lunes, abril 18, 2011

En el ángulo muerto Vol. 99




En ascensión

La comunidad no volvió a ningunear a don Cecilio, al menos en público. O eso era lo que parecía, pues ya se sabe que en los pueblos el éxito siempre va unido a la envidia y la enemistad. Pero, aunque la historia cotidiana nos ha enseñado que es eso lo que suele pasar, no se puede afirmar que don Cecilio sufriese en sus carnes tal generalización. De hecho, y esto puede suponer la excepción a la regla, se puede afirmar que su peso en Cerezo del Río comenzó a crecer tras el sermón que había dirigido a su rebaño durante la celebración del santo oficio. Incluso, seguramente por su filiación con nuestras Iglesia católica y romana, se comenzó a comparar dicho acontecimiento con el sermón de la montaña en el que nuestro señor Jesucristo sentó, o al menos eso dice el dogma eclesiástico, las bases de nuestra religión. Pero esto es otra historia y, por supuesto, no deseo caer en herejías. El caso, y esto es lo que nos preocupa, es que don Cecilio se había hecho un hueco y comenzó a ser respetado. Y esto es algo por lo que a los de pueblo siempre se nos gana; por la capacidad de uso de la palabra puesto que por las latitudes en las que había llegado este párroco no estaban habituados a una utilización tan ducha del lenguaje.
Así es como nuestro cura comenzó su carrera fulgurante en la comarca, mediante el verbo que tan bien utilizaba. La gente, que había recibido la lección de humildad colectiva durante la homilía, tras tamaño acontecimiento se acercaba al cura a pedir consejo o a ganárselo con productos de la zona que todos los habitantes producían en sus pequeñas explotaciones. La opinión general había cambiado radicalmente y la lectura que se hacía era que si alguien era capaz de hablar de esa manera estaba claro que debía de tratarse de un personaje sumamente inteligente y no se puede decir que la zona estuviese cuajada de los tan necesitados intelectuales pues, como todo el mundo sabe, de todo tiene que haber en la viña del Señor y tan necesarios son los braceros como los que le dan al seso. Si alguno de los del pueblo estaba resentido se lo había guardado para él y los suyos y, al menos en público, no se volvió a oír nada negativo sobre el cura que nos había caído en gracia.
Don Cecilio, sin embargo, no era persona de un solo éxito y era contumaz en la persecución de sus objetivos, le daba igual que estos le llevasen derecho al fracaso pero el insistía una y otra vez en modelos de actuación que a todos nos maravillaban. Para empezar, a pesar del trato de favor que estaba recibiendo pues no cejaban de hacerle entregas de todo tipo como frutas, animales o productos de la matanza, él seguía con sus interminables paseos que ocupaban todas sus mañanas. Ante las preguntas de los curiosos él se excusaba alegando que no sólo debía cultivar su intelecto, sino que era necesario un tratamiento análogo para su cuerpo. Y, en este sentido, había que darle la razón pues sus carnes angulosas y pétreas se mantenían firmes a pesar de lo que engullía pues, en eso si que no había ningún tipo de duda, el hombre cuando se sentaba frente a un plato no perdonaba absolutamente nada y, por suerte para él, todos los mediodías prácticamente se producían peleas por invitarle a comer. Por las tardes, como para cambiar de rol, abría la parroquia y admitía la presencia de cualquiera que tuviese cualquier duda o asunto que dirimir, cuando no había nadie leía los enormes libros que a los aldeanos casi les producían pavor por sus dimensiones exageradas. Esto era lo que pasaba durante la semana, el domingo, don Cecilio cambiaba sus hábitos, se volvía más meditativo y embargaba a todos los que se presentasen en la parroquia con el sermón que esgrimía durante su discurso panegírico. Daba igual sobre qué versase, de si era un tema cercano o quizás otro más abstracto que ninguno llegábamos a comprender del todo pero, lo que teníamos claro, niños y adultos, es que nos quedábamos absortos escuchando a ese hombre que desde su púlpito nos exhortaba, aconsejaba, reprendía o aconsejaba según la ocasión. El caso que sus herramientas retóricas siempre daban con la tecla correcta y, al modo de un genial pianista, era capaz de crear una melodía para aquellos que comenzábamos a abarrotar los bancos de la iglesia. La cuestión es que, poco a poco, su fama comenzó a crecer y el personaje de don Cecilio tras unos meses de estancia de Cerezo del Río ya era conocido en todos los pueblos de la zona.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Sí, el curilla hablará bien, pero seguro que acaba repartiendo unas hostias...

Sergio dijo...

Sorry, se me pasó el anterior lunes la historia. Por ello prefiero leer el de antes y después seguir con este. Sin embargo para que Nacho no piense que no quiero comentar, dejo este mensaje informativo.

SALUDOS

Muchacho_Electrico dijo...

Una vez mas Nacho nos sorprende con nuevas historias que nos hacen mantenernos pendientes de su publicación semanal. No se que voy hacer esta semana santa sin ella.