Muerto en vida
Todo el pueblo hubiese garantizado que al alba la villa
amanecería con un vecino menos. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Domenico
hizo el recorrido habitual para abrir su tienda sin que nadie le descerrajase
un disparo. Su mujer había intentado que se quedase en casa, que huyesen juntos
y llegó a arrancarse los cabellos y llorar desconsolada para lograr que su
marido no se enfrentase a su destino. El
carnicero no atendió a razones, simplemente salió por la puerta después
de besar a su esposa como hacía todas las mañanas. La gente que le vio andando
con esa apariencia tranquila y reposada llegó a considerar que había perdido el
juicio.
Pasó todo el día solo, nadie se acercó a su negocio, ni sus
amigos más íntimos reunieron el valor suficiente para visitarle. Sus familiares
cercanos no se dignaron a dirigirle unas palabras de aliento, el miedo
sobrevolaba la zona y había provocado la más terrible de las incomunicaciones.
Domenico sabía que eso sucedería, no contaba con nadie por lo que tampoco se
alteró demasiado con lo que le estaba sucediendo, parecía resignado a su final.
Aún así, consideró seguir con su rutina y tras acabar con su interminable
jornada en soledad, se acercó a la cantina en la que siempre recalaba a tomar
un vino para hablar con sus convecinos. Al atravesar la puerta se hizo el
silencio, nadie quiso conversar con él pero se tomó su bebida tranquilamente en
una esquina de la barra mientras clavaba su mirada en los presentes. Había
despertado la vergüenza entre los suyos, había conseguido provocar que bajasen
la vista a su paso pues la superioridad moral de la que hacía gala resultaba
intimidante para las personas mediocres paralizadas por el terror. Se fue sin
despedirse, simplemente se detuvo bajo el umbral un segundo para volver a
recorrer el local con aire melancólico. Cuando desapareció camino de su casa
escuchó el chirriar oxidado del cierre metálico de la taberna.
Giordano también había salido esa madrugada armado con una
escopeta de caza a la que le había recortado los cañones, el dolor de la mano
le impedía apuntar y había decidido acabar con Domenico. No había otra salida
que vengar la sangre con más sangre, era algo a lo que le obligaba el primitivo
honor que imperaba en la región. Había salido temprano, cuando sabía que
el otro iba a trabajar, le interceptaría
en la plaza para que sirviese de escarmiento al resto de vecinos que quizás pensasen
que un simple carnicero era capaz de atemorizarle con un cuchillo mohoso.
Estaba escondido tras una de las columnas, cuando pasase Domenico descargaría
los dos cañones para garantizar el tiro y, si el otro sobrevivía, terminaría
con la navaja el trabajo. Llegó a su encuentro Cesare, otro de los trabajadores
de Tommaso, a Giordano no le gustó verle tan temprano en el lugar en el que
quería acabar con la vida del que le había mutilado. No se anduvo por las ramas
y le dijo sin rodeos que Tommaso no autorizaba el asesinato de Domenico y, de
hecho, le llamaba a su presencia para
que le explicase los motivos que le habían llevado a tomarse la justicia por su
mano sin consultarle. Giordano hubiese deseado descargar su arma contra su
compañero en ese mismo instante pero se contuvo, apretó con fuerza la mandíbula
y bajó la escopeta.
Giordano sabía dónde dirigirse después de que el otro
desapareciese de manera tan sigilosa como había aparecido, Tommaso le esperaba
en la terraza de su villa disfrutando de la salida del sol y de un café recién
hecho que desprendía su aroma desde la lejanía. El sicario no sabía qué esperar
de esa reunión, era conocedor de que su suerte podría cambiar en un instante
pero se enfrentó decidido a su destino. Sin embargo, lejos de lo que esperaba,
el viejo patriarca fue condescendiente con él e incluso le invitó a tomar café
a su lado mientras la explicaba la confianza que tenía en su persona y lo mucho
que esperaba para el futuro con su colaboración. Lo único que le pidió fue
paciencia, que dejase que la situación arrastrase a Domenico hasta ellos. Por
último, tras posar su mano en su hombro con un deje paternalista, le pidió que
descansase y que diese espacio para que la venganza se concretase, solo necesitaban
esperar.
Nacho Valdés
1 comentario:
Sangre, odio, venganza... y un poco de suspense.
No está mal.
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