Eloisa
Nunca sabré si fue una casualidad o un efecto de la música, pero de repente me sentí absolutamente enamorado de ella. Revolvía con cuidado un bote de fabada al fuego, mientras sus amigas nos ayudaban a limpiar la tienda de campaña. Era irreal, suave, inalcanzable, y yo dejé que unas mariposas me revolotearan en el estómago durante un rato.
Aquellas niñas pijas que tenían casa de veraneo en el pueblo nos habían adoptado y venían a la playa cada día a cuidarnos un poco.
Eloisa nunca me hizo caso lo que, además de doloroso, no era nada frecuente. No salía de mi asombro y aquella semana de suelo duro, fiestas y latas de conserva, fue un calvario.
En el transistor el programa El Melotrón ponía día sí, día también, a Barry Ryan con su Eloise. ¿Le pasaría a él lo mismo? Qué lástima que en aquel entonces los Hermanos Maristas sólo nos enseñaban francés….
miércoles, noviembre 26, 2008
martes, noviembre 25, 2008
¡Muchas felicidades Mr. Marshall!
lunes, noviembre 24, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 47)
Vamos a jugar…
Hoy voy a tratar con uno de esos pocos genios que justifican, por sí solos, la existencia del medio televisivo. No es otro que el genial Jim Henson del que ya hemos comentado otras de sus producciones como Barrio Sésamo. En esta oportunidad, me gustaría tratar de una de las series más excitantes, estimulantes e hipnóticas (para un niño) de la historia de la televisión. Ésta, que será conocida para todo el que haya vivido los locos años ochenta, es la inigualable Fraggle Rock.
Los primeros recuerdos que vienen a memoria son los referentes al horario. La emitían los domingos a última hora de la tarde, y este era el motivo por el que muchas veces me la perdía, lo cual por supuesto me daba mucha rabia. Entre que al día siguiente había que ir al colegio y que normalmente los domingos por la tarde salía con mis padres, al final, muchos días me iba a la cama sin mi ración semanal de las aventuras de estos pequeños tipos de colores. Por supuesto en aquella época no había ni Internet, ni ediciones en DVD, ni nada por el estilo, por lo que cuando te perdías algo en la tele era para siempre. Tendré que ponerme a recuperar el tiempo perdido.
Aunque los personajes principales eran los fraggel, que eran una especie de pequeños seres de colores chillones, los que más me gustaban eran los personajes secundarios que aparecían en cada programa. Aunque estos bichitos también tenían su gracia, lo que más me llamaba la atención era la vida indolente que llevaban; vivían en cuevas, sólo vestidos de cintura para arriba, no trabajaban ni estudiaban y lo único arriesgado que hacían en toda la jornada era ir a recoger rábanos al huerto de los Goris. De los fraggel, el que más me gustaba era Gobo, que además tenía contacto con el exterior ya que cada programa recogía las postales que le mandaba su tío Matt el viajero. Esta era una de las mejores partes, cuando el tío Matt contaba sus desventuras junto con lo que el denominaba “estúpidas criaturas” del “mundo exterior”. Siempre había algún equivoco entre las costumbres fraggel y las de los humanos que me provocaban tremendas carcajadas.
Otros seres importantes de este universo eran los Goris. Vivían al margen de los humanos y se consideraban los emperadores del universo, aunque residían en una especie de chabola con un huerto. Tenían especial relevancia para los fraggel ya que cultivaban los rábanos que tanto les gustaban, por este motivo, porque esquilmaban su huerto, consideraban a estos coloridos personajillos como una plaga que había que erradicar.
Importante para el mundo fraggel, era la montaña basura que habitaba en el terreno de los Goris. Ésta era un montón de desperdicios sumamente sabios y con gran personalidad, que con ayuda de dos ratas, daba consejo a los pequeños habitantes de Fraggel Rock.
Fundamental en la organización Fraggel eran los Curris, unos pequeños obreros de color verde que se pasaban la vida trabajando en unas fantásticas construcciones que después se comían los fraggel. Esto pequeños tipos verdosos, muy aplicados ellos, reconstruían lo destruido para que nunca faltase la comida en Fraggel Rock. En fin, esta era la otra cara de la moneda ya estos pobrecitos se pasaron la serie trabajando en balde.
Comunicando con el exterior estaba el taller de un inventor al que se conocía por Doc. Éste vivía inmerso en sus ocurrencias al margen de los fraggel y el resto de la sociedad, como compañero tenía a su perro Sprocket que era el único que sabía de la existencia de los fraggel y luchaba por hacérselo saber a su dueño. Todas las semanas Gobo tenía que ir a la papelera de Doc a buscar las postales de su tío Matt, ya que el viejo inventor siempre las tiraba ya que pensaba que se habían equivocado en el remitente.
La serie estuvo en antena desde 1983 hasta 1987, con un total de 96 episodios. A pesar de ser uno de los mejores productos vistos en la televisión nunca, que yo sepa, ha sido repuesta. Creo que la primera temporada salió recientemente en DVD, pero espero que los niños de las generaciones presentes también puedan disfrutar de las aventuras de estos pequeños seres con una vida tan despreocupada.
Nacho Valdés (corrigiendo chorradas)
sábado, noviembre 22, 2008
Adios a la Riviera
El ayuntamiento de Madrid clausura La Riviera.
Tras la muerte de un chico en la discoteca Balcón Rosales el ayuntamiento de Madrid ha decido clausurar cuatro discotecas de la ciudad. La Riviera acumulaba además quejas de los vecinos por exceso de ruido. Curiosamente, las quejas venían referidas a las noches en las que la sala funciona como discoteca y no como sala de conciertos.
En fin, creo que es una noticia bastante mala. Puedo decir que me despedí de ella el tres de octubre de este mismo año viendo a Ariel Rot liderar Tequila con sus seís cuerdas. También me ofreció hace ya algún tiempo el regreso de Calamaro a los escenarios tras seís años de ausencia cantando con Jaime Urrutia "Cuatro Rosas".
Una gran pérdida.
Tras la muerte de un chico en la discoteca Balcón Rosales el ayuntamiento de Madrid ha decido clausurar cuatro discotecas de la ciudad. La Riviera acumulaba además quejas de los vecinos por exceso de ruido. Curiosamente, las quejas venían referidas a las noches en las que la sala funciona como discoteca y no como sala de conciertos.
En fin, creo que es una noticia bastante mala. Puedo decir que me despedí de ella el tres de octubre de este mismo año viendo a Ariel Rot liderar Tequila con sus seís cuerdas. También me ofreció hace ya algún tiempo el regreso de Calamaro a los escenarios tras seís años de ausencia cantando con Jaime Urrutia "Cuatro Rosas".
Una gran pérdida.
jueves, noviembre 20, 2008
Confesiones del Comandante Stratocaster Vol. 7
Lejana California
Como era el mayor de los nietos, en aquellas inmensas comidas familiares con los abuelos tenía algunos privilegios y podía sentarme en la mesa de mayores. No era muy consciente de que fuera un privilegio, me parecía la cosa más natural del mundo no mezclarme con aquellos carajillos, pero ellos se encargaban de hacérmelo ver más tarde. En total éramos más de veinte primos de todas las edades desde mis 15 para abajo.
Quizás lo único que lamentaba es que eso también me alejaba un poco de mis primas que, después de todo, no eran tan carajillas y además al menos un par de ellas parecía que me ponían buena cara.
Ese día asistí a uno de esos misterios de las mujeres que luego nunca dejaron de aparecer por aquí y por allá y que, por supuesto, nunca podré llegar a comprender. Vinieron las dos juntas, precisamente esas dos, a decirme que si quería ir con ellas al salón de la tele, que iba a empezar un programa musical.
Del programa lo único que puedo decir es que era, como todos, en blanco y negro y de mis primas… que se llamaban María Isabel y María Fernanda.
En la tele, unos señores hacían como que cantaban mientras sonaba “Good Vibrations” de los Beach Boys y todos pensábamos que California debía estar realmente lejos.
Como era el mayor de los nietos, en aquellas inmensas comidas familiares con los abuelos tenía algunos privilegios y podía sentarme en la mesa de mayores. No era muy consciente de que fuera un privilegio, me parecía la cosa más natural del mundo no mezclarme con aquellos carajillos, pero ellos se encargaban de hacérmelo ver más tarde. En total éramos más de veinte primos de todas las edades desde mis 15 para abajo.
Quizás lo único que lamentaba es que eso también me alejaba un poco de mis primas que, después de todo, no eran tan carajillas y además al menos un par de ellas parecía que me ponían buena cara.
Ese día asistí a uno de esos misterios de las mujeres que luego nunca dejaron de aparecer por aquí y por allá y que, por supuesto, nunca podré llegar a comprender. Vinieron las dos juntas, precisamente esas dos, a decirme que si quería ir con ellas al salón de la tele, que iba a empezar un programa musical.
Del programa lo único que puedo decir es que era, como todos, en blanco y negro y de mis primas… que se llamaban María Isabel y María Fernanda.
En la tele, unos señores hacían como que cantaban mientras sonaba “Good Vibrations” de los Beach Boys y todos pensábamos que California debía estar realmente lejos.
lunes, noviembre 17, 2008
En el Backstage
Fin de fiesta
Siguiendo la estela de Robe, me encontré este fin de semana en Madrid viendo de nuevo a Extremoduro. La ocasión lo requería ya que iba a ser escoltado hasta el Palacio de los Deportes por nada menos que un Comandante y una bella rubia. Al final, problemas de logística provocaron que en lugar de un Comandante me escoltase un grumete y la atractiva joven antes citada.
La llegada al lugar del concierto fue un poco accidentada, una par de equivocaciones, el depósito de gasolina en reserva y, por supuesto, una cola que daba varias vueltas al estadio.
Al final todo resultó más fácil de lo que parecía al primer golpe de vista, entramos rápido y llegamos a nuestros asientos sin problemas. Aunque al principio parecía que iba a ser un poco incómodo y que íbamos a estar lejos demasiado lejos, resultó mucho mejor que bajar a la pista con la cantidad ingente de personas que había. Por lo menos desde arriba daba la impresión de que no cabía ni un alfiler a los píes del escenario, y tengo que reconocer que en la grada tuve mi espacio, pude dejar la cazadora aparcada y resultó muy sencillo estar cómodamente viendo el concierto. Incluso había unos tipos con una mochila en la espalda que iban repartiendo cerveza a discreción, previo pago por supuesto.
El repertorio de Madrid y la organización del concierto fue idéntico al de Beniparrel, los mismos guiños y el mismo orden en el programa. La diferencia estuvo básicamente en el lugar, ya que desde mi punto de vista el Palacio de los Deportes no reúne las condiciones para este tipo de espectáculos. El sonido, aunque no era terrible, no estaba a la altura de las expectativas, la voz quedaba siempre por debajo de las guitarras y la acústica del enorme local no ayudaba a mejorar este aspecto. Considero que las grandes ciudades deberían habilitar lugares adecuados para las grandes citas como la del sábado, entiendo que mucha gente desee asistir a estos eventos, pero no se pueden cobrar treinta euros por un concierto que no reúne las condiciones adecuadas para su ejecución. Supongo que como la gente se resigna no se toman medidas para mejorar este aspecto, pero lo que está claro es que cualquier melómano se tiraría de los pelos si una orquesta sinfónica tocase en un lugar como el Palacio de los Deportes. ¿Qué es lo qué pasa? ¿Es que el Rock no es cultura viva? En fin, si fuésemos un poco más exigentes estas cosas no pasarían.
En el tema interpretativo, como siempre, la banda funcionó como un reloj. En todo momento se portaron con profesionalidad y se compenetraron a la perfección, no hubo ningún problema en la ejecución de los solos, ni en los adornos que el último disco requiere. Iñaki, como de costumbre brilló a gran altura y estuvo demostrando porque está considerado como uno de los mejores guitarristas de España. Con su Gibson SG hizo diabluras y frases imposibles mientras desgranaba, una a una, todas las posturas y poses del mundo del Rock.
Por su lado, Robe brilló a gran altura, aunque con las limitaciones acústicas inherentes al lugar donde tocaron. La voz, desde mi opinión estaba un poco más cascada que en Valencia, pero hay que decir en su descargo que lleva a sus espaldas una gran cantidad de conciertos y la noche anterior había tocado en el mismo lugar. Únicamente en uno de los temas desentonó un poco, aunque rápidamente solventó el error.
Resumiendo, fue el final de gira ideal y se notaba en todos los componentes del equipo que cerraban ciclo y que estaban orgullosos de la acogida que ha tenido este último trabajo.
La nota negativa de la noche se dio con la ausencia del Comandante. Hay que decir que no hubiese sido el único representante de su espectro de edad ya que había todo tipo de personas disfrutando de la música, desde soldados rasos hasta generales llenos de galones. En fin, nos acordamos mucho de él y tenemos el compromiso de asistir al concierto que le apetezca en cuanto esté totalmente recuperado. Esperemos que sea tan bueno como este último.
Nacho Valdés (trabajando como un mono)
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 46)
Cerca, lejos
Una de las cosas que más me fascinan del mundo televisivo es su capacidad de llevarnos a lugares lejanos o incluso a universos fantásticos, y precisamente esta característica es lo que provoca que tomemos distancia con respecto a lo que se nos muestra. Lo que quiero decir es que precisamente esta peculiaridad es la que hace que pongamos espacio de por medio con ciertas imágenes que salen por televisión, mientras que la actitud frente a otras es la de aferrarnos a ellas intentando hacerlas nuestras. Es decir, este mundo tiene la ambivalencia que le ofrece las dos dimensiones que básicamente el ser humano puede asumir frente a algo; o bien hacerlo suyo, asumirlo e intentar personalizarlo o alejarse, intentando evitar la relación con cierto mundo o con alguna realidad con la que no nos sentimos identificados. Lo curioso es que estas dimensiones pueden estar insertas en cualquier contenido televisivo, da igual de lo que se trate, únicamente los mecanismos psicológicos de nuestra mente son responsables de esta situación.
Evidentemente, ante la ficción todo el mundo se aleja, nuestra mente se relaja y es entonces cuando nos divertimos con la televisión. Queda patente que un argumento inventado provoca que la separación con respecto a la imagen se haga más evidente, nos limitamos a tumbarnos en el sofá y a esperar que nos sorprendan con los guiones fantásticos que han salido de la mente de algún escritor. Sólo en casos extremos la gente se identifica con este tipo de productos, siempre existirá el enfermo que sin capacidad para distinguir la verdad de la ilusión se cree que su vida o el ambiente en el que se mueve es similar al que nos muestra la programación. Pero en este caso hablamos de una enfermedad o de algún tipo extremismo que lleva al sujeto a no ser capaz de llevar una vida sana. Ejemplos hay a patadas: puedo citar a los freaks que se disfrazan del Señor de los anillos y se creen elfos, enanos u orcos; o aquellos seguidores de series de dibujos manga que se disfrazan como sus ídolos y se van a convenciones y cosas por el estilo. Mientras no se metan con nadie estupendo, pero hay que reconocer que ver a un tipo de treinta y pico años con capa, armadura, espada de plástico y hablando en un idioma inventado no deja de ser, por lo menos, curioso.
Pero hay otro producto en el que la distancia y la lejanía se toma dependiendo del carácter personal o de la salud mental de cada uno. Según Sigmund Freud, al que todo el mundo reconoce como fundador del psicoanálisis, lo propio de una persona mentalmente sana es olvidar lo desagradable o las malas experiencias. Aquí entra en juego lo que es considerado como desagradable para cada persona, lo que a uno le resulta aborrecible a otro puede resultarle apetecible. Considero que con un ejemplo todo quedará más claro. Si una persona ve como por televisión salen poblados africanos paupérrimos en los que la gente está sufriendo hambrunas o una guerra civil, lo habitual es que esta información se tome como si de ficción se tratase. La persona sana, por mucho que se entristezca por esta realidad, se lo toma como si estuviese viendo la llegada del hombre a la Luna. Es decir, se aleja de esa imagen que choca con su estereotipo de lo que el mundo significa. En el caso contrario, en el del tipo que se acerca a esta realidad, esto puede provocar que se rompa su escala de valores y que tome el primer vuelo como voluntario para intentar aplacar esas realidades con las que se ha identificado. Aunque lo normal es que se tome la primera postura, no son extraños los casos de aquellos que rompen con el primer mundo para intentar arreglar lo que le han mostrado por medio de imágenes.
Pero también resulta curioso cuando sale algo por la tele que identificamos. Por ejemplo, cuando en una serie sale un lugar familiar o una persona que conocemos o que hemos visto por la calle, lo habitual es que demos gritos de alegría diciendo: “Es mi calle” o “A ese lo conozco”. Suele resultar bochornoso como nos sentimos orgullosos de tonterías tan enormes como haber pasado por el lugar por el que se rueda una serie, o por haber visto una noche en un bareto a un actor con el que nos sentimos ligados sólo por haber cruzado unas palabras o por haber compartido un espacio común. En fin, curiosidades de la mente humana.
El ejemplo más patente sobre el alejamiento con respecto a las realidades desagradables lo viví en primera persona y me gustaría narrarlo. Fue el día de los atentados del 11 de marzo en Atocha, aquel día no tenía facultad y me levanté tarde para ir a trabajar a un bar de menús en el que echaba unas horas para pagarme mis cosas. El restaurante estaba en Chamartín, por lo que tenía que coger el tren todos los días desde la universidad para llegar a la hora de la comida. Es decir, con el tema de los trenes tenía relación diaria. A pesar de todo, y de que pasaba muy a menudo por Atocha, cuando me levanté y salieron las tremendas imágenes por televisión, tenía la sensación de que todo era irreal y que más que Madrid estaban sacando imágenes de Irak o de algún lugar remoto en el que se había producido un atentado. Todavía sin creerme lo que había pasado salí a la calle e intenté coger el tren para ir a trabajar, por supuesto no había servicio, por lo que cogí el autobús. Cuando entraba por Madrid, pasando frente al Ramón y Cajal y La paz, la realidad ya me golpeaba y me hacía despertar. Decenas de ambulancias y cientos de personas se agolpaban a las puertas de estas clínicas, unos trabajando y otros buscando a su familia y amigos entre los heridos. Cuando llegué al restaurante toda la gente estaba en la calle, los edificios cercanos a Chamartín, por miedo a otro atentado, habían sido desalojados y todo el mundo, desde ejecutivos hasta personal de limpieza, se agolpaba por las avenidas por las que habitualmente circulaban los coches. Llegué a trabajar y, por supuesto, el bar estaba lleno de gente viendo la televisión y atendiendo a lo que el gran Acebes soltaba. Al final fue un día difícil del que no puede tomar distancia ya que la imagen se volvió realidad para mí.
Nacho Valdés (en busca de vacaciones)
miércoles, noviembre 12, 2008
Confesiones del Comandante Stratocaster Vol. 6
Radio mágica
Como cada tarde, Doña Elena Francis repartía sus juiciosos consejos a aquellas jóvenes atribuladas que no sabían si debían ceder a los requerimientos lascivos de sus novios y cómo averiguar si realmente iban con buena intención. La voz aterciopelada de la supuesta Doña Elena, que bastantes años más tarde supimos que en realidad era un tío, arrullaba a los oyentes, algunos de los cuales pensábamos más en los requerimientos propiamente dichos que en su solución. Cuanto más aprietan las realidades, más ligera es la fantasía.
De repente sonó una música, sin más. Sin anuncios, sin titulo, sin saber de dónde procedía. Era mágica, electrizante, arrolladora. No sabía que podía haber música así.
Los días siguientes fueron obsesión. En cuanto llegaba del colegio ponía la radio y me comía los seriales, los concursos, todo… a ver si volvían a poner aquella música. Y sí, la volvieron a poner muchas veces, e incluso contaron que era “Extiende tus brazos”, de Four Tops.
Se me hace algo difícil comprender como se llega a ese titulo desde “Reach Out, I'll Be There”, pero para mí es demasiado tarde. Siempre será “Extiende tus brazos”.
Como cada tarde, Doña Elena Francis repartía sus juiciosos consejos a aquellas jóvenes atribuladas que no sabían si debían ceder a los requerimientos lascivos de sus novios y cómo averiguar si realmente iban con buena intención. La voz aterciopelada de la supuesta Doña Elena, que bastantes años más tarde supimos que en realidad era un tío, arrullaba a los oyentes, algunos de los cuales pensábamos más en los requerimientos propiamente dichos que en su solución. Cuanto más aprietan las realidades, más ligera es la fantasía.
De repente sonó una música, sin más. Sin anuncios, sin titulo, sin saber de dónde procedía. Era mágica, electrizante, arrolladora. No sabía que podía haber música así.
Los días siguientes fueron obsesión. En cuanto llegaba del colegio ponía la radio y me comía los seriales, los concursos, todo… a ver si volvían a poner aquella música. Y sí, la volvieron a poner muchas veces, e incluso contaron que era “Extiende tus brazos”, de Four Tops.
Se me hace algo difícil comprender como se llega a ese titulo desde “Reach Out, I'll Be There”, pero para mí es demasiado tarde. Siempre será “Extiende tus brazos”.
martes, noviembre 11, 2008
lunes, noviembre 10, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg series Vol. 45)
Planeta cámara
Sin prácticamente reparar en ello, la sociedad actual camina con paso firme hacia la comunidad distópica descrita en la novela de George Orwell 1984. Evidentemente hago esta afirmación en un sentido limitado y no quiero con ello crear cierta paranoia en relación al futuro que nos aguarda o a posibles degradaciones que puedan suceder en los gobiernos democráticos de occidente. No creo que marchemos hacia el autoritarismo más dogmático, ni siquiera que estemos destruyendo la cultura y la literatura; lo que quiero indicar es la presencia permanente de la imagen en nuestra vida cotidiana. Sí, se puede decir que los viejos modos de expresión siguen vivos, pero para algunos públicos y en algunos contextos languidecen frente a la potencia hipnótica de la imagen en movimiento que el medio televisivo ha popularizado. Fijémonos como de un tiempo a esta parte, el número de grabaciones de tipo mundano se ha multiplicado hasta la infinitud. Antes, era el profesional del medio el que realizaba esta tarea, hoy por hoy, gracias a la indulgencia de Internet y al desarrollo tecnológico, cualquiera con un móvil puede alcanzar los efímeros minutos de fama de los que hablaba Warhol.
Desde mi punto de vista todo comenzó con la popularización de las cámaras de video, aquellas enormes máquinas que grababan directamente en formato VHS y que costaban una pasta. Esto sucedía, por lo menos aquí en España, a finales de los ochenta. Algunos afortunados podían, gracias a la inversión realizada, grabar en video sus mejores momentos para después atormentar a las visitas. ¿Quién no ha tenido que tragarse la boda o la comunión de algún familiar? Grabaciones infumables, mal iluminadas y en las que no había ningún criterio que pudiese acercarnos al arte o, al menos, al entretenimiento. Por supuesto, el tema del montaje era totalmente desconocido y se grababa sin compasión y sin cortes cualquier acontecimiento que se considerase importante. Desde la típica comida familiar, hasta las grabaciones experimentales a las que algunos palizas se lanzaban.
Un poco después la cosa se popularizó de manera definitiva, la bajada de los precios y del tamaño del aparato en cuestión provocó que cualquiera pudiese acceder al mundo de la imagen. Las videocámaras bajaron de precio, se podían conectar al ordenador y los más avispados incluso realizaban sus montajes para que la cosa se pudiese digerir con mayor facilidad. Aquí el tema ya se comenzaba a escapar de las manos, cualquiera de nuestros movimientos podía ser observado y visto por la pequeña pantalla. La mayoría de las veces esto no sucedía, pero ya los productores televisivos se dieron cuenta de cómo esta imagen casera y, en algunos casos bochornosa, podía ser utilizada para rellenar un programa entero. Con este espíritu nacen transmisiones del tipo de Videos de primera, que durante algún tiempo llegaron a multiplicarse hasta el exceso. El tema solía hacer referencia a las tonterías o torpezas que cometía la gente en su vida privada, y esto, parece ser que da mucha risa. Siempre resulta gratificante ver como alguien se parte la cara desde la comodidad de tu sofá.
Otra vuelta de tuerca se dio con la legislación que permitía el uso de videocámaras para la vigilancia urbana, aquí es donde el tema se comenzó a disparar y escaparse de las manos. Con la excusa de la seguridad ciudadana, cosa totalmente respetable, hemos llenado las ciudades, bancos, centros comerciales, carreteras y demás lugares comunes de cámaras que supuestamente velan por nuestra seguridad. El problema es el precio que pagamos por esta supuesta seguridad, ya que está muy bien que se identifique a un malhechor gracias a esta red de imágenes, pero ¿no perdemos gran parte de nuestra intimidad y autonomía? ¿Realmente necesitamos este paternalismo y esta vigilancia absoluta de todo lo que hacemos?
Por último, el trampolín definitivo hasta la fecha para este asunto, es la aparición de los móviles con cámaras y el amparo perfecto que brinda Internet para el uso de la imagen con cualquier fin que se proponga, sea este intencionado o no. Gracias a la Red, y a la televisión que también recibe este tipo de grabaciones, hemos sido testigos de nacimientos, muertes, atentados, ejecuciones, guerras, escenas amables, algunas no tan amables, sexo casero y demás temas cotidianos que parece ser lo que despierta nuestras más bajas pasiones. De hecho, este formato llevado al extremo en los Reality shows es lo que prima en la actualidad. Gente cotidiana haciendo cosas cotidianas.
Parece que el Big Brother del que hablaba Orwell en su novela está con nosotros, alrededor y, lo que es preocupante, sin freno ni control. Todo este conglomerado de imágenes de todo tipo corre con libertad en todos los medios que tiene a su alcance, da la sensación que nos insensibilizamos a medida que este fenómeno crece y que irremisiblemente nuestras vidas orbitan en torno a la imagen barata que nos ofrece un móvil.
Sin prácticamente reparar en ello, la sociedad actual camina con paso firme hacia la comunidad distópica descrita en la novela de George Orwell 1984. Evidentemente hago esta afirmación en un sentido limitado y no quiero con ello crear cierta paranoia en relación al futuro que nos aguarda o a posibles degradaciones que puedan suceder en los gobiernos democráticos de occidente. No creo que marchemos hacia el autoritarismo más dogmático, ni siquiera que estemos destruyendo la cultura y la literatura; lo que quiero indicar es la presencia permanente de la imagen en nuestra vida cotidiana. Sí, se puede decir que los viejos modos de expresión siguen vivos, pero para algunos públicos y en algunos contextos languidecen frente a la potencia hipnótica de la imagen en movimiento que el medio televisivo ha popularizado. Fijémonos como de un tiempo a esta parte, el número de grabaciones de tipo mundano se ha multiplicado hasta la infinitud. Antes, era el profesional del medio el que realizaba esta tarea, hoy por hoy, gracias a la indulgencia de Internet y al desarrollo tecnológico, cualquiera con un móvil puede alcanzar los efímeros minutos de fama de los que hablaba Warhol.
Desde mi punto de vista todo comenzó con la popularización de las cámaras de video, aquellas enormes máquinas que grababan directamente en formato VHS y que costaban una pasta. Esto sucedía, por lo menos aquí en España, a finales de los ochenta. Algunos afortunados podían, gracias a la inversión realizada, grabar en video sus mejores momentos para después atormentar a las visitas. ¿Quién no ha tenido que tragarse la boda o la comunión de algún familiar? Grabaciones infumables, mal iluminadas y en las que no había ningún criterio que pudiese acercarnos al arte o, al menos, al entretenimiento. Por supuesto, el tema del montaje era totalmente desconocido y se grababa sin compasión y sin cortes cualquier acontecimiento que se considerase importante. Desde la típica comida familiar, hasta las grabaciones experimentales a las que algunos palizas se lanzaban.
Un poco después la cosa se popularizó de manera definitiva, la bajada de los precios y del tamaño del aparato en cuestión provocó que cualquiera pudiese acceder al mundo de la imagen. Las videocámaras bajaron de precio, se podían conectar al ordenador y los más avispados incluso realizaban sus montajes para que la cosa se pudiese digerir con mayor facilidad. Aquí el tema ya se comenzaba a escapar de las manos, cualquiera de nuestros movimientos podía ser observado y visto por la pequeña pantalla. La mayoría de las veces esto no sucedía, pero ya los productores televisivos se dieron cuenta de cómo esta imagen casera y, en algunos casos bochornosa, podía ser utilizada para rellenar un programa entero. Con este espíritu nacen transmisiones del tipo de Videos de primera, que durante algún tiempo llegaron a multiplicarse hasta el exceso. El tema solía hacer referencia a las tonterías o torpezas que cometía la gente en su vida privada, y esto, parece ser que da mucha risa. Siempre resulta gratificante ver como alguien se parte la cara desde la comodidad de tu sofá.
Otra vuelta de tuerca se dio con la legislación que permitía el uso de videocámaras para la vigilancia urbana, aquí es donde el tema se comenzó a disparar y escaparse de las manos. Con la excusa de la seguridad ciudadana, cosa totalmente respetable, hemos llenado las ciudades, bancos, centros comerciales, carreteras y demás lugares comunes de cámaras que supuestamente velan por nuestra seguridad. El problema es el precio que pagamos por esta supuesta seguridad, ya que está muy bien que se identifique a un malhechor gracias a esta red de imágenes, pero ¿no perdemos gran parte de nuestra intimidad y autonomía? ¿Realmente necesitamos este paternalismo y esta vigilancia absoluta de todo lo que hacemos?
Por último, el trampolín definitivo hasta la fecha para este asunto, es la aparición de los móviles con cámaras y el amparo perfecto que brinda Internet para el uso de la imagen con cualquier fin que se proponga, sea este intencionado o no. Gracias a la Red, y a la televisión que también recibe este tipo de grabaciones, hemos sido testigos de nacimientos, muertes, atentados, ejecuciones, guerras, escenas amables, algunas no tan amables, sexo casero y demás temas cotidianos que parece ser lo que despierta nuestras más bajas pasiones. De hecho, este formato llevado al extremo en los Reality shows es lo que prima en la actualidad. Gente cotidiana haciendo cosas cotidianas.
Parece que el Big Brother del que hablaba Orwell en su novela está con nosotros, alrededor y, lo que es preocupante, sin freno ni control. Todo este conglomerado de imágenes de todo tipo corre con libertad en todos los medios que tiene a su alcance, da la sensación que nos insensibilizamos a medida que este fenómeno crece y que irremisiblemente nuestras vidas orbitan en torno a la imagen barata que nos ofrece un móvil.
Nacho Valdés (firme y seguro ante la adversidad)
lunes, noviembre 03, 2008
Confesiones del Comandante Stratocaster vol. 5
Loli
-Ven, vamos a tomar el aire –dijo ella mientras le tiraba de la mano.
Él se dejó llevar sin decir nada, un poco confuso porque ya no dominaba la situación. Salieron del salón donde el resto del grupo reía y bailaba, entraron en lo que debía ser la habitación de los padres de Jesús, el organizador del guateque, y se asomaron al balcón. Era septiembre.
Estuvieron allí un rato, a oscuras, sin decir nada, sin soltarse la mano.
-Hace frío ¿volvemos para adentro? –dijo Loli.
Él asintió, pero con la sensación de que algo estaba fallando. No era así como tenían que ocurrir las cosas, pero no tenía referencias. Nunca le había ocurrido. Demasiado para 14 años de 1966.
Volvieron sobre sus pasos pero antes de llegar a la puerta ella se dio la vuelta y buscó su boca. Él, sorprendido, finalmente entendió… y se dejó llevar.
Allá al fondo se oía en el tocadiscos “Un sorbito de champán” de Los Brincos.
-Ven, vamos a tomar el aire –dijo ella mientras le tiraba de la mano.
Él se dejó llevar sin decir nada, un poco confuso porque ya no dominaba la situación. Salieron del salón donde el resto del grupo reía y bailaba, entraron en lo que debía ser la habitación de los padres de Jesús, el organizador del guateque, y se asomaron al balcón. Era septiembre.
Estuvieron allí un rato, a oscuras, sin decir nada, sin soltarse la mano.
-Hace frío ¿volvemos para adentro? –dijo Loli.
Él asintió, pero con la sensación de que algo estaba fallando. No era así como tenían que ocurrir las cosas, pero no tenía referencias. Nunca le había ocurrido. Demasiado para 14 años de 1966.
Volvieron sobre sus pasos pero antes de llegar a la puerta ella se dio la vuelta y buscó su boca. Él, sorprendido, finalmente entendió… y se dejó llevar.
Allá al fondo se oía en el tocadiscos “Un sorbito de champán” de Los Brincos.
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 44)
Mitos caídos
La historia personal de nuestra generación, supone la destrucción de la mitología que la televisión crea desde el momento en el que nacemos. Parece un juego en el que el cometido es ir descubriendo qué es falso y qué es verdadero. En la mayoría de los casos la gente es capaz de discernir la verdad de la ficción, aunque en otros no se da esta opción. Como mi abuela, que un día me preguntaba, al ver una película, si la paliza que le estaban dando a un tipo era de verdad o de mentira. Yo ya estaba crecidito y después de vacilar un poco, le confesé que no era más que una especie de baile en el que prácticamente no se tocaban.
Los mismos golpes inverosímiles y tremendas curras se sucedían en el Wrestling o Lucha libre que de pequeño veía en Telecinco. Para un niño de poco más de diez años esto suponía lo más de lo más, y aunque suene un poco gay, era increíble ver como una especie de supergladiadores hipermusculados se ponían la cara como un mapa. Por supuesto, además de creernos la historia, la reproducíamos en el colegio aunque con resultados diferentes a los de la pequeña pantalla. Mientras que a estos tipos se les ponía un poco roja la piel debido a las galletas, nosotros sangrábamos y nos lesionábamos en la más cruel de las arenas; la del colegio.
Parece ser que este espectáculo nació como una especie de deporte ambulante, como una feria en la que además de los prodigios y demostraciones de fuerza se sucedían los combates amañados en los que el secretismo de las exhibiciones era la nota predominante. Todo con la intención de crear una especie de aura de misterio alrededor de los luchadores. Con el tiempo, y ante la expectación que levantaban, comenzaron a profesionalizarse y a llenar estadios en los que el americanito medio podía desfogar sus impulsos. Por supuesto dio el salto a la televisión y, con el tiempo, a España. Aquí los niños de mi época fuimos testigos los sábados por la mañana, después de Humor Amarillo (una maravilla), de cómo unos tipos totalmente deformes de levantar mancuernas daban grandes saltos y se zurraban la badana cosa mala.
Recuerdo las discusiones con mi padre en las que el tema principal era la verdad o falsedad del espectáculo, por supuesto mi hermano y yo defendíamos la veracidad de los hechos y creíamos a pies juntillas en los hitos de nuestros héroes.
La dinámica era muy sencilla y atractiva para un niño. Después de desayunar, mientras los padres descansaban un poco más y se desperezaban, nos acercábamos al televisor y sintonizábamos en busca de la ración de hostias del fin de semana. Comenzaba el tema con el anuncio de algún combate de alto voltaje para el que había que esperar todo el programa, antes había que ver los de bajo nivel y los de parejas.
Los dos primeros combates solían enfrentar a un luchador de primera fila, es decir cachas y conocido, con un desconocido gordito y feito. Requisito para hacerse luchador era lucir, además de unos músculos de acero o una gran tripa, unas mallas feas o, en caso de estar gordo, una especie de peto ajustado con un solo tirante (de esta manera una de las tetas fláccidas del combatiente quedaba a la vista). En estos primeros combates siempre sucedía lo mismo, el desconocido ponía en jaque a uno de los favoritos y al final recibía una paliza tremenda que provocaba que quedase grogui sobre la lona. Después llegaban las parejas, gente como los sacamantecas o los hermanos roqueros (no recuerdo el nombre) se zurraban con unos pobres diablos a los que dejaban para el arrastre. En estos últimos combates la espectacularidad era tremenda, ya que los luchadores tenían ensayadas bellas coreografías con sus compañeros que terminaban con increíbles vuelos y golpetazos.
Mención aparte merecen los combates finales, aquí era donde se cortaba todo el bacalao. Gente como Hulk Hogan, Mr. Perfecto, El Enterrador o El Último Guerrero solían jugarse un título mundial que casi todas las semanas cambiaba de manos. Este era el enfrentamiento más largo, primero iba ganando uno, después el otro y, por supuesto, se reservaba una sorpresa para el final. Ésta solía consistir en un árbitro noqueado, la ayuda de algún combatiente que pasaba por ahí, el golpeo con algún objeto externo al ring, etcétera. Parte importante de estos eventos eran las particularidades de cada luchador: al Último Guerrero le daba el baile de San Vito y no sentía los golpes; Hulk Hogan sufría supercabreos y rompía su camiseta junto con el careto del contrario; El Último Enterrador resucitaba como un zombi después de recibir los golpes suficientes como para quedarse en coma. Cada uno tenía sus armas que utilizaba en el mejor momento y todos los niños de España esperábamos ese instante.
Por supuesto un buen día esto dejo de interesarme, supongo que después de descubrir que era totalmente falso.
Desde el recuerdo todo pintaba mejor, pero en los últimos tiempos ha saltado la noticia de varias muertes debido al abuso de drogas, esteroides y hormonas en este singular espectáculo. Ataques cardiacos, insuficiencias renales y demás problemas derivados del abuso de estas sustancias han provocado una verdadera epidemia de muertes en el mundo del Wrestling. Y lo peor de todo, resulta que el Último Guerrero ahora se ha afiliado a la extrema derecha y va por la América profunda dando charlas y conferencias de calado político. Definitivamente el mundo no es como lo veíamos por la tele, los pilares que sustentaron nuestra infancia no son más que una parafernalia endeble que se derrumba al mínimo movimiento. Una lástima, era todo más sencillo cuando éramos niños.
Nacho Valdés (dedicado al Comandante. ¡Ánimo!)
La historia personal de nuestra generación, supone la destrucción de la mitología que la televisión crea desde el momento en el que nacemos. Parece un juego en el que el cometido es ir descubriendo qué es falso y qué es verdadero. En la mayoría de los casos la gente es capaz de discernir la verdad de la ficción, aunque en otros no se da esta opción. Como mi abuela, que un día me preguntaba, al ver una película, si la paliza que le estaban dando a un tipo era de verdad o de mentira. Yo ya estaba crecidito y después de vacilar un poco, le confesé que no era más que una especie de baile en el que prácticamente no se tocaban.
Los mismos golpes inverosímiles y tremendas curras se sucedían en el Wrestling o Lucha libre que de pequeño veía en Telecinco. Para un niño de poco más de diez años esto suponía lo más de lo más, y aunque suene un poco gay, era increíble ver como una especie de supergladiadores hipermusculados se ponían la cara como un mapa. Por supuesto, además de creernos la historia, la reproducíamos en el colegio aunque con resultados diferentes a los de la pequeña pantalla. Mientras que a estos tipos se les ponía un poco roja la piel debido a las galletas, nosotros sangrábamos y nos lesionábamos en la más cruel de las arenas; la del colegio.
Parece ser que este espectáculo nació como una especie de deporte ambulante, como una feria en la que además de los prodigios y demostraciones de fuerza se sucedían los combates amañados en los que el secretismo de las exhibiciones era la nota predominante. Todo con la intención de crear una especie de aura de misterio alrededor de los luchadores. Con el tiempo, y ante la expectación que levantaban, comenzaron a profesionalizarse y a llenar estadios en los que el americanito medio podía desfogar sus impulsos. Por supuesto dio el salto a la televisión y, con el tiempo, a España. Aquí los niños de mi época fuimos testigos los sábados por la mañana, después de Humor Amarillo (una maravilla), de cómo unos tipos totalmente deformes de levantar mancuernas daban grandes saltos y se zurraban la badana cosa mala.
Recuerdo las discusiones con mi padre en las que el tema principal era la verdad o falsedad del espectáculo, por supuesto mi hermano y yo defendíamos la veracidad de los hechos y creíamos a pies juntillas en los hitos de nuestros héroes.
La dinámica era muy sencilla y atractiva para un niño. Después de desayunar, mientras los padres descansaban un poco más y se desperezaban, nos acercábamos al televisor y sintonizábamos en busca de la ración de hostias del fin de semana. Comenzaba el tema con el anuncio de algún combate de alto voltaje para el que había que esperar todo el programa, antes había que ver los de bajo nivel y los de parejas.
Los dos primeros combates solían enfrentar a un luchador de primera fila, es decir cachas y conocido, con un desconocido gordito y feito. Requisito para hacerse luchador era lucir, además de unos músculos de acero o una gran tripa, unas mallas feas o, en caso de estar gordo, una especie de peto ajustado con un solo tirante (de esta manera una de las tetas fláccidas del combatiente quedaba a la vista). En estos primeros combates siempre sucedía lo mismo, el desconocido ponía en jaque a uno de los favoritos y al final recibía una paliza tremenda que provocaba que quedase grogui sobre la lona. Después llegaban las parejas, gente como los sacamantecas o los hermanos roqueros (no recuerdo el nombre) se zurraban con unos pobres diablos a los que dejaban para el arrastre. En estos últimos combates la espectacularidad era tremenda, ya que los luchadores tenían ensayadas bellas coreografías con sus compañeros que terminaban con increíbles vuelos y golpetazos.
Mención aparte merecen los combates finales, aquí era donde se cortaba todo el bacalao. Gente como Hulk Hogan, Mr. Perfecto, El Enterrador o El Último Guerrero solían jugarse un título mundial que casi todas las semanas cambiaba de manos. Este era el enfrentamiento más largo, primero iba ganando uno, después el otro y, por supuesto, se reservaba una sorpresa para el final. Ésta solía consistir en un árbitro noqueado, la ayuda de algún combatiente que pasaba por ahí, el golpeo con algún objeto externo al ring, etcétera. Parte importante de estos eventos eran las particularidades de cada luchador: al Último Guerrero le daba el baile de San Vito y no sentía los golpes; Hulk Hogan sufría supercabreos y rompía su camiseta junto con el careto del contrario; El Último Enterrador resucitaba como un zombi después de recibir los golpes suficientes como para quedarse en coma. Cada uno tenía sus armas que utilizaba en el mejor momento y todos los niños de España esperábamos ese instante.
Por supuesto un buen día esto dejo de interesarme, supongo que después de descubrir que era totalmente falso.
Desde el recuerdo todo pintaba mejor, pero en los últimos tiempos ha saltado la noticia de varias muertes debido al abuso de drogas, esteroides y hormonas en este singular espectáculo. Ataques cardiacos, insuficiencias renales y demás problemas derivados del abuso de estas sustancias han provocado una verdadera epidemia de muertes en el mundo del Wrestling. Y lo peor de todo, resulta que el Último Guerrero ahora se ha afiliado a la extrema derecha y va por la América profunda dando charlas y conferencias de calado político. Definitivamente el mundo no es como lo veíamos por la tele, los pilares que sustentaron nuestra infancia no son más que una parafernalia endeble que se derrumba al mínimo movimiento. Una lástima, era todo más sencillo cuando éramos niños.
Nacho Valdés (dedicado al Comandante. ¡Ánimo!)
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