lunes, diciembre 03, 2012

En el ángulo muerto Vol. 171



La Academia



Nunca había tenido demasiada vocación pedagógica y, de hecho, en las ocasiones que estuve obligado a trabajar en equipo había salido siempre malparado; se puede decir que siempre he sido una especie de solitario. La única vez que me pillaron, por la que me pasé más de tres años en la cárcel, fue por culpa de uno de los socios que me había echado. La culpa fue mía pues, lejos de comprobar la profesionalidad de mi par, me dejé llevar por la amistad y la emotividad. Un fallo en este negocio tan complicado y enrevesado que te hace aprender rápido.
En otra ocasión, ya maduro y con menos capacidad de adaptación, decidí tomar bajo mi amparo a una especie de aprendiz que recogiese mi legado y continuase con esta profesión que parece abocada a desaparecer. Por supuesto, la experiencia fue negativa y también salí escaldado junto a ese joven que supongo que, a estas alturas estará muerto o encerrado en una oscura celda; el pobre no daba para más y ya sabe lo que se dice, el que con niños se acuesta... no sé qué le pasa pero algo malo, eso seguro. El caso es que he tenido una trayectoria en la que no han aparecido ni socios, ni aprendices, ni compañeros. No me adapto de ninguna manera a la compañía cuando tengo que ocuparme de mis cosas pues, creo que ahí se encuentra mi desacierto, suelo tender a cargar con todas las responsabilidades y no delego ni un ápice. Este afán perfeccionista me lleva a la desconfianza y ésta me conduce a decisiones equivocadas y esto es sinónimo de una condena, una paliza o algo peor.
Una de las cuestiones que más me preocupan es la de la falta de ética y honorabilidad que afecta a las nuevas generaciones, no siempre el recurso a la violencia es necesario y aunque en muchas ocasiones me vi obligado a utilizarla siempre fue de manera justificada. Hoy por hoy es lo primero que se produce, la intimidación que deja a mi gremio en mala posición cuando lo más importante es que nadie se entere de que has actuado hasta que te encuentras bien lejos de la víctima. Eso los jóvenes parecen no entenderlo y con un arma en el bolsillo se sienten con la potestad de amedrentar y caer en el feo hábito de utilizar la fuerza bruta. Lo bonito de lo que hacemos es la elegancia, la inteligencia y la estrategia. Al menos para mí esto es lo que importa, es lo que me provoca una enorme satisfacción y me hace seguir metido en estos asuntos a una edad en la que la mayoría de los que conozco ya están jubilados. Por lo que a mí concierne, durante la temporada que pasé retirado para quitarme a la pasma de encima  no fui capaz de adaptarme a la “vida civil” debido a que no sabía qué hacer. Me di cuenta de que mi existencia incluye el crimen que, por calificarlo de alguna manera, me gusta decir que es elegante. Exactamente, soy una persona elegante que desarrolla su cometido con clase y con un código de conducta que  me permite mirarme al espejo cada mañana y eso es mucho más de lo que puede decir mucha gente supuestamente respetable.
El caso es que, puesto que ya no tengo edad para andar por ahí escapando o escondiéndome, he encontrado la solución a la apatía que me invade cada vez que estoy parado y sin un trabajito por realizar. He decidido, a pesar del rechazo inicial y mi poca capacidad educativa, crear una academia criminal para formar a las futuras generaciones de delincuentes. Creo, por añadidura, que estoy haciendo un enorme servicio a la comunidad y, si consigo establecer un código de conducta adecuado y que sirva de modelo, evitaré posibles crímenes con sangre y, en su lugar, se producirán las encantadoras trasgresiones sin víctimas. Bueno, siempre hay algún afectado pero, como todo el mundo comprende, no es lo mismo perder el dinero que perder la vida, la propiedad, la salud o cualquier otra cosa valiosa que se encuentre por encima de lo material. Yo lo único que quiero es  el dinero que le sobra a algunos y, por supuesto, mi anhelo es que ni tan siquiera se enteren de lo torpes que han sido al entregárselo sin darse cuenta a la persona inadecuada.
En definitiva, en cuanto encuentre al profesorado adecuado pondré en marcha mi escuela delictiva con un interesante currículo que permitirá al más majadero hacerse con los rudimentos básicos de esta inmortal profesión. Por el momento, y aunque parezca increíble, ya tengo lista de espera y el local preparado. En breve seguro que nos ponemos a funcionar.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Sergio dijo...

...pensé que continuarías la historia de la exposición del lunes pasado...

Esta pinta muy bien también. Yio quiero formar parte de esa nueva sociedad...

¿Dónde hay que inscribirse?

cristina dijo...

Escuela delictiva para formar a futuros delincuentes? que buena historia

Ahora que tengo tiempo me inscribo seguro, los crímenes sin sangre son mis preferidos...

Saludos

raposu dijo...

Muy atractivo... yo también probablemente me apuntaría. Uno de los últimos libros que compré se titula "Aprenda de la mafia".

Crei que me iba a ser útil, pero resultó ser una mierda encuadernada... o sea que el autor aplicó alguno de sus propios principios.