lunes, enero 16, 2012

En el ángulo muerto Vol. 130



El gran día

He llegado a Sevilla a primera hora y, aunque no esperaba ver a Alfonso hasta la tarde, me sorprendió yendo a recogerme a la terminal de llegada. Debo reconocer que estaba deseando verle y que supuso una gran alegría que, como no podía ser de otra manera, fue enturbiada por la presencia de decenas de cámaras de televisión y prensa que estaban al acecho para recoger mi aterrizaje. Yo me pregunto qué será lo que quieren de mí. Yo, que soy una persona normal y sencilla que procura no mezclarse demasiado con el pueblo llano. Lo identifico con cariño, con la pleitesía que me profesa mi pueblo. Incluso llegué a pensar en presentarme a los comicios autonómicos cuando terminó la gloriosa época franquista que tantos beneficios trajo a mi casa. De todas formas estoy divagando, lo importante es que mi prometido estaba esperándome y que calmó mis ánimos alterados por la presencia de tanto reportero. Nos dimos un casto beso y nos fuimos a palacio, a nuestro pequeño refugio sevillano.
Faltaban un par de días para el enlace y las muestras de apoyo y cariño resultaban acongojantes, era demasiado incluso para una gran dama como yo que está acostumbrada a los más grandes honores. Todos los estamentos y poderes se han rendido a mi gran día, casi llego incluso a emocionarme pero sé que se trata del típico baile de favores que siempre se produce cuando alguien importante como yo hace algo fuera de lo normal. Aún así, a sabiendas de que se trata de las típicas reverencias no olvidaré a estas personas e instituciones que se han volcado conmigo. Lo recordaré para alguna futura recepción.
Sin embargo, lo que me preocupa realmente es mi nuera y mi hijo Jacobo a los que no invitaré a la alianza. Mi pobre hijo está totalmente influenciado por esta mujer que se ha inmiscuido en mi familia y la ha deshecho, recordaré estos incidentes para cuando vuelva a redactar el testamento. No pienso legar nada para que esa arpía lo dilapide y destroce, mi legado es demasiado importante como para dejarlo a cualquiera. Me duele por mi hijo pero estoy segura de que se dará cuenta con el tiempo, que sabrá reconocer sus errores. Lo que no sé es si yo estaré viva para verlo pero, lo que tengo claro es que la miserable de su mujer no catará nada de lo que dejaré para el resto de mi familia. De todas formas, no quiero que mi día se vea empañado por estos momentos tristes y decepcionantes. El resto de la familia y amigos estarán a mi lado en una ceremonia que celebraré en la capilla de palacio. He decidido que será una ceremonia católica, puesto que no podía ser de otra forma, y sencilla. Al final, solo seremos cerca de doscientos invitados, una mínima parte de todos los compromisos que tenía por solventar.
El día de la boda debo reconocer que, independientemente de que ya había pasado por ello con anterioridad, estaba nerviosa. Me puse el vestido que habían diseñado mis amigos y me vi estupenda, me tomé la licencia de ponerme una liga que espero resulte sensual para Alfonso. La boda fue todo un acontecimiento, creo que llegó gente de toda la península para ser testigos de tan magno evento. En el interior, desde la capilla, se escuchaban los vítores e incluso en algunos momentos tuvimos problemas para llevar a término la ceremonia. Daba igual, todo era sintomático de alegría y el cariño que me dedicaban mis vasallos. Acabé desmelenándome y bailando en la propia capilla, ya sé que es un poco irreverente pero no cabía en mí de alegría. Todos los invitados, incluso el párroco, consideraron que se trataba de una salida muy graciosa. Yo estoy de acuerdo, cómo voy a estar en contra del clero. Después salí a saludar a mi gente, a mi Sevilla que se había volcado conmigo. Delante de todos me descalcé y baile sin freno hasta que la cadera me dio un aviso, a mi edad, por muy joven y atractiva que se conserve una, no se pueden cometer excesos. Me lo pasé estupendamente pero lo que deseaba era que llegase la noche, quería consumar mi matrimonio y comprobar si Alfonso estaba a la altura. No me he casado solo por el cariño, que una no es tonta. Puesto que soy una dama no daré detalles, solo diré que quedé muy satisfecha y que la liga de encaje que me puse fue motivo de alegría para mi recién estrenado marido. Por ahora tengo que dejar este diario íntimo, quizás más adelante lo continúe, quién sabe. Solo os diré, queridas amigas, que todas tenemos derecho al disfrute y que en los recodos de la vida se esconden innumerables satisfacciones.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Sergio dijo...

Ya no sé qué más decir sobre esta persona...quizá lo único que se me ocurre es que siga los pasos de Don Manuel Fraga y tome rumbo al limbo...

Saludos

laura dijo...

Uf, qué grima cariño!!!!!!!!!
Me parto con tu super crónica, espero que lo próximo no sea que va a adoptar un bebé!
Un besazo.
Laura.

raposu dijo...

Nada, oye... has cogido filón...