Uno de tantos
La villa de Taormina acabó por convertirse en un sitio
excepcional aunque, para servir de referencia, tal y como acabó siendo para
todos aquellos que escuchaban su nombre, se tuvo que pasar por la muerte de
Domenico.
Taormina siempre había sido un lugar tranquilo, un sitio
apacible donde vivir sin demasiadas preocupaciones. Cada cual se dedicaba a lo
suyo y todos los habitantes se conocían, era una especie de comuna que, con el
tiempo, fue creciendo hasta atraer el dinero que se producía gracias a que se
trataba de una zona ganadera. Los negocios familiares se convirtieron en
pequeñas empresas que, haciendo gala de pragmatismo, se unieron en cooperativas
para ofrecer sus servicios a la demanda que se reclamaba desde las ciudades.
Como siempre pasa con la riqueza, ésta atrajo a gente y entre los recién
llegados había de todo, como es normal y puede imaginarse. Incluso, entre las propias
familias de la región asomó una nueva forma de hacer negocios: la protección.
El asunto resultaba sencillo, los comerciantes locales
debían contratar los servicios de protección pues, en caso contrario, el local
o los intereses del susodicho sufrían complicaciones. A uno le quemaron la
furgoneta, otro vio como las lunas de su negocio aparecían rotas todas las
mañanas y así hasta que la violencia se materializó en varias caras destrozadas
y huesos rotos. El resultado de todo este mercadeo fue que Tommaso, uno de los
caciques locales, se hizo con todas las contratas de protección y con un pequeño
ejército de secuaces que, además de rodearle a todas horas, cumplía sus órdenes
a rajatabla. Por supuesto, los damnificados resultaron ser los pobladores de la
villa que pasaron de una apacible y tranquila vida a una vorágine de dinero y
problemas con los que no contaban.
Pasado un tiempo Tommaso acabó por pasearse por la avenida
principal pavoneándose y recibiendo los parabienes de las gentes de la zona que
acabaron por vivir atemorizadas. Aún así, alguien decidió pasar a la acción y
un buen día Tommaso fue el destinatario de cinco disparos que no llegaron ni a
rozarle aunque, los dos sicarios con los que paseaba en ese momento, sí que
recibieron los impactos de las balas que en principio iban destinados para el
otro. Uno, del que no se recuerda ni el nombre, no llegó al hospital; Giordano,
que era el otro, comenzó a fraguar en ese momento su pequeña leyenda que le
llevaría finalmente a recibir el sobrenombre del Tres dedos aunque, hasta ese momento, simplemente
recibió un disparo en el brazo que superó con un breve período de reposo. Para
que se quedase con su apodo del Tres dedos tendrían que suceder unas cuantas
cosas más pero, sobre todo, lo que tendría que acontecer es que se cruzase con
Domenico. Por supuesto el incidente no podía pasar desapercibido para Tommaso
y, a los pocos días, independientemente de que el agresor huyese a la carrera
después de disparar, tres chicos del pueblo aparecieron colgados en el puente
que cruzaba el río.
Como nunca había pasado nada parecido la gente lloró durante
varios días pero, sobre todo, lo que acabó por inundar la región fue el terror
que atenazó a los pacíficos trabajadores que hasta ese momento habían llevado
una existencia más o menos apacible. Tommaso, en un alarde cinismo, acudió al
sepelio y aunque todos sabían que él era el que estaba detrás de esos terribles asesinatos, nadie dijo
nada. Incluso las madres de esos jóvenes tuvieron que aguantar que el ejecutor
de sus vástagos acudiese a darles el pésame con aire compungido.
No obstante alguien no estaba conforme, en la última fila de
los bancos de la iglesia estaba sentado Domenico atravesando con su mirada al
supuesto cerebro de los asesinatos. Su mujer, que le conocía, le dio un codazo
para que dejase lo que ella sabía que le estaba rondando por la cabeza.
Domenico miró para otro lado pero su mente siguió bullendo sin que su esposa
pudiese hacer nada para evitarlo.
Nacho Valdés
2 comentarios:
Violencia, venganza... esto promete.
ehhhh, donde está Maribel????
Violencia, Venganza???? SPARTACUSSS¡¡¡¡
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