jueves, junio 14, 2012

Vida de Suso (Vol. 7) La calle grita y las paredes escuchan

Me he quedado en casa viendo la televisión hasta altas horas.  He dejado todas las luces apagadas y el destello parpadeante de la pantalla plana último modelo es lo único que me permite distinguir las formas de mi habitación. Llega un punto, en noches como esta,  en que el cerebro ya no puede abarcar más información y todo lo que a partir de ese momento entra en la cabeza queda archivado, no se sabe muy bien dónde, para manifestarse más adelante de manera inconsciente. Esas imágenes que aparecen como rayos de tormentas pasajeras sobre tu casa pueden llegar a ser más reales que la propia vida. A veces me cuesta distinguirlas.
La casa está patas arriba. Me da la sensación de que han pasado meses desde que me senté aquí y apreté el botón de encendido del mando a distancia. Las ventanas están cerradas y el aire pesa una tonelada pero yo sigo despierto y vivo. No consigo dormir aunque si me pongo a pensar no recuerdo haber dormido nunca de forma natural. Con mis párpados casi en la lona muestran en la tele la franja de Gaza mientras caen bombas por todas partes; los reporteros corren entre las familias y los militares desplazados a la zona. En los demás canales la cosa no mejora. El mundo está próximo al fin.
Esas crueles instantáneas en cierta me reconfortan y me hacen recordar a mi abuela diciéndome que siempre hay alguien que está peor que uno mismo y que no podemos juzgar sin conocer la travesía de cada uno. Cierro los ojos y me quedo durante un tiempo intentando hallar un sentido matemático a las luces blancas y amarillas que aparecen en el dorso de los párpados al presionarlos y que me recuerdan a  los botes de sal de colores que hacía en el colegio.  Al volver a abrirlos, el sol, ya ha conquistado toda mi casa y no hay manera de sacar el calor de aquí. Me levanto del sillón que parece querer atraparme para siempre entre sus garras y al intentar abrir la ventana uno de los cristales se rompe y va a caer justo en mi muñeca. El corte es limpio aunque profundo y escandalosamente doloroso. Busco unas vendas por la casa pero resulta imposible guiar mi cuerpo con precisión. Me tambaleo hacia la cocina y de ahí al baño. La hemorragia parece frenar y, poco a poco, voy notando que mis constantes vitales se estabilizan; así que dejo de prestar atención a la herida y vuelvo a sentarme en el sillón como una partícula atraída por un agujero negro en mitad del espacio. Hace días que no sé nada del mundo aunque lo cierto es que él tampoco parece estar muy interesado en mí. Me pregunto hasta que punto uno puede desprenderse de su condición social y rechazar cualquier contacto humano viviendo en el centro de la ciudad. Me imagino a  mi mismo como una isla dentro de un continente por descubrir; una raza nueva ajena a las demás; un nuevo punto de partida hacia la nada.  Mañana quizá pueda volver a pensar en los demás pero hoy no puedo dejar de hablar de mí con mis plantas y paredes. Creo que nunca tuve un público mejor.
De repente un gran estruendo suena en la calle. Se escuchan muchos gritos. Me asomo a la ventana y la plaza está tomada por miles de personas que piden justicia. Me quedo asombrado. Jamás había visto a tanta gente unida. Es entonces cuando una pequeña chispa se enciende en mi mente y por primera vez en toda mi vida empiezo a pensar que tal vez me equivoqué de bando y lugar.

2 comentarios:

Nacho dijo...

Pobre Suso, está hecho una maldita mierda. Esperemos que la congregación que descubre despierte un poco su ánimo.

Me está molando mucho, enhorabuena.

Abrazos.

laura dijo...

Sergio, me ha gustado mogollón!