lunes, febrero 11, 2013

En el ángulo muerto Vol. 179



Normalidad


Por la mañana, a pesar de haberme acostado tarde, me levanté temprano como suelo hacer de manera habitual. Finalmente, después contactar con mis compañeros de la red, conseguí dejar de lado el extraño día que había experimentado y del que a final de la jornada llegué incluso a dudar. De lo que no había ninguna duda era de las manchas en mi ropa, los moratones en mis piernas y el espeluznante recuerdo que me hacía estremecerme cada vez que me venía a la cabeza la amarga sensación de sentirme observado por un multitud pues, más allá de cualquier consideración, fue esa vigilancia lo que me sometió a una mayor presión.
Sin embargo, de alguna manera algo cambió en mí tras la jornada aciaga que había tenido que remontar. De hecho, reuní valor suficiente como para contactar en un chat privado con Princesa élfica para declararle mi amor incondicional y mis ganas de vernos tras terminar mi jornada laboral.  Debió ser por mi recién conquistado aplomo pero no fue capaz de negarse a la oferta y conseguí cerrar la cita antes de irme a dormir. Sin apagar la luz me asomé por la ventana y mi calle aparentó tranquilidad, la multitud que se había agolpado en mi portal parecía haber desaparecido y no se veía ni un alma. Eso me tranquilizó un poco a pesar de estar un tanto nervioso por el encuentro que tendría al día siguiente. No sé el porqué pero, independientemente de todo lo que había pasado, logré conciliar el sueño con rapidez.
El despertador sonó de madrugada, me desperecé y después de desayunar y asearme salí al trabajo. Tomé la precaución de mirar a la calle antes de salir al exterior, todo parecía tranquilo y enfilé el camino hacia el metro embozado en mi abrigo para evitar  miradas indiscretas que pudiesen despertar la fiebre del día anterior. Íbamos yo y mi música, solo escuchaba las apacibles baladas de Kiss Fm que me recordaban que por fin había sido capaz de hablar con Princesa élfica. Como era normal, el metro estaba tranquilo a esas horas, únicamente un vigilante de seguridad apareció al fondo del andén y no pareció reparar en mí. Yo, por si acaso, evite cualquier contacto visual y esa táctica pareció funcionar. Sin embargo, tuve la mala suerte de entrar en un vagón en el que un hombre de mediana edad leía un diario gratuito camino de su jornada laboral. Antes de que pudiese salir ya se habían cerrado las puertas e, independientemente de que me acomodé en el lugar más alejado del individuo, el tipo levantó la vista de la prensa y se quedó inmediatamente prendado de mí. Fue inmediato, perdió su expresividad, dejó lo que estaba haciendo y se acercó hacia mí con paso lento pero decidido. Como no podía ir a ningún lado me quedé estático esperando a ver qué sucedía y, para mi sorpresa, no sucedió absolutamente nada. El hombre no hizo nada más que quedarse de pie, observarme con detenimiento y evitar caerse con los movimientos del convoy. Cuando llegamos a mi parada, tal y como había sucedido el día anterior, el hombre me siguió a una distancia prudencial sin importunarme aunque sin quitarme la vista de encima.
Pasé la mañana con ese moscardón a mis espaldas, no necesitaba darme la vuelta para saber que estaba ahí pues notaba su presencia cercana a mis espaldas. Me concentré en pasar datos y más datos mientras me imaginaba el encuentro con mi amor, no quería perder tiempo en distracciones superfluas. Al levantarme de mi puesto y darme la vuelta, una multitud había vuelto a reunirse a mi alrededor para fijarse en mí con ojos vacíos. Me daba igual, estaba por encima de la situación y me resultaba incluso repetitiva, hice caso omiso a la aglomeración y me fui decidido al encuentro  con mi ciberamiga. Para cuando llegué al lugar que habíamos acordado, una marabunta me seguía a escasos metros pero, más allá de esa anécdota, me preocupaba cómo se lo tomaría mi cita. Resultó ser una chica de lo más atractiva, por lo menos desde mi punto de vista, además de comprensiva pues ni tan siquiera hizo alusión a todos los mirones que se mantenían vigilantes al otro lado del escaparate de la cafetería en la que compartíamos un helado y hablábamos de juegos de rol. No sé si no trató el asunto por no importunarme o si realmente le daba exactamente igual, el caso es que después de esa tarde que compartimos me fui con la esperanza de no volver a separarme de ella.
 Nacho Valdés

4 comentarios:

Muchacho_Electrico dijo...

PIPI CABALLITO

Sergio dijo...

Que situación más delirante y Kafkiana la del tipo con toda esa gente detrás...

Me ha encantado....

Muchacho_Electrico dijo...

ahhh, vale, lo he vuelto a leer. Por fin se terminó, al final era un rollo "fight club"

raposu dijo...

Al final acabas aconstumbrándote a que todo el mundo quede prendado de ti... es un estado de lo más natural.