lunes, enero 23, 2012

En el ángulo muerto Vol. 131



El tipo del pasadizo

Rafael hacía tiempo que pasaba por el mismo lugar. Exactamente, todos los días para ir al instituto en el que había ingresado no hacía tanto. A su edad el devenir transcurría de forma lenta y perezosa y se dilataba enormemente. Él estaba situado en ese incómodo lugar en el que su estatus social no estaba para nada definido. Más bien todo lo contrario, se había difuminado y diluido entre la enorme cantidad de estudiantes que poblaban ese centro público de la ciudad. Había pasado de ser de los mayores de su antiguo colegio a convertirse en uno más de los que procuraban pasar desapercibidos durante las clases y recreos aunque, por supuesto, tenía su pandilla de amigos y todo lo que pudiese desear para un adolescente de su edad. De todas maneras, no se trataba de lo que se consideraba un chaval normal pues lejos de pelearse todo el día con sus compañeros, jugar al fútbol como si no existiese nada más y pavonearse delante de sus compañeras, él era un apasionado de la lectura. Algo harto extraño entre la gente de su edad que se dedicaba a actividades más mundanas.
Se trataba de su obsesión, de su manía, lo que más deseaba aunque tuviese que llevarlo más o menos a escondidas pues no podía hablar de ese tipo de temas con los demás compañeros. Cuando estaba en público se intentaba integrar en las conversaciones mostrando las mismas maneras que los demás pero, independientemente de sus esfuerzos, todos sabían que se trataba de una impostura y de un torpe intento por ser como ellos. Sin embargo, era más o menos respetado y a nadie parecía importunarle demasiado que se dedicase a cosas tan extrañas para la gente de su edad como estar acompañado por una buena lectura mientras en la calle los demás chicos del barrio se dedicaban a trastear y buscar algo qué hacer para no estar en casa. A él le daba igual, normalmente siempre tenía algo interesante que leer y nunca había encontrado ninguna compañía que superase la de una buena obra literaria. Sentía cierta atracción hacia una chica pelirroja de su clase pues algo se removía en su interior cuando la veía, pero nunca había podido gozar de su compañía. Y, aunque no tenía el valor suficiente como para hablarle, sabía que ahí se podía encontrar eso todavía más grato que los relatos con los que llenaba su vida. Quizás, otro de los motivos por el que los demás le dejaban en paz fuese el hecho de sus notas no fuesen especialmente buenas pues, a pesar de que comprendía todo lo que leía y que redactaba casi con más rigor que sus profesores, nada de lo que le enseñaban le interesaba demasiado. Parecía como si todos aquellos pretenciosos conocimientos que debía dominar para hacerse un hombre de provecho, por lo menos es lo que decían en su casa y en instituto, le resbalasen y no llegasen a calar en su interior.
La vida de Rafael comenzó a cambiar el día en que pasó por aquel pasadizo que atravesaba todos los días para acudir a su jornada lectiva, el lugar por el que siempre pasaba y al que no prestaba mucha atención por estar casi siempre medio dormido. Sin embargo, esa mañana reparó en la figura que había en un lateral y que dormitaba acurrucada entre unos cartones. Lo primero que hizo que saliese de su ensoñación fue el fuerte olor a orín que provenía de ese hombre dormido y cubierto de cartones, parecía como si su ropa estuviese bañada por una enorme meada a la que habían dejado madurar al calor de ese cuerpo que se protegía precariamente del frío. A su alrededor había construido lo que parecía ser un parapeto formado por columnas de revistas y unos cuantos montones de libros. Eso fue lo que más despertó su curiosidad pues nunca había visto a nadie que se protegiese de los rigores invernales con pliegos de lectura, no tenía demasiado sentido. Se quedó unos instantes observando ese cuerpo recostado y del que provenían profundos suspiros, se preguntó cómo alguien podía llegar hasta una situación tan lamentable. Oscilaba por el peso de la mochila que llevaba a su espalda, era una pesada carga conformada por libros vacuos y carentes de significado. Pensó que quizás ese hombre pudiese hacer un mejor uso de esos libros de texto tan detestables, podrían servirles para levantar una mejor defensa contra las noches gélidas. Repentinamente, el hombre se dio la vuelta y le miró fijamente. Tenía unos profundos ojos azules que se clavaron en él, como si llevase un buen rato despierto esperando para sorprenderle. Rafael salió corriendo sin saber bien el motivo, realmente se había visto impresionado por ese vagabundo de barba blanca profusamente poblada.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Sergio dijo...

Así que el hombre del pasadizo ¿eh? Esta bien que hables abiertamente de tus experiencias homosexuales y hagas caja con ellas.

Fuera de bromas, la historia proMETE...

saludos.

p.d : otra vez una chica pelirroja. Esto me huele a 300 € de psicoanálisis...

raposu dijo...

Había escrito un comentario hace uno o dos días, pero veo que hay algo que no he hecho bien.

Decía que me parece un comienzo de historia muy interesante...

laura dijo...

Hola cariño, la historia pinta muy bien!
PD.Sergio no te metas con las chicas pelirrojas o te arrepentirás, conoces a una que ahora lleva mechas rubias...