lunes, abril 29, 2013

En el ángulo muerto Vol. 188



Muerto en vida


Todo el pueblo hubiese garantizado que al alba la villa amanecería con un vecino menos. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Domenico hizo el recorrido habitual para abrir su tienda sin que nadie le descerrajase un disparo. Su mujer había intentado que se quedase en casa, que huyesen juntos y llegó a arrancarse los cabellos y llorar desconsolada para lograr que su marido no se enfrentase a su destino. El  carnicero no atendió a razones, simplemente salió por la puerta después de besar a su esposa como hacía todas las mañanas. La gente que le vio andando con esa apariencia tranquila y reposada llegó a considerar que había perdido el juicio.
Pasó todo el día solo, nadie se acercó a su negocio, ni sus amigos más íntimos reunieron el valor suficiente para visitarle. Sus familiares cercanos no se dignaron a dirigirle unas palabras de aliento, el miedo sobrevolaba la zona y había provocado la más terrible de las incomunicaciones. Domenico sabía que eso sucedería, no contaba con nadie por lo que tampoco se alteró demasiado con lo que le estaba sucediendo, parecía resignado a su final. Aún así, consideró seguir con su rutina y tras acabar con su interminable jornada en soledad, se acercó a la cantina en la que siempre recalaba a tomar un vino para hablar con sus convecinos. Al atravesar la puerta se hizo el silencio, nadie quiso conversar con él pero se tomó su bebida tranquilamente en una esquina de la barra mientras clavaba su mirada en los presentes. Había despertado la vergüenza entre los suyos, había conseguido provocar que bajasen la vista a su paso pues la superioridad moral de la que hacía gala resultaba intimidante para las personas mediocres paralizadas por el terror. Se fue sin despedirse, simplemente se detuvo bajo el umbral un segundo para volver a recorrer el local con aire melancólico. Cuando desapareció camino de su casa escuchó el chirriar oxidado del cierre metálico de la taberna.
Giordano también había salido esa madrugada armado con una escopeta de caza a la que le había recortado los cañones, el dolor de la mano le impedía apuntar y había decidido acabar con Domenico. No había otra salida que vengar la sangre con más sangre, era algo a lo que le obligaba el primitivo honor que imperaba en la región. Había salido temprano, cuando sabía que el  otro iba a trabajar, le interceptaría en la plaza para que sirviese de escarmiento al resto de vecinos que quizás pensasen que un simple carnicero era capaz de atemorizarle con un cuchillo mohoso. Estaba escondido tras una de las columnas, cuando pasase Domenico descargaría los dos cañones para garantizar el tiro y, si el otro sobrevivía, terminaría con la navaja el trabajo. Llegó a su encuentro Cesare, otro de los trabajadores de Tommaso, a Giordano no le gustó verle tan temprano en el lugar en el que quería acabar con la vida del que le había mutilado. No se anduvo por las ramas y le dijo sin rodeos que Tommaso no autorizaba el asesinato de Domenico y, de hecho, le llamaba  a su presencia para que le explicase los motivos que le habían llevado a tomarse la justicia por su mano sin consultarle. Giordano hubiese deseado descargar su arma contra su compañero en ese mismo instante pero se contuvo, apretó con fuerza la mandíbula y bajó la escopeta.
Giordano sabía dónde dirigirse después de que el otro desapareciese de manera tan sigilosa como había aparecido, Tommaso le esperaba en la terraza de su villa disfrutando de la salida del sol y de un café recién hecho que desprendía su aroma desde la lejanía. El sicario no sabía qué esperar de esa reunión, era conocedor de que su suerte podría cambiar en un instante pero se enfrentó decidido a su destino. Sin embargo, lejos de lo que esperaba, el viejo patriarca fue condescendiente con él e incluso le invitó a tomar café a su lado mientras la explicaba la confianza que tenía en su persona y lo mucho que esperaba para el futuro con su colaboración. Lo único que le pidió fue paciencia, que dejase que la situación arrastrase a Domenico hasta ellos. Por último, tras posar su mano en su hombro con un deje paternalista, le pidió que descansase y que diese espacio para que la venganza se concretase, solo necesitaban esperar.

 Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Sangre, odio, venganza... y un poco de suspense.
No está mal.