lunes, abril 30, 2012

En el ángulo muerto Vol. 144




Confusión

Estaba tan aturdido que, en lugar de largarme a casa, decidí hacer una pausa para relajarme con un cigarro. Como no dejaban fumar en la oficina hice lo que hacían los que fumaban habitualmente, subí a la azotea y me asomé al borde mientras encendía el mechero. Como había vuelto al vicio recientemente di una bocanada y comencé a toser estrepitosamente, el humo se escapó hacia el cielo y en ese instante escuché como se abría la puerta que daba a las escaleras. Tuve el tiempo justo para tirar el pitillo y acurrucarme tras un aparato de ventilación que hacía un ruido descomunal, oí el canturreo de alguien que balbuceaba algo ininteligible. Me levanté temeroso y sigiloso y comprobé como el obeso de mi jefe estaba apurando el final de una botella de JB, el tío tragaba con fruición y el líquido se desparramaba por su papada oscilante y su camisa entreabierta. Iba con su gorro de Papá Noel y miraba al cielo sin soportar su peso sobre sus piernas pues bailaba adelante y atrás preso de la enorme ingesta de alcohol que había realizado. Me escondí, no quería que me viese ahí solo. Justo en ese instante tiró contra el suelo la botella, silbó entre el fragor de cristales rotos y se escuchó el ruido de cascos y cencerros a pocos pasos de donde yo estaba. Distinguí con nitidez el sonido de animales y deslizar de un objeto gigantesco, después me di cuenta de que se alejaba con rapidez. Cuando me levanté algo brillante, que bien podría ser un trineo se alejaba hacia el cielo. Acababa de descubrir que mi jefe era Papá Noel.
No había ninguna duda, con una sonrisa entre los labios recogí mis cosas y me fui a casa feliz por primera vez en muchísimo tiempo. No sabría determinar el motivo pues el tío seguía siendo igual de hijo de puta pero, de alguna manera, los recuerdos infantiles de la navidad parecían inundarme y ofrecer una salida positiva. Quizás hubiese sido expulsado de su cabaña donde construye los regalos por una revuelta de los elfos o puede que su pareja se hubiese hartado de sus devaneos con alguna de las empleadas. Daba igual, estaba claro que la figura de Papá Noel estaba por encima de cualquier consideración y si los cabrones de los elfos o gnomos o lo que fuesen habían orquestando un plan para deshacerse de él yo estaba dispuesto a devolverles a la bola de grasa que me hacía la vida imposible y había llevado la decadencia a mi lugar de trabajo. Tenía claro que si unos seres que no pasaban del metro treinta habían sido capaces de quitarse de encima a semejante sátrapa yo podría hacer lo mismo. El problema era que se trataba de mi jefe y, por lo que a mí respecta, estaba ahogado por el organigrama que no me permitía hacer nada. De todas formas, el tipo tenía un billete para volver a Laponia o dónde viviese y lo más seguro es que se tratase de una cuestión de tiempo. Ahora bien, si yo podía hacer algo por acelerar el proceso estaba más que dispuesto.
Esa noche soñé que caía una gran nevada, supongo que la sugestión navideña había hecho efecto y me levanté con la ilusión de quién corre hacia el árbol adornado por lucecitas brillantes a recoger sus regalos. De hecho, pensé en la posibilidad de recibir un presente del cabrón de mi superior, estaba claro que solo tenía que poner un calcetín en el lugar adecuado y su naturaleza navideña haría el resto. Después de desayunar me arreglé a toda velocidad y llegué de los primeros y, sin que nadie se diese cuenta, colgué cerca de la fotocopiadora una media de lana que había utilizado algún día que había subido a la montaña. Cuando llegó oliendo a alcohol se detuvo frente a la máquina y observó con detenimiento la media que colgaba a su lado, en su boca se dibujó una sonrisa y sacó de su americana un pequeño objeto que depositó con cuidado en el interior. Estaba claro, ese mamonazo era el puto Papá Noel y yo trabajaba para él.
Sin embargo, no me dio tiempo para alegrarme, justo en ese instante entró un tipo joven en la oficina y se dirigió a mi superior por su nombre. Cuando éste contestó, sin mediar palabra, le destrozó la cara de un puñetazo. Como era un tipo enorme no cayó del primer golpe y el joven, que se ve que de lo de dar hostias sabía un rato, comenzó a golpearle con manos y pies por todas partes. Mi jefe, que probablemente iba borracho, cayó al suelo y una vez desfallecido el otro le sacudió con saña con una papelera metálica que había cerca. Cuando terminó, después de lo que pareció una eternidad, ni siquiera se escuchaban los quejidos del cerdo que yacía en el suelo. Ninguno de los empleados que estábamos en ese momento allí hicimos nada para impedirlo, nos parecía demasiado peligroso.
De mi superior no volvimos a saber nada, únicamente que sobrevivió a la paliza y que se le perdió el rastro. El hombre que casi lo mata parece ser que era novio o amigo de una de las becarias a las que había destrozado el recto; a veces es verdad eso de que donde las dan las toman. El regalo que me dejó era una pequeña bola de cristal como la que había visto en su despacho, supongo que volvería a Laponia y recuperaría el poder frente a esos malditos elfos. No lo sé, el caso es que la vida en el trabajo volvió a su aburrida rutina.

Nacho Valdés

4 comentarios:

Sergio dijo...

Me han gustado más los dos últimas entregas que las dos primeras.
Deberías trabajar esta vía humorística e irónica. Creo que haí tienes un filón.

Saludosssss

p.d: Yo una vez vi a un Papá Noel durmiendo en su propio orín y vómito. Desde ese día me hice fan de Baltasar....

raposu dijo...

Hay una frase que me despierta una gran corriente de empatía con el protagonista: "...estaba ahogado por el organigrama..."

Siempre me he preguntado si Nacho sabe como van a terminar sus historias cuando las comienza, pero empiezo a adivinar la respuesta...

paco albert dijo...

Jaja, qué divertido. Papá Noël puto gordo cabrón. Siempre había sospechado de sus preguntitas: ¿habéis sido buenos? ¿Qué es "ser bueno"? A la luz de este esclarecedor relato está claro que significa dejarte joder y quedarte calladito. Pura alegoría social.

laura dijo...

Uf no me esperaba este final! Menos mal que yo siempre he sido más de los Reyes...
Un beso.
Laura.