viernes, marzo 23, 2012

Vida de Suso (Cap. 2) Elia y el hambre

Cuando el sol se pone en mi habitación siempre pienso en un ejército que avanza silencioso hacia la victoria. La última chica que estuvo aquí para contemplar este baile solar se llama Elia. Elia trabaja doce horas diarias en un bar de carretera que está en algún punto entre Tarragona y Valencia y siempre que puede escapa con el viento de Levante para buscar el sol. Pero como decía, en mi habitación, es el sol el que la busca a ella. Primero ilumina sus pies descalzos y muestra los pliegues ligeros de piel morena. Va ascendiendo y recorre sus piernas como un coche robado circulando por la autopista. Su cuerpo se contrae y expande cuando recibe energía y se enreda en las sábanas calientes que hace un momento eran cuerpos fríos. Cuando el sol la cubre por completo puedo ver destellos rojos que escapan de su pelo negro y pensar en una noche de marzo en El Calafate. Después de estar con Elia siempre tengo un apetito voraz. La invito a desayunar con la condición de que siga vestida con esa sábana mientras bajamos las escaleras. Se acomoda en el sillón de piel como una gatita de alfombra soleada y lame su piel mientras gime. Le preparo un buen desayuno y le propongo pasar la mañana en la playa. Me encanta rebozarme en la arena y después meterme en el agua dice con su voz de otro planeta mientras pone sus ojos en blanco o mira quién sabe qué, ante lo que yo solo puedo sonreír e imaginar una playa desierta con el molde de su cuerpo sobre la arena virgen. Pasamos la mañana en la Malvarrosa y después nos vamos a comer de nuevo pues como decía Elia produce hambre. Volvemos al piso para librar una última batalla sobre la cama. Me dice que tiene que irse y que si la puedo llevar al aeropuerto y a mí me viene a la cabeza la canción de Vasallo que habla de lo triste que es comer en un aeropuerto. Así que armo todo el valor que creo tener y le pido una noche más. Entonces ella clava sus enormes y profundos ojos verdes sobre mí y yo siento que estoy enfrente de un batallón de fusilamiento a punto de disparar. Cierro los ojos y espero las balas pero lo que obtengo es otra mañana con el sol volviendo a conquistar su cuerpo y con sus raíces cada vez más cerca del agua de mi jardín.
Mañana volveré a despertar hambriento...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo tenía una amiga que se llama Elia ¿será la misma?

Estupendo texto. Muy evocador como siempre.

SALUDOS

Silvia

nacho dijo...

Parece una chica generosa esta Elia...

Buena entrega, enhorabuena.

Abrazos.

Sergio dijo...

por qué? Que pasa con Elia?