencia a la desmesura, parte del
intelecto.
Tras recuperarme del impacto inicial consideré la necesidad
de buscar una salida al callejón en el
que me veía encerrado.
Nacho Valdés
1 comentario:
Oiga doctor, devuélvame mi depresión... J.S.
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