lunes, enero 17, 2011
En el ángulo muerto Vol. 86
Borrones
El anciano hizo caso omiso de mi intento de llevar su caótica conversación hacia el terreno que me interesaba, la muerte de mi abuelo. Seguía confundiéndome con su palabrería alborotada en la que mezclaba idiomas, términos que sospechaba eran inventados y violentos movimientos del sable del que hacía ostentación y todavía no había envainado. El tipo parecía fuera de sí, presa de una extraña excitación que le llevaba a beber a grandes tragos directamente de una botella que no pude descubrir de dónde había salido. Era evidente que a cada segundo que transcurría su alcoholismo aumentaba de manera proporcional a los descomunales lingotazos que estaba sirviéndose, la situación comenzaba a intranquilizarme y procuraba mantenerme alejado del brillante filo del arma con la que no dejaba de hacer movimientos temerarios. Me llevaba a empellones de un lugar a otro de su pequeño museo y me hacía locuaces observaciones sobre los objetos que mantenía con tanto esmero, que si un uniforme había pertenecido a no sé qué oficial, que si con no sé qué pistola se había suicidado tal oficial, que si las medallas eran todas reales y conseguidas por medio de sufridas batallas contra los que denominaba cerdos comunistas.
Hice una nueva tentativa por introducir a mi abuelo en la conversación pero hizo caso omiso, simplemente me sirvió una nueva copa de alcohol a la que no atendí pues pretendía mantenerme un tanto alerta ante las descomunales reacciones del viejo que prácticamente se tambaleaba frente a las vitrinas. El hombre, ya fuera de sí, comenzó a cantar himnos nazis a un volumen tremendo mientras simulaba que desfilaba sin moverse del centro de la habitación. Mantenía en todo un intento de actitud heroica con la barbilla alta y gesto rígido pero resultaba del todo patético como ese viejo intentaba impresionarme con sus zapateos y cánticos castrenses. En un momento en el que pareció agotarse aproveché para sugerirle que descansase y me atendiese un instante, el hombre no pareció tomárselo demasiado bien e intensificó su teatro militarizado, creo que con la intención de mostrarme el estado de forma que mantenía para su edad.
Puesto que no había manera de detener su febril danza, me senté en una butaca y estuve unos minutos interminables comprobando como el tipo desfilaba mientras me dedicaba cautivadoras miradas y presentaba su sable como si una gran concurrencia se encontrase en alguna tribuna imaginaria. Cuando se hubo cansado terminó la botella de un solo trago, me miró profundamente y osciló hasta el punto que parecía que iba a desplomarse. Yo me lancé con agilidad y le sujeté del brazo para evitar un previsible accidente, el hombre me miró con desprecio y arrancó su extremidad de mis manos con un tirón seco. - Te crees que soy una mierda, que no sé cuidarme yo solo. - Me dijo a gritos al tiempo que yo volvía a alejarme e iba pensando en largarme de esa siniestra mansión. Sin embargo, al comprobar que yo perdía el interés cambió su discurso y se tranquilizó para, con una lucidez sorprendente, preguntarme por el motivo de mi visita. Le comenté que mi abuela había trabajado para su familia, que era viuda debido a la Segunda Guerra Mundial y que mi madre había nacido en su casa para después desvincularse de su familia. El tipo, tras unos segundos con la mirada perdida, comenzó a explicarme que recordaba perfectamente a mi abuela y como su familia se hizo cargo de ella para que no tuviese que quedarse en una Alemania de postguerra que había sido arrasada. Hacía hincapié en lo mucho que le debíamos por el trato que mi abuela había recibido, yo le expliqué que mi familia había trabajado para ellos y que ahí se acababa nuestra vinculación. El hombre, sin embargo, no parecía darse por vencido, y me dijo que yo, por justicia, tendría que hacer algo por él pues gracias a los suyos yo había podido nacer en España y llegar a ser alguien. Le comenté que no estaba de acuerdo y le recordé que él no era más que un niño cuando se trasladaron a España y que por lo tanto él no tenía ningún peso en la supuesta ayuda que habían recibido. El viejo comenzó a ponerse impositivo, no parecía estar acostumbrado a que le llevasen la contraria, y me comenzó a contar que mi abuela había sido durante años una especie de esclava sexual para todos los suyos, que él mismo había sido iniciado por ella y que tenía gratos recuerdos que no importaría revivir conmigo. Me intenté largar por la puerta después de dedicarle una mirada de desprecio pero me sujetó por el codo impidiéndome avanzar, quedamos enfrentados cara a cara.
Nacho Valdés
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3 comentarios:
La visita está siendo de lo más ameno, pero apuesto a que el vejete aún nos guarda lo mejor de sí mismo.
Por otra parte seguro que si se decide a enfundar el sable, Muchacho_Electrico reunirá valor para salir de su escondite.
Seguramente el viejo hace mas daño con sus palabras que con su sable, pero si tanto le temes, busca un espejo y mirando tu reflejo pronuncia tres veces el nombre de Muchacho_Electrico a la vez que das tres palmadas. En unos segundos aparecere de mi escondite y me abalanzare sobre el viejo con una dialectica que no podrán soportar sus viejas neuronas y caerá al suelo con sus oidos ensangrentados. La información que necesitas sobre tu abuelo esta en la estanteria, escondida en un libro de tono rojizo y titulado "Fue Hitler una de las primeras estrellas del rock?:Su público fue una nación entera"
Jodido viejuno...quina por que da. Lo mejor es irse por patas antes de que la cosa se ponga malita hijo mío.
A la espera de la continuación voy a patear al primer viejuno que vea.
SALUDOS
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