Nadie brilla como tú bajo la luz fluorescente de Consum.
Paseas tu divina comedia por la sección de congelados mientras todos los colgados de la calle Turia esperan una reacción en cadena que haga saltar tu ropa. Pero eso no ocurre nunca.
Sales del supermercardo desafíando el frío viento de la ciudad vestida únicamente con esa tela roja, que es una segunda piel apunto de caer. Caminas consiciente de que tus pasos guían a todo un rebaño de corderos que mataría a su madre por pasar unas horas contigo.
Después ya recogida en tu humilde piso, más menos a la hora del te, relames tu cuerpo de gata sobre la alfombra justo cuando el sol descarga sobr ella toda su potencia incandescente.
El día pasa y tú repasas con noble indiferencia los incendios que provocaste esta semana: aquel desplante al tipo de la gasolinera que con gesto apologético te dijo que no tenías dinero suficiente para llenar el coche, tu mirada intencionadamente lasciva a los obreros que trabajan en la avenida, el bofetón con sabor a cine negro al hombre que miró descaradamente tu escote abierto como las puertas de un tranvía en Lisboa. Esto solo es una breve selección de esas pequeñas piezas que encajas y revientas a tu antojo para divertirte y contarlo a tus más allegadas, con las que te revuelcas de vez en cuando pues sabes que siempre hay que dejar una puerta abierta al deseo.
Sin embargo, llega un día en que todo se paga de una manera o de otra y hoy es ese día.
Hoy te levantas y ojeas la prensa que alguien dejó en la entrada de tu bloque de apartamentos y lees, que un hombre se ahogó en la playa de la Malvarrosa, y que ese pobre diablo, dejó una nota manuscrita y que en las palabras que dan forma a ese texto de despedida aparece tu nombre repetido casi hasta el infinito en diferentes tamaños, lenguas, tipografías y colores. Es entonces cuando levantas la vista del papel y compruebas que lo que queda después del incendio solo son cenizas y polvo de estrellas. Y que, de un modo que ahora desconoces, toda esa basura está ya dentro de tu casa y no hay forma de sacarla de ahí.
Algo en tu cerebro hace crac.
Agarras con fuerza el bote de pastillas de tu mesilla de noche. Abres tu preciosa boca, protegida por esos labios carnosos dulces y únicos, y engulles a tus pequeñas amigas de color rojo.
Al instante todo se apaga, y en la radio de tu vecino se escuchan unas trompetas que anuncian la llegada del verano y el fin de los días de trabajo.
Amén.
3 comentarios:
Bueno, bueno, espero que no acabe la historia aquí...podrían reencontrarse los personajes en otra vida, no?...el jueves que viene más.
Describes muy bien cada escena poniendo al lector en situación y ayudando a definir la sombra que está detrás de cada personaje.
Por apuntar algo, pienso que sigues utilizando mucho punto, debería fluir más el texto...desde mi humilde opinión.
Merci.
No sé que pasará el próximo jueves. Las musas son esquivas y el tiempo junto a ellas extraño y corto.
Me dejé un montón de puntos y comas fuera !Así que no te me quejes¡
Besetes.
Hoy me voy a ver al Bunbury. Ya te contaré
Tengo que decirte que me estaba cayendo fatal esta tipa, muy buen final. Qué se joda.
Me está gustando mucho esta nueva sección. Enhorabuena.
Abrazos
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