Paciencia
Vázquez se encendía un cigarrillo tras otro mientras el otro
hombre estudiaba la caja fuerte, ninguno
de los dos hizo caso del cadáver cubierto con el chaquetón. Al rato, el recién
llegado rebuscó en la caja de herramientas y sacó un pequeño taladro con el que
ni siquiera arañó el metal.
-
Esto va a ser más complicado de lo que parecía,
necesito ir a por el soplete.
Como única contestación recibió un gruñido por parte del
policía que intentó, en cuanto el otro salió de la habitación, volver a
contactar con Eva. En esa ocasión saltó el buzón de voz y, después de escuchar
el pitido que le invitaba a hablar, se le hizo un nudo en la garganta que evitó
que pronunciase ni una sola palabra. Una lágrima asomó a sus ojos pero se la
enjuagó rápidamente, era consciente de que no podía dejarse llevar por
sentimentalismos en el momento en el que se encontraba. Para matar el rato
decidió rebuscar entre los documentos del fallecido pero no encontró nada que
resultase llamativo, era evidente que hasta su muerte había sido un tipo
prudente. En ese instante llegó el operario con la herramienta, saltaba a la
vista que se conocían desde hacía tiempo y se acercó hasta el policía mientras
sacaba un par de cigarrillos de la cajetilla.
-
No sabía que habías vuelto a fumar –dijo
ofreciendo un pitillo-. Yo, ya ves, nunca he sido capaz ni de intentarlo.
-
Es ridículo que a estas alturas de la película
me preocupe de esta gilipollez, ¿no te parece? –Repuso con acritud el
detective.
-
En eso tienes razón, esto sí que no me lo
esperaba.
-
Yo tampoco –le espetó el policía.
-
Supongo que el que sí que no se lo esperaba era
él –dijo el trabajador mientras señalaba con el mentón el cuerpo inerte.
-
Hay gente que no sabe dónde se mete…
-
De estos he visto unos cuantos, se creen muy
listos. ¿No es así?
-
No sé de qué me hablas, solo sé que este tío
seguro que se merecía esto y más.
-
Tú sabrás, no sabía que ahora también eras juez
–Vázquez le devolvió una mirada agresiva-. No me mires así, si hay una persona
de la que no esperaba algo así ese eres tú.
-
Sorpresas te da la vida –respondió el otro
exhalando el humo de la última calada-. ¿No deberías estar trabajando?
-
Ahora mismo me pongo, no te preocupes que aquí
tenemos para largo. ¿Qué pasa? ¿Es que no puedo hablar con un viejo conocido?
–La expresión del agente se relajó.
-
Hace tiempo que no nos vemos, eso es verdad.
-
Desde la última vez que me detuviste –ambos
rieron con ganas.
-
Supongo que seguirás liado en tus asuntos.
-
Bueno, en esta ocasión debo decir que lo mío es
una tontería al lado de lo que tú te traes entre manos. Has cambiado, de eso no
hay duda –dijo el trabajador escudriñando la expresión ojerosa y la cara
demacrada y mal afeitada del policía.
-
En eso te doy la razón, he cambiado. Anda
–siguió con tono amistoso-, ponte a trabajar mientras te hago un café.
-
Si puede ser con un chorrito mejor –repuso con
una sonrisa.
-
Algo tendrá este capullo por aquí.
El detective Vázquez se dio la vuelta y comenzó a rebuscar
en los armarios y archivadores del fallecido, al momento dio con lo que buscaba
y echó un poco de güisqui en los cafés que estaba sirviendo. El soplete comenzó
a funcionar y llenó el espacio con el sonido sordo, como de reactor, que
producía y del olor incómodo que exhalaba el metal. El policía bajó la persiana
para que no se distinguiesen los destellos desde el exterior y puso un par de
licores en las tazas que acababan de utilizar, con una sonrisa acercó una a su
conocido que apartó la llama para dar un sorbo y meterse de nuevo en la faena
que tenía por delante; en el exterior comenzaba a anochecer.
Nacho Valdés
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