lunes, mayo 13, 2013

En el ángulo muerto Vol. 190



Vida desde la muerte


Domenico no descansó, como era habitual, en la basílica; su velatorio se preparó entre la miseria en que se había tornado su hogar. Tuvieron que tapar la caja pues habían tenido la indecencia de rematarle con un disparo en plena cara, la familia no podía aguantar la visión de su rostro desfigurado por la venganza que acabó por alcanzarle. Su viuda no esperaba nada, solo quería quedarse con el que había sido su marido antes de darle sepultura, no creía que nadie pasase a darle el pésame pero, contra su pronóstico, la vivienda comenzó a bullir actividad desde muy temprano. Primero fueron los más cercanos, después se corrió la voz y, por último, todo el pueblo pasó por el velatorio para rendir tributo ante el cuerpo presente del carnicero.
Algo se fraguaba en el ambiente, algo extraño y ajeno a los acontecimientos que venían sucediéndose desde hacía demasiado tiempo. Tommaso, que era perro viejo, se olía el asunto y decidió quedarse en su villa rodeado de los suyos que se sentían intranquilos por los recelos de su amo. Les había pedido que se mantuviesen alerta y esas palabras del viejo resultaron suficientes para que la inquietud anidase en el ambiente. Se movían de atrás para adelante, cada uno en su puesto y sin poder salir de la jaula de oro en la que se encontraban aislados. Tommaso, sitiado por Cesare y Tres Dedos, tomaba café mirando hacia la nada, esperando algo que los demás no eran capaces de ver.
En el pueblo se había levantado cierto ánimo de revancha, la gente se había reunido en cantina en la que solía recalar Domenico y ya no hablaban en susurros, el alcohol les había dado alas y las palabras resonaban sin llegar a concretarse en ninguna acción. Parecía como si su viejo amigo y su orgullo irreductible se encontrase todavía con ellos. Sin embargo, el temor todavía era una pesada losa que mantenía a esos hombres rudos agarrotados y sin saber qué hacer. Solo seguían emborrachándose tratando de esconder la cobardía de la que llevaban haciendo gala desde que el carnicero les había ofrecido la lección de su vida. Fue por la tarde, cuando el velatorio se dio por finalizado, cuando llegó el último impulso que necesitaban, la viuda apareció junto a sus hijos por la puerta de la cantina y se quedó mirando con desprecio a los parroquianos. Nadie fue capaz de aguantar esos ojos encendidos que no veían más allá de su marido muerto y unos hijos que mantener, los hombres estaban avergonzados. Sin embargo, sus palabras resonaron con fuerza. Fue una sola frase cargada de sentimiento, algo que esperaban y que no se atrevían a verbalizar: - ¿Es que nadie va hacer nada? – Dijo.
Pasaron pocos minutos entre que resonó esa proclama en el local y el pueblo se organizó, por algún extraño motivo cargó a la población del pundonor necesario para reunirse en la plaza principal y dirigirse de manera espontánea hasta la villa de Tommaso. Por fin Taormina se había unido y todos los vecinos se acercaron hasta las puertas del cacique, unos llevaban sus aperos de labranza, otros iban con sus escopetas de caza pero todos se habían fusionado en una turba que parecía dispuesta a acabar de una vez por todas con los abusos que venían sufriendo.  No tuvieron que hacer nada, solo plantarse delante de la verja mientras el miedo parecía trasladarse de forma mágica al otro lado. Tommaso sabía que si los suyos atacaban sería su fin, solo podía mantener una actitud altiva a la espera de que pudiesen irse sin que nadie saliese herido. Ordenó a su séquito que tirase las armas y con incredulidad obedecieron, después salió con la cabeza alta a través del pasillo que habían creado los habitantes del pueblo y se acercó a la viuda para ofrecer su pésame, ésta escupió en su cara y le dio la espalda. De alguna manera se habían entendido sin palabras, el anciano continuó su camino seguido por los suyos y desapareció ante la mirada de la multitud. Cuando ya estaba saliendo del pueblo, a la altura de la loma donde se encontraba la basílica, miró hacia atrás y vio el resplandor de las llamas que arrasaban su mansión. Nunca más se le volvió a ver por Taormina.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Bueno, lo que quemarles la casa ha estado bien, pero no sé... tú que eres todopoderos en ese mundo imaginario, ¿por qué no haces que mueran entre terribles sufrimientos?
Es que eso los lunes anima mucho...