lunes, septiembre 06, 2010

En el ángulo muerto Vol. 70



Extrañeza

Los días se amontonaban monótonamente en cubierta, la falta de viento impedía que avanzásemos de manera efectiva en ninguna dirección. Daba la impresión de que nos habíamos quedado varados en medio del océano, alejados incluso de la posibilidad de avistar tierra. Poco a poco conseguí integrarme en la dinámica diaria de la embarcación y, a pesar de lo mermado de nuestras reservas, nadie discutía mi derecho a participar del reparto de líquido y comida que se hacía a diario. Se había decidido, dado que se rumoreaba que seguíamos perdidos, hacer una única entrega de agua y alimento y que cada cual se la administrase como desease. Esto rápidamente fue dando paso a la picaresca y aquéllos con más autocontrol o menos necesidades tenían moneda de cambio para que el resto hiciese sus tareas. Puesto que la situación era delicada, desde el mando del navío nadie puso impedimentos a que la tripulación regulase por sí misma las actividades cotidianas. En mi caso las circunstancias eran distintas, realizaba las penosas tareas que se me habían encomendado y consumía prácticamente la totalidad de mi ración de sustento diaria, reservando algo por si se presentaba alguna problemática.
El sol abrasador y la ausencia de la más mínima brisa hacían más penoso el trabajo, el mar calmo parecía un estanque del que no había posibilidad de escapar. El contacto con los marineros rasos, con los que hacía años que no compartía tiempo, me hizo comprender sus anhelos y su forma de comportarse. Aunque mi condición social y cultural estaba por encima de la de estos analfabetos, procuraba mantenerme en silencio y escuchar más que hablar. Su primitivo código de honor, que yo consideraba espontáneo hasta hacía bien poco, estaba compuesto por una serie de normas no escritas que de manera implícita hacían partícipe a todos de una misma manera de comportarse. Por supuesto las necesidades básicas tenían que estar cubiertas para que no se enervasen los ánimos, pero había otros factores que fui comprendiendo y que eran incluso más importantes. Uno de los asuntos que descubrí como capitales para la tripulación era el del liderazgo. Estos hombres rudos y en apariencia autónomos, necesitaban de una mano férrea que les guiase en su camino. En ausencia de una dirección firme se volvían inestables, caían en la apatía y comenzaban a poner en tela de juicio la capitanía. Eso era exactamente lo que estaba sucediendo y llegué a comprender que era lo que había sucedido con mi antigua tripulación, como en esta ocasión yo hacía las más bajas funciones de la marinería estaba al tanto de los entresijos de los que se fraguaba entre los hombres. Puesto que todavía no tenía claro la catadura de ninguno de los bandos, estaba a la espera de posicionarme cuando saltase el conflicto que, en caso de seguir sin rumbo, estallaría inevitablemente.
Aunque lejos de los conflictos ficticios o reales que intuía, otro asunto me tenía alerta. Indudablemente el barco iba cargado pues la línea de flotación así lo indicaba, pero se me negaba el acceso a la bodega de manera sistemática y no se hablaba del servicio que prestaba el buque. Resultaba significativo que existían a disposición del capitán distintos pabellones, ese dato me llevaba a pensar que en alguna ilegalidad tendría que estar incurriendo cuando se hacía necesario cambiar de nacionalidad según la necesidad. Al ser un miembro de la tripulación, yo estaba incurriendo en esa presumible falta y, por este motivo, me decidí a realizar una indagación sobre lo que transportábamos. Fingiendo que había agotado mis reservas alimenticias canjeé con un viejo marinero el turno nocturno, que resultaba pesado y monótono, por algo de comida. Suponía que al amparo de la noche podría acceder a la carga sin levantar sospechas. Cuando estaba de ronda, bebí algo con mi compañero de guardia y cuando éste acabó medio borracho le dejé dormitando sobre la cubierta. Con una lámpara de aceite tomé el camino hacia las entrañas del navío. La humedad, los crujidos y las sombras proyectadas por mi precaria iluminación me hacían creer que era hacía la entrada del infierno a la que me dirigía. Sin embargo, lo que me iba a encontrar era mucho más terrible de lo que me podría imaginar en cualquiera de mis pesadillas. La puerta estaba asegurada con un simple cerrojo que descorrí, en un primer golpe de vista no distinguí nada pero enseguida tuve la sensación de estar siendo observado. Cuando por fin pude distinguir las sombras informes pude darme cuenta de que la carga era humana y que cientos de negros estaban bajo la cubierta muriéndose sin que nadie hiciese nada por ellos. Cerré atropelladamente y casi cayéndome por la angosta subida debido a la impresión volví a mi puesto decidido a recapacitar sobre lo descubierto.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Los nuevos tonos del Blog le van que ni pintados a la creciente oscuridad del relato.

Que los Sabios tengan vientos favorables y nos muestren sus mejores creaciones.

Sergio dijo...

Ando algo perdido en estas entregas, asi que me reservo la opinión hasta que haya leído la historia completa.

SALUDOS AL COMANDANTE