lunes, enero 28, 2013

En el ángulo muerto Vol. 177



Persecución



Bajé las escaleras a trompicones y, una vez atravesé el acceso del edificio, fui presa de un ataque de ansiedad. El aire no llegaba a mis pulmones y me sentía a punto de desfallecer, me encontraba cercano a un colapso nervioso que sabía como un golpe seco en el pecho. Me agarré con fuerza la camisa y desabroché violentamente los dos primeros botones, uno salió disparado y rebotó contra la acera para después alejarse como si buscase una nueva prenda en la que instalarse. Me daba igual, estaba intentando asumir lo que había sucedido y cómo era posible que todo el mundo se hubiese unido en esa macabra broma.
A los pocos segundos estaba un poco más tranquilo aunque sin aliento, respiraba con dificultad y emitiendo sonoros pitidos en un intento que aspirar más de lo que mi capacidad pulmonar era capaz de asumir. Miré a mi alrededor y comprobé como el vestíbulo del edificio había comenzado a llenarse de gente, algunos conocidos pero la mayoría individuos que no había visto con anterioridad. Se aproximaban hacia mí lentamente pero con aire decidido y, lo que era más preocupante, sin atisbo de expresión en unos rostros que me seguían con la mirada cada vez que hacía el más mínimo movimiento. Estaba claro que la realidad se había descompuesto, que algo iba mal y que yo era la única persona consciente del peligro que acechaba en esa amenaza silenciosa que suponían los demás. Fui retrocediendo, dando pequeños pasos sin mirar hacia dónde me dirigía mientras la concurrencia que no me quitaba el ojo de encima avanzaba irremisiblemente en mi dirección. No tenía la más remota idea de lo que podía suceder si me alcanzaban pero, si algo tenía claro, es que no me iba a quedar a comprobarlo.
Me di la vuelta con decisión para comenzar a correr y me choqué con una señora de edad avanzada que arrastraba un carro de la compra, caímos al suelo sobre un barullo de consumibles sin que ella emitiese ninguna queja. Azorado, a pesar de lo que estaba experimentando, me levanté para socorrer a la anciana cuando caí en la cuenta de que también ella me observaba con esos ojos carentes de expresividad que me agobiaban. La aparté de un manotazo y salí a toda velocidad, la vieja se levantó sin dificultad y se unió al cada vez más nutrido grupo de perseguidores. Me sentía asustado, carente de recursos ante esa terrible invasión de mi intimidad que resultaba amenazante y peligrosa.
 Aunque hacía años que no hacía deporte, la explosión de adrenalina que me había poseído parecía alimentar mi musculatura y ofrecerme una energía extra que desconocía que albergaba mi interior. Además, cada vez que me fijaba en algún transeúnte, éste dejaba inmediatamente lo que estuviese haciendo para comenzar la lenta aunque inexorable cacería a la que parecía estar sometiéndome toda la ciudad. Bajé al metro y, saltando los escalones como pude y pasando por encima del torniquete, alcancé el andén que conducía hasta mi parada. Por suerte estaba vacío, nadie parecía haber reparado en mi presencia pero el murmullo del gentío que me seguía de cerca comenzaba a hacerse cada vez más notable. Sin embargo, no había noticia de los vagones y no podía esperar demasiado si no quería ser presa de esos lunáticos que habían puesto por encima de todo el darme alcance con algún oscuro fin. Me coloqué al final, lo más alejado posible de la entrada para tener capacidad de reacción. El tiempo parecía haberse detenido, los escasos dos minutos que habían transcurrido desde mi llegada parecían aparentar una eternidad en la que me jugaba mi pellejo. Por fin escuché el estruendo lejano del tren que llegaba aunque confundido con el alboroto de pasos y empujones de la multitud que había asomado por el andén con afán de llegar hasta mí. No había nada que hacer, si no quería ser una presa propicia para esa marabunta tenía que saltar a las vías y alejarme por los oscuros túneles del suburbano. Me lancé sin pensármelo y mis perseguidores hicieron lo propio aunque, tal y como estaban carentes de voluntad, la mayoría fue arrollada por el convoy que acaba de llegar. Yo, por suerte, tuve la habilidad necesaria para esquivarlo y huir alocadamente hacia una oscuridad profunda que pareció engullirme.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Desde que ha empezado este relato, no puedo evitar mirar de reojo a la gente en el tren, a ver qué hacen...

Muchacho_Electrico dijo...

Esto cada vez mas me recuerda a "the walking dead".

Sergio dijo...

A mi me pasa esto contínuamente, no se por qué os sorprendéis tanto...

Pobre tipo