jueves, enero 27, 2011

Retratos (Vol. 24)

El destello que los cuerpos celestes que habitan mi casa, abandonan a su paso, no es comparable con nada. Para los malditos, la fe es hablar con Dios sin ser creyente pero para mi es otra cosa más mundana. Es por ejemplo, el contoneo de la cintura de mi mujer avanzando por el pasillo, el baile de su figura en un crepúsculo solo nuestro o la noche de San Juan encerrados en un hotel al otro lado del mundo.

Las aristas de esos cuerpos celestes minan al hombre valiente, a aquel que no tiene nada que perder. Sin embargo dentro de esas aristas, están los momentos que perduran. Háganme caso. Sobrevivan. Díganle al cielo que no les espere todavía. Las cartas que están sobre la mesa podrían ser suyas aunque también podrían serlo de cualquiera.

El destino no dirige, solo empuja.

Cuando los cuerpos celestes desaparecen se llevan consigo todo lo dado.
Aquello por lo que vale la pena vivir, la luz que con el tiempo se convierte en niebla y se aloja clandestinamente en nosotros en forma de recuerdo.

La vida, claro…

5 comentarios:

Nacho dijo...

Críptico aunque optimista. Bonito texto, muy sugerente.

Abrazos.

Sergio dijo...

Gracias man.
Veo que una vez más eres el único que me lee y comprende... ay ay ay de mi solo en este mundo cruel...

raposu dijo...

No hombre no, no te pongas así. Yo también te leo.

Ya, ya sé que ponías una conjunción "copulativa" entre leer y comprender, pero estamos en ello.

Anónimo dijo...

Debo admitir que no suelo comentar estas entradas, pese a ser un buen lector de ellas. Y en esta ocasión estoy de acuerdo con mi antiguo profesor. Todo y el carácter de las palabras, es bonito. Me recuerda al Hallelujah de Jeff Buckley, no sabría decir la razón.

Sergio dijo...

ya lo sé, solo me quejo por vicio. Guardo vuestras palabras bajo la alfombra de la memoria.