lunes, abril 23, 2012

En el ángulo muerto Vol. 143

Conexión lapona Así que al tipo le gustaba hacer regalos, qué cosa más curiosa. Después de destrozar el recto de esas putillas, como para compensar, les regalaría una pequeña fruslería que probablemente sería insuficiente para resarcir su honor y, muchísimo menos, su físico. La verdad es que debía reconocer que nunca había sido testigo de algo tan monstruoso, más que una polla parecía una anaconda y supongo que las pobres muchachas no esperaban nada por el estilo cuando quedaron con el puto viejo verde que derribó sus puertas traseras. De todas formas, lo que me había llamado más la atención fue el hecho de que este tío casposo guardase un gorro navideño para follar y después se tomase la molestia de buscar un presente para las becarias. No tenía ni idea de que podía significar todo ese asunto pero, sin lugar a dudas, resultaba realmente llamativo. Además, se me había quedado clavada la imagen de ese gordo arremetiendo desde atrás y, con el gorrito puesto y la barba blanca, había que reconocer que tenía un parecido innegable con una típica imagen navideña. Por otro lado, a qué venían esos regalos entregados en público. Me parecía una desfachatez, una locura todo lo que estaba desencadenándose a mi alrededor. Yo, que hasta su llegada, era un trabajador respetable y considerado por mis superiores, estaba cayendo en el descrédito más absoluto y comenzando un proceso amargo que no sabía hasta dónde podía llevarme. Además, en los últimos tiempos se me encomendaban las tareas más injustas y desagradecidas que provocaban que el día a día se convirtiese en una eterna batalla por alcanzar la hora de salida y largarme de la oficina. Menuda mierda. Como no podía ser de otra manera el obeso borracho de mi jefe pasó por mi escritorio y me dejó sobre la mesa una cantidad ingente de informes atrasados, me encargó un trabajo de catalogación y resumen para el día siguiente. Lo hacía a propósito, no cabía otra explicación pues a quién se le podía ocurrir que a lo largo de la jornada podría dar abasto con tan ingente tarea. Me dejó el legajo de papeles sobre la mesa y se fue a la zona de las becarias, seguro que estaba a la búsqueda de alguna víctima propicia para esa semana. Maldito hijo de puta, pavoneándose por ahí mientras bebía sin parar y se paseaba por la oficina con su pestilencia alcohólica. Me puse a la tarea, no quería quedarme demasiado tiempo esa tarde pues ya tenía que recuperar el retraso de la borrachera que me había pillado la noche anterior. Leí, resumí y cotejé datos sin descanso para después elaborar un informe que me ocupó varios folios. Cuando mis compañeros salían por la puerta despidiéndose de mí con una sonrisa socarrona yo había terminado el encargo, únicamente me quedaba por rematar mis tareas habituales para las que solía emplear toda la jornada laboral. Como siempre, se fueron apagando las luces y me quedé solo en mi puesto. Hice las cosas chapuceramente pero, más o menos dos horas después del momento de la salida, había conseguido apañar la situación para irme a mi casa. Estaba agotado, derrotado y mi cabeza estaba inundada por el sonido de electricidad estática que llegaba incesante de los fluorescentes. Tenía ganas de vomitar, de echarle la papa al tío sobre su despacho pero en lugar de eso, me acerqué hasta su puerta que estaba entreabierta y pasé después de llamar. Quería entregarle su puto informe a ver si así dejaba de agobiarme. No estaba el cabrón, seguro que andaba haciéndose una paja en el cuarto de baño o, quién sabe, algo peor. La cuestión es que entré en el despacho, con intención de dejar el informe sobre su mesa cuando uno de los objetos decorativos que tenía en un estante llamó poderosamente mi atención. Se trataba de una pequeña esfera de cristal rellena de un líquido en el que flotaban unas motas blancas que simulaban ser nieve, en el centro de la escena había una cabaña hecha de madera con un cartel en la puerta en el que se podía leer Papá Noel. La casita estaba realizada de forma primorosa y prácticamente parecía real, era increíble y me tuvo obnubilado durante un buen rato. Cuando fui a dejarla en su sitio comprobé que estaba situada sobre una carpeta de cartón, no pude resistirme y la abrí para comprobar su contenido. En el interior había unos billetes de avión de una compañía desconocida y que tenían por destino el norte de Finlandia, me quedé desconcertado. También encontré una foto en la que mi jefe, totalmente vestido de Papá Noel estaba en un trineo sobre la nieve rodeado de unos extraños hombrecillos de pequeño tamaño. No sabía qué pensar pero decidí dejarlo todo como lo había encontrado y salir de la habitación, podría volver en cualquier momento. Nacho Valdés

4 comentarios:

raposu dijo...

Este relato está a punto de arruinar mi más inocentes ilusiones...

Muchacho_Electrico dijo...

Desconcierto total

Sergio dijo...

Gran giro en la historia...
muy divertido...

¿Qué nos deparará Laponia? ¿Más terapia anal entre elfos y trajes rojos?

Saludos de alguien que todavía tiene la mente sana...

Ral dijo...

Muy bueno :)