lunes, marzo 26, 2012

En el ángulo muerto Vol. 140



Sospechas fundadas

El muy cabrón me había obligado de nuevo a quedarme por la tarde, parecía tener una especie de fijación y cada vez que me realizaba un encargo lo pedía en el momento más inoportuno y sin tiempo para su ejecución. Normalmente se trataba de tareas tediosas muy alejadas del trabajo creativo que me gustaba, así que acabé por confirmar que el tipo debía tener algo contra mí pues con el resto de compañeros no parecía tener tal persistencia. El caso es que por enésima vez estaba solo en mi puesto mientras el personal de limpieza revoloteaba a mi alrededor, cosa que me parecía especialmente molesta pero que era inevitable pues era el único momento en el que podían realizar sus tareas.
El nuevo jefe de sección había recalado en la empresa no hacía demasiado y, como por arte de magia, había puesto todo nuestro precario equilibrio, conseguido después de años de esfuerzo, patas arriba. Había sido como la entrada de un metrosexual en una convención de ángeles del infierno; un desastre garantizado. El caso es que el tío, que tenía bastante manga ancha con las compañeras bien parecidas, parecía atesorar cierta androfobia de la que yo era un destinatario cotidiano. Por supuesto no podía hacer nada, solo tragar y desear que el tío explotase algún día pues parecía tener las horas contadas. Era enorme y descuidado, como una especie de oso que hubiese estado comiendo y llega tarde a una cita despeinado y con el pelaje lleno de restos de la merienda. Estaba gordo pues lo que tenía no podía llamarse obesidad, que me parece un término más fino, estaba hinchado como un animal salvaje sobre todo en la zona de la cintura que se abombaba como un balón gigante o algo a punto de reventar. Estaba calvo y su coronilla siempre brillaba por la gran cantidad de grasa que se acumulaba en su cuero cabelludo aunque también podía deberse a las luces fluorescentes que provocaban esa inquietante iluminación artificial que reina en todas las oficinas que conozco. De todas maneras, su alopecia no era total y su nuca, sienes y patillas estaban pobladas por un pelaje blanco y denso que se acercaba más al de una rata albina que al de un humano y que se unía a una frondosa barba blanca que en ocasiones llevaba recortada pero que, la mayoría de días llevaba descuidada. De hecho, resultaba increíble la velocidad con la que le crecía pues una mañana aparecía prácticamente lampiño y, al acabar la jornada, ya asomaba una densa sombra áspera y grisácea.
Por otro lado, parecía ser una especie de adicto al trabajo aunque de una manera muy particular. Era indudable que era el primero en entrar y el último en salir pero, la mayor parte del tiempo, deambulaba sin rumbo determinado y sin aparentar ningún plan o estrategia laboral. Iba a su despacho, aparecía en la sala de reprografía, se le veía en el comedor y después se le podía encontrar hablando con alguna de las jóvenes becarias que, en vista de las tendencias del tipo vestían cada día más descocadas. A este hombre se le veía a la legua que perdía la cabeza con las mujeres y, por qué no decirlo, con el alcohol. Se puede afirmar que era lo único que sabía con certeza de él, el resto era una incógnita. Que bebía todo el mundo lo sabía pues iba dejando unos trazos de aroma alcohólico allí por donde pasaba y, que le gustaban las mujeres, también era una evidencia pues perdía la cabeza en cuanto aparecía alguna con cierto atractivo. Por desgracia para mí, mi ausencia de pecho y curvas femeninas me hacía estar constantemente en la picota y dispuesto a ser diana de sus altibajos emocionales. Se me ocurrió más de una vez aplastar su nariz roja y dilata por el abuso de güisqui pero, para qué, no me llevaría nada más que a perder mi trabajo, mi crédito personal y apalear a un puto viejo decadente de forma que acabaría sintiéndome culpable. O, incluso, cabía la posibilidad de que me sacudiese él a mí y acabase completamente humillado.
Así que ahí estaba, sentado a mi mesa y aporreando el teclado mientras redactaba un informe rutinario y estúpido que probablemente saldría de la impresora para llegar a la basura. Una pérdida de tiempo. Sin embargo, esa noche sucedió algo que me dejó meditabundo. Oí un carcajeo y fui testigo de cómo el sátrapa entraba en su despacho con un par de señoritas que creo eran becarias de las que le gustaban; jóvenes y dispuestas a todo. Puesto que iban bastante pasados no repararon en mí, me quedé paralizado mientras pasaban por delante y entornaban la puerta cuando entraron. Decidí acercarme para intentar comprobar qué sucedía.

Nacho Valdés

8 comentarios:

Sergio dijo...

Consejo para el prota:
En vez que quejarse tanto lo que hay que hacer es trasladar la creatividad y la ilusión a tu propio trabajo. Con ello ganarás en humor, en conocimiento de ti mismo, en ilusión y dejarás de estar pendiente de las miserias de los demás y tendrás oportunidad de enfrentarte a las tuyas y superarlas o aceptarlas.

Enhorabuena por la historia

Anónimo dijo...

Este fin de semana venía en el País algo sobre lo que comentas muy acertadamente en tu comentario. Debemos mejorar nosotros y no siempre pensar que el problema lo tienen los otros. ¿Cómo se llama eso?....¿madurar?

Saludosssssss

Silvia

raposu dijo...

He tenido jefes nuevos, calvos, obesos, desde luego algunos cabrones y mas de uno baboso.

Pero nunca uno que lo fuera todo a la vez. Por lo general los cabrones no eran nuevos y los babosos no eran calvos. Los obesos por lo general,los mejores.

Así que, aunque suele ser difícil pronosticar por donde van a avanzar las historias de Nacho, este podría ser un caso... violento.

paco albert dijo...

De nuevo a la búsqueda de la sórdida trabazón humana. Pinta bien

Sergio dijo...

trabazón = pene

paco albert dijo...

jajaj lo que te han dicho! Lo siento amigo, cuando alguien cercano te califica de "entretenido" hay que darse por jodido. Es una señal tan inequívoca como la corneja por la diestra del mío Cid

Sergio dijo...

el enemigo en casa...

paco albert dijo...

Horano = ¿orto?