Visito a Soledad tres veces por semana. Durante un tiempo aprendí a vivir sin ella, sin su medicina vital ni sus cuidados.
Pero llegó el día en que perdí la voz y las ganas de seguir hacia delante. En algún punto del mapa de mi alma, el barco que navegaba se hundió y no hubo supervivientes en el naufragio. Así fue como regresé a su cama fría y a sus manos muertas. Así fue como me encadené, una vez más, a las lágrimas de cristal de su triste alegría, a los palos de ciego del vagabundo, a la suerte errante del pistolero de las afueras.
Ella limpia mis heridas y me devuelve al mundo listo para ser de nuevo tumbado, noqueado y aplastado por la vida moderna.
No puedo vivir sin ella, ni tampoco sin Esperanza, Victoria, Dolores y todas las chicas de
Hoy brindo por lo poco que me queda del ser humano.
5 comentarios:
Ya echaba de menos estas dosis de literatura comprimida. Enhorabuena Sergio, como siempre rayando a gran altura.
Había perdido el ritmo. Espero estas fiestas recuperarlo del todo.
Cierto, empezaban a echarse de menos estas pequeñas dosis de Nueva York. Un nuevo éxito sin duda alguna.
Así me gusta, que sigas con tus historias de las que me declaro fan.
sigo sorprendida con esta sección...me gusta...tiene un toque especial...no es suficiente con leerla una vez, necesitas volverla a leer...Sí, te volveré a leer...muak!
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