lunes, marzo 07, 2011

En el ángulo muerto Vol. 93




Despertar

Me sentía tremendamente cansado, como si alguien hubiese apaleado mi maltrecho cuerpo. Las articulaciones, cuando me incorporé, crujieron sonoramente y mi físico tardó unos segundos en adaptarse a la nueva postura. Estaba totalmente desorientado, sin ninguna idea de dónde me encontraba y cómo había llegado hasta esa zona montañosa en la que había despertado. Me costó unos minutos adaptarme de nuevo a la situación que me había llevado a estar en mitad de un bosque entre picos inmensos con su punta coronada de blanco. Tenía la boca pastosa y bebí agua abundantemente sin salir del saco de dormir. Estaba claro que había dormido mucho, demasiado quizás para la hora en la que me había echado a descansar. Estaba, a pesar de las horas que había dedicado a descansar, totalmente dolorido y con una extraña sensación de mareo que no tenía ni idea de si se debía a la altitud o a que estaba cayendo enfermo; lo que tenía claro es que se trataba de una desagradable sensación de la que no podía desprenderme y que me dejaba frente a un dilema que difícilmente podría resolver satisfactoriamente. Seguir adelante o volver atrás.
Finalmente, después de recoger lentamente todos los bártulos que arrastraba conmigo, decidí que lo mejor sería seguir ascendiendo. El sol se ocultaría en poco tiempo tras las imponentes cordilleras que me rodeaban y la noche, con el frío que traía consigo se me echaría encima. Lo más adecuado, puesto que no tenía nada de dinero, ni podía volver a alquilar ninguna habitación, sería recurrir al supuesto familiar que estaba en alguno de esos valles esperando mi llegada. Cargué la mochila a la espalda y me puse a caminar con extremada lentitud en la dirección que marcaba la senda cada vez más escarpada.
Al poco de comenzar la marcha me di cuenta de que difícilmente llegaría a ningún sitio esa noche, estaba a punto de oscurecer pues no caí en la consideración de que las montañas provocaban que los valles se sombreasen con mucha rapidez. Comencé a sentir escalofríos provocados, sin duda, por mi estado corporal lamentable, cada movimiento que daba hacia adelante se convertía en una tortura que se traducía en una infinidad de dolores pequeños que recorrían todo mi cuerpo. Aún así, todavía no había llegado a la zona de pastoreo que me había indicado la enorme mujer del pueblo. Consideré mejor idea intentar ascender lo máximo posible, salir de la zona del bosque que se me antojaba demasiado húmeda y lograr, en la zona de pastos que me habían indicado, hacer una hoguera que me permitiese pasar la noche sin acabar agarrotado. Progresivamente la vegetación se comenzó a volver más escasa, los enormes pinos alpinos iban perdiendo envergadura y, de un bosque tupido que sólo era atravesado por el camino, se iba pasando a un terreno en el que comenzaban a abundar los claros en la vegetación y por el que se podía comenzar a transitar. Estaba claro que estaba alcanzando el destino que me había planteado, los árboles suponían un indicador perfecto de la altitud a la que me encontraba. Repentinamente, tras voltear una curva del camino, los troncos se hicieron raquíticos y se encontraban rodeados por arbustos bajos que hasta ese momento no había visto. El paisaje había cambiado diametralmente y me había quedado claro que había conseguido ascender hasta otra cota de altitud, quizás estuviese cerca del final de una marcha de la que no veía el final.
Tras un último esfuerzo durante el que la oscuridad me envolvió completamente llegué a la zona de pastoreo que me habían indicado. En lo de la humedad del bosque tenía razón pero, sin embargo, la falta de vegetación a mi alrededor provocaba que estuviese más expuesto al viento y eso hacía que la sensación térmica fuese más desagradable. No tenía claro si se debía a mi malestar o a las corrientes de aire que soplaban a mí alrededor pero me sentía realmente mal, a punto de desfallecer por el esfuerzo que me había llevado hasta esa esquina del mundo. Reuní con mis últimas energías algo de leña e hice un fuego que me permitiría pasar la noche un poco más cómodo. La sensación que experimenté cuando me metí en el saco y me tumbé a mirar el cielo cuajado de estrellas mientras comía galletas fue indescriptible, hacía años que no estaba tan cómodo tras la consecución de una meta que, aunque mínima, para mí suponía un importante adelanto. Me fui quedando dormido poco a poco mientras me rendía al cansancio, sin embargo, un extraño sonido me sacó de mis ensoñaciones y me puso en alerta. Tenía la impresión de que alguien, entre las rocas de las montañas, había gritado de forma desgarradora.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Yo tengo una idea de quién es ese grito desgarrador, pero creo que esta vez no lo voy a decir.

Estoy seguro que él mismo se va a descubrir mañana o pasado, en cuanto conecte su electricidad...

Muchacho_Electrico dijo...

El Muchacho Eléctrico suele acechar escondido tras la maleza y su espíritu de perro callejero buscador de rastros sonoros le hace aullar en las noches de luna llena. De vez en cuando su corazon mal herido por sonidos comerciales grita de dolor como si una sierra dentada cortase su carne. Será esto lo que ha despertado al protagonista?

Anónimo dijo...

Hola Nacho!!!
Soy Geraldo, estudiante del Intercámbio en julio de 2010.
Es un blog incrible
Felicitaciones!!!