lunes, marzo 12, 2012
En el ángulo muerto Vol. 138
Resoluciones
Rafael lo tenía claro, los días que le restaban para volver al instituto los emplearía en lo que más deseaba desde hacía tiempo; en ayudar al sin techo que yacía moribundo en su rincón de celulosa. Utilizó toda la discreción que tenía atesorada y tardó varios días en reunir el material que necesitaba, no quería que ninguno de los miembros de su familia se inmiscuyese en los asuntos que tenía entre manos. Poco a poco, consiguió algo de ropa vieja de su padre y la fue acumulando en una bolsa debajo de la cama. Era de una talla inferior a la que utilizaba el falso Hemingway pero, dada la disminución de peso radical que había experimentado, suponía que le serviría para salir del atolladero. Después, con algo de dinero que tenía reunido y otro poco que fue hurtando, compró uno de los best-seller más voluminosos que encontró en una librería cercana. No buscaba calidad, en ese caso lo que buscaba era cantidad pues tenía en la cabeza una posible solución a los problemas del mendigo.
Consiguió todo lo que consideraba que necesitaba y, una mañana, mientras su madre salía a la compra salió sin avisar. Simplemente debía actuar rápido, dejarse llevar por lo que su intuición le marcaba como camino correcto. Salió de su casa con la ropa y con el libro, todo en una bolsa de plástico y se dirigió hacia el pasadizo donde se encontraba la copia de Hemingway venida a menos. Era septiembre y la ciudad, a excepción de los estudiantes, había recuperado el ritmo vital habitual. La gente iba y venía apresurada sin prestar atención a un joven como Rafael, esto suponía una ventaja y se movía presuroso entre los transeúntes camino de su meta. Por fin la alcanzó, el viejo vagabundo estaba tirado en el suelo a la entrada de su refugio construido de lectura. Su barba continuaba profusamente poblada pero había adelgazado tremendamente y sus ojos no mostraban la vitalidad de antaño, el joven sacó el voluminoso libro que había adquirido y se lo presentó delante. Por un momento consiguió que el viejo y derrotado lector le mostrase su boca negra y oscura, con las encías vacías de dientes. El hedor que le llegó no le amilanó, sabía que estaba consiguiendo lo que había planeado, era un buen síntoma ese conato de sonrisa que había recibido. Le indicó que debía cambiarse, que no podía seguir con el olor nauseabundo que arrastraba y el hombre pareció entenderlo y ceder a la petición pues recogió la ropa y se metió en su cubil. Con suma torpeza se fue deshaciendo de los andrajos malolientes que había superpuesto sobre su piel y fue enfundándose la nueva vestimenta que le habían procurado, mientras realizaba la operación sus ojos no dejaban de desviarse hacia el volumen que Rafael le había conseguido.
Ya había superado la primera parte de su plan, le pidió al simulado escritor americano la documentación. Éste sonrió bobaliconamente y señaló con su mano roñosa una bolsa sucia y rota que tenía en una de las esquinas de su refugio. Rafael se introdujo y prácticamente vomitó debido al tremendo olor concentrado que había en el interior, aún así hizo de tripas corazón y rebuscó en el interior. Había encontrado lo que buscaba, un documento nacional de identidad en perfecto estado que atestiguaba, tal y como había sospechado, que el tipo respondía al nombre de Ernesto. Eso debía resultar algo más que una simple casualidad, estaba claro que lo que se había imaginado más o menos se ajustaba a la realidad. Se volvió hacía el hombre y le sorprendió sonriente absorto en la lectura, parecía muchísimo más lozano que hacía unos instantes. Por lo menos había recuperado un tono de piel más saludable.
Sin descanso le pidió que le acompañase, la copia del escritor americano parecía negarse pues seguía enfrascado en el libro que le habían llevado. Rafael no lo dudó, arrancó el volumen de sus manos y le pidió que le siguiese. El otro se levantó a regañadientes, parecía haber perdido gran parte de su volumen y estar realmente débil. A paso cansino llegaron hasta donde el joven pretendía, hasta una biblioteca que conocía. Fue con el hombre hasta el mostrador y consiguió, después de muchas explicaciones, que le diesen un carnet con el que sacar libros. Ernesto, cuando vio el interior cuajado de obras literarias no pudo contener una especie de suspiro de alivio, había conseguido el alimento que necesitaba; el alimento para el alma que le permitiría sobrevivir y recuperar su oronda figura. Rafael se fue sin mirar atrás, algo en su interior se rompió cuando dejó a su antiguo camarada en ese templo dedicado a la lectura.
Nacho Valdés
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4 comentarios:
El final del enigma me parece muy original. Creo que el formato semanal no le hace justiica a este relato, es de los que habria que leer del tirón.
Me ha gustado mucho.
justiica = justicia
¿Qué pasa? ¿Ni sexo, ni alcohol? ¿Qué le pasa al autor?¿Ha hecho de tripas corazón?
Bien por Ernesto(igual que el niño reflexivo del cole) que confirma lo que todos sabemos: las bibliotecas apestan...
SALUDOS
Gran final para una gran historia de tensión sexual no resuelta.
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