Respuestas
Debieron pasar tres o cuatro días, no lo podría asegurar pues la pequeña estancia en la que me encontraba no me dejaba percibir el transcurrir del tiempo de forma adecuada. Lo que única que tenía claro es que me comenzaba a sentir con más energía y que tendría que recuperarme del todo para llevar a cabo la encomienda a la que yo mismo me había sometido. Maté el tiempo tomando notas en mi cuaderno y, entre comida y comida, que eran las únicas referencias que iba marcando mi organismo, pasaba las horas mirando por la ventana y escribiendo sin parar. Tenía la impresión de que la novela fluía de mí hacia afuera, como si estuviese desbordándome por llevar demasiado tiempo cautiva.
En el exterior los cambios también se acumulaban con rapidez. Dejó de nevar, lo que dejó un increíble paisaje blanco en el que no se veía ni tan siquiera un animal, solo silencio una superficie uniforme. Sin embargo se trataba de una nevada temprana y, creo que fue al tercer día, comenzó a llover con fuerza lo que provocó que los tonos blancos se tornasen grises y después de un tono marrón pues todo comenzó a embarrarse. El agua creo que me volvió más creativo pues su tamborilear sobre la cubierta de madera parecía motivarme a escribir al ritmo incansable que iba marcando, también cargó la pequeña cabaña de melancolía pues de alguna manera mi parte alemana, a pesar de que nunca los había experimentado, echaba de menos los días grises y oscuros que daban comienzo al invierno.
Del extraño viejo que me había acogido no había ninguna noticia, la última vez que habíamos hablado parecía haberle ofendido profundamente y no tenía ni idea de cómo me lo encontraría tras su prolongada ausencia. No tenía la más remota idea de dónde podría encontrarse, si estaría bien o mal o si se había olvidado de mí. A pesar de la avanzada edad que evidenciaba estaba claro que era un tipo duro que estaba acostumbrado a lluvias, nieves y demás inclemencias alpinas. Estaba seguro de que no tenía motivos para preocuparme pero, independientemente de lo que dictaba mi cerebro, algo no terminaba de encajar. Tenía claro que cuando le hablé de mi abuelo reaccionó airado y pareció confundirse pero su reacción se me antojó desmesurada. Yo, por lo que pudiese pasar, me mantenía bien alimentado, me había aseado y estaba a punto por si tenía que salir disparado del refugio que me había prestado.
Había decidido dejar la cabaña y salir en busca del anciano, tenía la certeza de que él atesoraba respuestas que me vendrían muy bien para el texto que no paraba de manar de mí. Únicamente necesitaba datos concisos que me ayudasen con la ficción, algo así como un apuntalamiento que me permitiese hablar con cierto conocimiento de causa. La noche previa a mi partida había dejado todo preparado para al alba salir a la montaña, cenaría lo que encontrase hasta atiborrarme y después de dormir profundamente saldría a caminar por las rutas que se perdían entre los picachos. Sin embargo, a mitad de mi sueño el sonido de la puerta me despertó sobresaltado. El anciano me instaba a seguirle con movimientos prácticamente espasmódicos y yo no sabía cómo reaccionar. Me vestí lentamente mientras el hombre, visiblemente azorado, me observaba desde una banqueta. Cuando me hube vestido la luna era la única iluminación que había en el exterior, al abrir la puerta el aíre gélido nos golpeó y comencé a seguir el paso acelerado que el tipo comenzó a marcar tras el haz de la linterna que había encendido. Me llevó colina arriba, entre peñascos sobre los que tenía que hacer equilibrismos para no caer y, por fin, tras una dura marcha llegamos, antes de que saliese el sol, a un refugio para los animales durante el invierno. Una pequeña construcción de piedra con un techo de teja. Entramos y no conseguí ver nada, únicamente un extraño sonido llamó mi atención pues parecía algún animal que yo desconocía. El viejo encendió una pequeña luz de gas y el lugar se iluminó pobremente, en una de las esquinas había un joven maniatado y visiblemente torturado. El viejo se acercó hacia él y se puso detrás suyo mientras el tipo arrodillado me observaba con ojos suplicantes. - Estos, -comenzó a decir – son los culpables de la nuestra aniquilación.
Yo no daba crédito, la vieja luger que había sacado apuntaba a la nuca del muchacho y se movía en virtud de los arrebatos del viejo. – Gente como esta fue la que mató a tu abuelo. – Me espetó a la cara. No tenía ni idea de lo qué hablaba pero no podía dejar de escucharle. – Tu abuelo murió porque le falló la munición…
- ¿Qué tiene que ver eso con este tipo? – Dije señalándole.
- Otros como este puto judío, - gritó más que hablar – escupían en los casquillos de la munición que tenían que fabricar en las factorías nazis. Tu abuelo murió en el frente porque no tuvo capacidad de disparar, su arma no funcionó por culpa de los malditos judíos que, en lugar de agradecernos el que les dejásemos vivir, saboteaban la producción.
No me dio tiempo a reaccionar, el viejo apretó el gatillo y los sesos del pobre muchacho salieron disparados en todas direcciones. Lo único que me venía a la cabeza es que tenía una magnifica historia.
Nacho Valdés