lunes, septiembre 30, 2013

En el ángulo muerto Vol. 201



Pasillos

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Salí a la calle y me quedé unos instantes pensativo, la imagen de la muchacha observando el vacío se me quedó grabada y me convenció para volver a entrar. La mujer no alteró su expresión, simplemente me siguió con la mirada mientras me acercaba a paso decidido hasta su posición. Con su artificial sonrisa quedó a la espera de que le dijese algo, simplemente le expliqué que volvería a la sala de espera para comprobar si llegaba alguno de los responsables de la clínica. No pareció importarle demasiado, escribió algo en un folio y siguió mirando al frente como si yo no existiese.
Puesto que no parecía reparar en mí, en lugar de volver a la butaca en la que había perdido una noche completa, seguí hacia la zona privada de los clientes. La puerta de acceso estaba cerrada, pegué mi oreja y no fui capaz de escuchar nada al otro lado. Empujé con determinación y comprobé que sería posible entrar por lo que arremetí con mi hombro y abrí de par en par, se produjo un pequeño estrépito que se me antojó exagerado por lo silencioso y aislado del lugar. Volví a cerrar después de entrar, hice todo con movimientos precisos y calculados pues por algún extraño motivo me sentía desprotegido y expuesto en ese espacio aséptico. Me encontré frente a un corredor enorme que giraba al final y que evitaba que se comprobase dónde terminaba, los pasos, como en mi sueño, se amortiguaban por el suelo mullido por donde caminaba. No sabría decir con seguridad de qué material estaba hecho pero estaba claro que era algo sintético y que, debido a su configuración, absorbía el sonido. Me pareció adecuado para la situación en la que me encontraba. Como en mis ensoñaciones, la luz era resplandeciente y provenía del techo rebotando en las paredes y puertas blancas que se repartían a ambos lados.
Probé con la primera puerta que me encontré y no fui capaz de moverla, estaba cerrada y resultaba bastante más sólida que la que había dejado atrás. Del otro lado no se escuchaba nada, si acaso un ligero rumor que no llegaba a identificar con nada definido. Seguí caminando en silencio y cubierto por el sudor que me estaba produciendo la tensión, no tenía ni idea de qué sería lo que podía encontrarme pero no me resultaba nada halagüeño. Todas las entradas parecían clausuradas, ninguna de ellas daba acceso a ningún lugar y ya estaba a punto de darme la vuelta cuando escuché el sonido del hilo musical que había aparecido en mi mente la noche anterior. Doble el recodo del pasillo y comprobé que sonaba con más fuerza; no había duda, se trataba de la misma sintonía repetitiva que se había incrustado en mi cabeza. Al doblar la esquina el paisaje era similar al que había dejado atrás con la salvedad de que la música estaba a cada instante más presente, al fondo una de las puertas parecía estar entreabierta y desde ella provenía una luminosidad todavía más potente que la del pasadizo que estaba recorriendo.
Presa de la ansiedad apresuré mi ritmo para llegar hasta esa entrada, mis manos temblaban y dudaba entre darme la vuelta y desaparecer o satisfacer mi curiosidad y descubrir qué era lo que sucedía en ese extraño lugar. Terminó por decidirme la creatividad que había perdido por el camino, a esas alturas ya tenía más que claro que lo que podía haberme sucedido estaba relacionado con ese maldito sitio. Cogí el tirador y moví el portón con lentitud y determinación, quería descubrir qué se escondía tras lo que parecía ser la apariencia de una clínica.
Lo primero que me llamó la atención fue el volumen brutal al que se encontraba la música que me atormentaba, el interior debía estar insonorizado pues casi no se percibía desde fuera. Por otro lado, la luz resultaba tan potente que después de entrar y entornar la puerta, tuve que cerrar los ojos unos segundos para conseguir habituarme a ese fulgor intenso que parecía penetrar hasta todos los rincones. Cuando fui capaz de volver mi vista la sorpresa de lo que tenía delante me dejó petrificado.
Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Las salas de espera de los médicos siempre han sido inquietantes...