lunes, abril 16, 2012
En el ángulo muerto Vol. 142
Resaca
Abandoné la oficina sin hacer ruido aunque, de todas maneras, podría haber reventado los cristales y mi jefe y las chicas no se hubiesen enterado de nada pues el sonido salvaje que salía del despacho era ensordecedor. Por un lado estaba mi superior riéndose como el maldito Papá Noel y, por el otro, los gritos de la muchacha se habían convertido en una verdadera explosión de dolor que superaba en volumen a cualquier persona que hubiese escuchado antes quejarse. Que hijo de puta estaba hecho el tipo, cómo era posible que se estuviese beneficiando a ambas pibas a la vez. No me cabía en la cabeza. Súbitamente, cesaron los berridos para volver a reanudarse inmediatamente aunque, en esa ocasión, debía tratarse de la morena pues era otra voz la que emitió un grito terrible.
Yo, por mi parte, me encontraba depresivo y sentía que mi ánimo bajaba más bajo de lo que lo hacía el ascensor que me llevaba desde la vigésimo tercera planta hasta la calle. La noche había caído hacía horas y el frío cortaba la respiración, me abrigué con el cuello de mi chaquetón y comencé a andar entre el viento que soplaba. No quería irme a casa, no me esperaba nadie y estaba tan hundido que no me apetecía hacerme la cena ni nada por el estilo. No entendía como alguien tan despreciable como mi superior podía disfrutar de bellas mujeres, una posición privilegiada y el estatus que había alcanzado. Estaba claro que el mundo era injusto, yo tirado por las calles y esforzándome sin recibir recompensa y esa especie de animal en la cresta de la ola. Me lo imaginé estallando en su interior, poniéndose morado y asfixiándose sobre alguna de las zorras que se estaba trajinado. Cómo disfrutaría, me hubiese encantado llegar al trabajo al día siguiente y encontrarme con la policía acordonando la entrada y con las putas becarias llorando sin consuelo por el descrédito alcanzado. En fin, dejé de lado mis ensoñaciones y continué vagando sin rumbo determinado.
Al rato estaba harto del frío y mis pensamientos así que recordé una cervecería alemana donde ir a cenar y tomarme algo de beber, no estaba demasiado lejos así que me desvié hacia el nuevo destino. Me acomodé en la barra, el bareto estaba abarrotado de parejas felices y tipos viendo el fútbol. Como disfrutaban los cabrones, unos compartiendo confidencias y los otros de la amistad sincera fundamentada en el alcohol mientras yo estaba amargado pensando en qué hacer con mi puesto en la empresa. Pedí una hamburguesa, quería algo grasiento que me hiciese olvidar lo que había visto esa tarde. El entorno era bullicioso y prácticamente no me dejaba disfrutar de mi amargura así que comencé a beber cervezas alemanas para intentar evadirme de toda la felicidad que me rodeaba. A la tercera ya estaba lleno, decidí pasar a los whiskies solos pues la enorme cantidad de líquido que tenía en mi interior no auguraba nada bueno. Poco a poco la actividad decreció y salí a la calle, hacía tiempo que no fumaba pero me compré una cajetilla y di unas caladas entre toses.
Comencé a caminar hacia mi casa pero de camino me encontré entrando en un bar de copas cercano. Lo conocía de hacía tiempo, recuerdo que había entrado una vez y que había salido espantado ante el ambiente de desguace que se respiraba. Tías maduras intentando llevarse un bocado sexual a sus fauces malolientes, era justo lo que necesitaba en ese momento; un poco de decadencia. Me pedí otra copa más y me acodé en la barra, todo comenzó a dar vueltas pero no me dejé vencer por el mareo y me mantuve firme en mi posición. Después, no sé si me dieron garrafón o qué, todo se desencadenó de forma confusa y rápida. Recuerdo que se me acercó una tía que, al menos en la oscuridad del garito, me pareció joven y follable. El caso es que hice unos cuantos alardes de galán alcohólico y pareció caer en mis garras, me ayudó a llegar a casa y nos acostamos juntos. No recuerdo si hice algo o no, pero cuando me desperté al día siguiente la muy puta me había desvalijado y se había llevado todos los objetos de valor que había a la vista. Puesto que estaba herido en mi orgullo y no podría reconocerla aunque pasase a mi lado por la calle, decidí que no denunciaría pues resultaría demasiado lamentable.
Me afeité y duché a enorme velocidad, llegaba tarde al trabajo y no quería darle motivos al bastardo de mi jefe para hundirme más la moral. Cuando llegué, más de media hora tarde, me estaba esperando en mi puesto. El cabrón estaba como una rosa y me observaba con desdén. Después de amenazar mi puesto con una sonrisa socarrona me indicó que debería recuperar el tiempo perdido por la tarde, asentí y me puse a hacer que trabajaba. Un poco después, cuando estaba luchando contra mi terrible dolor de cabeza, llegó la becaria rubia. Andaba con dificultad y tenía mala cara, no pude evitar alegrarme y farfullar algo ininteligible. La tía se sentó en su asiento con expresión dolorosa e inmediatamente llegó mi jefe con una sonrisa en la boca, sacó del bolsillo de su americana un pequeño paquete envuelto en papel de regalo y se lo entregó. La chica se quedó confundida y lo guardó turbada en su bolso, yo también me quedé un tanto desorientado.
Nacho Valdés
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5 comentarios:
...barras de bar, vertederos de amor..
Pobre tipo. Esperemos que cambie un poco su mala suerte...
Ya estamos de vuelta...
No sé por qué, pero no quisiera estar en los zapatos del jefe y no sólo porque sea cabrón, gordo, calvo y baboso...
Hay que cuidarse de la ira de los mansos.
El regalo a la chica...seguro que es un bote de hemoal para las almorranas de su ano.
Respecto al personaje de la historia, tengo la intuición que su suerte cambiará en próximas entregas.
Creo que Laura necesita historias relacionadas con la comida que ultimamente es su gran pasión, de hecho ,Nacho ha pasado a un segundo plano.
un segundo plano o un segundo "plato" ya que estamos en asuntos de "comidas"
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