Carpetas de recuerdos
Después de atravesar una puerta en la que había que pasar
una tarjeta de identificación, entramos en una zona de la clínica totalmente
ajena y diferenciada al lugar donde se encontraba el pintor y los pasillos
blancos e inmaculados. Se trataba de una zona distinguida y algo ostentosa en
la que no parecía haber nadie, únicamente el rumor lejano de una conversación
parecía indicar que era un lugar habitado. El gorila sin carácter nos seguía a
poca distancia, movía su cuerpo gigante impulsado por una actividad neurológica
que, a tenor de su expresión, parecía estar a punto de desfallecer y dejarlo en
estado catatónico. El presunto médico me dirigía con rapidez sin darme tiempo a
que escudriñase el lugar que tanta curiosidad me despertaba, avanzaba por un
corredor jalonado por cuadros clásicos y recubierto de madera noble mientras yo
a duras penas le seguía. El ambiente, si tuviese que describirlo de manera
espontánea, me recordaba al de un viejo club de caballeros inglés; todavía
mantenía cierta alcurnia pero se veía en un vistazo que había conocido tiempos
mejores.
Por fin llegamos al despacho del doctor, el interior se
mantenía acorde con el exterior y salvo
algún detalle y un par de fotos familiares, estaba todo cargado por el ambiente
rancio y caduco del que había sido testigo. Me invitó a sentarme en una de sus
butacas de piel y me preguntó si quería beber algo, el celador se quedó al otro
lado de la puerta a la espera de cualquier orden que pudiese recibir. Accedí a
la bebida, a esas alturas ya tenía claro que mi mente funcionaba mejor si la
engrasaba con alguna sustancia ajena. El tipo río con discreción y me explicó
que no hay nada mejor que la moderación para superar las adicciones, más tarde
caería en la cuenta de que no hacía tanto había pagado a esa organización para
desintoxicarme y en ese instante me ofrecían alcohol para mantener una reunión.
Definitivamente la situación resultaba cuando menos curiosa y chocante.
Cuando nos acomodamos, tras dar un par de tragos, me espetó
directamente sobre mi presencia en el edificio de la clínica y el porqué de mi
presencia entre los internos a su cargo. Le expliqué todo lo que me había
sucedido, que había perdido mi creatividad desde el mismo momento en el que había
salido al exterior y que había sido incapaz de reponerme a esa pérdida pues yo
trabajaba a base de imaginación. Me comentó que era un problema usual entre los
que seguían la cura, que no debía preocuparme pues volvería a la normalidad
cuando superase el período de adaptación al que mi cuerpo debía someterse para
conseguir la rehabilitación absoluta. Le contesté que no terminaba de creerle,
que había visto los dispositivos, aparatos, la luminosidad acompañada de esa
sintonía cíclica y, sobre todo, que había sido testigo de cómo al pobre pintor
desfallecido le habían entresacado de la mente imágenes que parecían
pertenecerle. Dejó claro que había sido testigo de la parte más dura del método
con el que trabajaban y que no debía dejarme llevar por mis impresiones; aún
con todo, reconoció que existía una parte residual de la mente de los pacientes
que era almacenada en discos duros junto con los impulsos drogodependientes que
conseguían disipar. Quedé petrificado, le interrogué acerca de esa manera de
curar y de si era posible que dejasen a los pacientes sin parte de sus
recuerdos para lograr curarles de sus debilidades. Me respondió que así era,
que se trataba del precio que había que pagar por conseguir la redención total
cuando se trataba con alguien con fuertes tendencias tóxicas. Me levanté como
un resorte y apuntando a su cara con mi dedo acusador le exigí, a voz en grito,
que me devolviese lo que me habían sustraído pues tenía claro que en mi caso me
habían dejado seco de nuevas ideas. El hombre, sin inmutarse, me pidió calma y
después de encender el ordenador y meter en el puerto USB una pequeña memoria
me dio el dispositivo aparentemente cargado con toda mi inventiva perdida.
Sonreí satisfecho y salí dándole la espalda, no quería perder más tiempo entre
esa gente desalmada que probablemente mercadeaba con novelas no escritas,
cuadros no pintados y películas no dirigidas. Cuando llegué a casa me tomé otra
copa y dejé la memoria en un cajón de mi mesita de noche, nunca me he acercado
a ella.
Nacho Valdés
1 comentario:
Están claras las ventajas de la tecnología moderna. Antes para hacer eso mismo, había que grabar 40 ó 50 diskettes...
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