lunes, octubre 14, 2013

En el ángulo muerto Vol. 203



 


Huida hacia adelante

La especie de celador que taponaba la salida era gigantesco, a mi lado parecía una montaña frente a un guijarro y, para ser sincero, nunca había destacado por mi condición física. Lo mío, desde bien pequeño, había sido el ámbito intelectual por lo que siempre había sido relegado a aquellas actividades que no requiriesen pericia o disposición atlética. Por lo tanto, y  a la vista de la considerable diferencia de tamaño, consideré que sería mejor esperar a ver qué hacía el individuo antes que lanzarme contra él o cualquier otra locura de las que se me pasaban por la cabeza. El problema es que no hacía nada, simplemente era un tapón, entre mi persona y la salida más cercana, que miraba con ojos ausentes. Me recordaba terriblemente a las señoritas que me habían atendido en la recepción, ambas de actitud solemne y pétrea. Estaba claro que algo no iba bien en aquel extraño lugar.
Me moví hacia la izquierda de manera casi imperceptible, el hombre no pareció reparar en ello por lo que, con un poco más de determinación, me acerqué hacía él con intención de sortearle y salir por un pequeño hueco que dejaba su corpachón.  De manera evidente desplazó su peso hacia ese lado dejando claro que no iba a dejarme salir por las buenas pero, como  me veía obligado a intentarlo, seguí caminando en dirección a la escapatoria que se me antojaba más sencilla. Cuando estuve lo suficientemente cerca me empujó con su mano hacia atrás, fue algo en lo que no  imprimió demasiada violencia, solo respondió con la misma intensidad con la que yo había intentado esquivar su presencia. Algo así como la mecánica clásica de Newton que indicaba que toda acción tiene una reacción contraria en sentido inverso y de la misma intensidad. De alguna manera, aunque no pronunció palabra, me dejó claro que respondería a mis intentos de fuga con la misma energía con la que yo me emplease y, como tenía claro que no había nada que hacer, me senté en la cama junto al tipo desfallecido.
Así pasamos un tiempo que a mí me resultó tremendo, uno mirando hacía no sé dónde y yo sentado a la espera de que se despistase o dejase un resquicio por donde pudiese escabullirme. Sin embargo, por extraño que pareciese, mi carcelero no parecía tener ninguna necesidad física o debilidad que me permitiese sustraerme de su vigilancia. Cuando ya parecía que nunca iba a poder salir de ese cuarto resplandeciente y aséptico, escuché unos pasos que se aproximaban. Apareció un hombre vestido con bata blanca que, después de susurrar unas palabras al oído del otro, pasó al interior. El celador, por su parte, se quedó en el pasillo como un animal de granja con la mirada fija en algún punto lejano del infinito. El que acababa de llegar no tenía la misma expresión y, desde un primer momento, dejó claro que era perfectamente consciente de sus actos.  Yo era incrédulo ante lo que estaba sucediendo, no podía creerme en lo que me había visto envuelto de manera increíble y seguía a la expectativa. El recién llegado se plantó frente al dispositivo que había desconectado y, con movimientos precisos, volvió a encender la maquinaría y la música infernal que había anegado mi mente. Después, con una calma y cuajo que me sorprendió enormemente, se dirigió a mí y me preguntó qué hacía en esa habitación. Le respondí que estaba la búsqueda de respuestas y que me había sorprendido enormemente lo que me había encontrado, me respondió con calma e indicándome que había penetrado en propiedad privada y que dependiendo de a dónde nos condujese la conversación llamaría a la policía. Le hice ver que era un cliente de la casa, que yo también había sido sometido al extraño proceso de desintoxicación que parecía utilizar en su clínica. En cuanto escuchó mis últimas palabras cambió repentinamente de actitud, se mostró sereno y amable y después de ajustar el aparato del pintor me indicó que le siguiese a su despacho donde terminaríamos de aclarar la situación.
De esta manera, tomamos el pasillo refulgente y me dejé guiar hacia la zona donde se encontraban los despachos. A pocos pasos, siguiéndonos de cerca, estaba el celador de mirada perdida que me había mantenido cautivo en la habitación.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Todos los servicios de reclamaciones son iguales...