Normalidad
Por la mañana, a pesar de haberme acostado tarde, me levanté
temprano como suelo hacer de manera habitual. Finalmente, después contactar con
mis compañeros de la red, conseguí dejar de lado el extraño día que había
experimentado y del que a final de la jornada llegué incluso a dudar. De lo que
no había ninguna duda era de las manchas en mi ropa, los moratones en mis
piernas y el espeluznante recuerdo que me hacía estremecerme cada vez que me
venía a la cabeza la amarga sensación de sentirme observado por un multitud
pues, más allá de cualquier consideración, fue esa vigilancia lo que me sometió
a una mayor presión.
Sin embargo, de alguna manera algo cambió en mí tras la
jornada aciaga que había tenido que remontar. De hecho, reuní valor suficiente
como para contactar en un chat privado con Princesa élfica para declararle mi
amor incondicional y mis ganas de vernos tras terminar mi jornada laboral. Debió ser por mi recién conquistado aplomo
pero no fue capaz de negarse a la oferta y conseguí cerrar la cita antes de
irme a dormir. Sin apagar la luz me asomé por la ventana y mi calle aparentó
tranquilidad, la multitud que se había agolpado en mi portal parecía haber
desaparecido y no se veía ni un alma. Eso me tranquilizó un poco a pesar de
estar un tanto nervioso por el encuentro que tendría al día siguiente. No sé el
porqué pero, independientemente de todo lo que había pasado, logré conciliar el
sueño con rapidez.
El despertador sonó de madrugada, me desperecé y después de
desayunar y asearme salí al trabajo. Tomé la precaución de mirar a la calle
antes de salir al exterior, todo parecía tranquilo y enfilé el camino hacia el
metro embozado en mi abrigo para evitar
miradas indiscretas que pudiesen despertar la fiebre del día anterior.
Íbamos yo y mi música, solo escuchaba las apacibles baladas de Kiss Fm que me
recordaban que por fin había sido capaz de hablar con Princesa élfica. Como era
normal, el metro estaba tranquilo a esas horas, únicamente un vigilante de
seguridad apareció al fondo del andén y no pareció reparar en mí. Yo, por si
acaso, evite cualquier contacto visual y esa táctica pareció funcionar. Sin
embargo, tuve la mala suerte de entrar en un vagón en el que un hombre de
mediana edad leía un diario gratuito camino de su jornada laboral. Antes de que
pudiese salir ya se habían cerrado las puertas e, independientemente de que me
acomodé en el lugar más alejado del individuo, el tipo levantó la vista de la
prensa y se quedó inmediatamente prendado de mí. Fue inmediato, perdió su
expresividad, dejó lo que estaba haciendo y se acercó hacia mí con paso lento
pero decidido. Como no podía ir a ningún lado me quedé estático esperando a ver
qué sucedía y, para mi sorpresa, no sucedió absolutamente nada. El hombre no
hizo nada más que quedarse de pie, observarme con detenimiento y evitar caerse
con los movimientos del convoy. Cuando llegamos a mi parada, tal y como había
sucedido el día anterior, el hombre me siguió a una distancia prudencial sin
importunarme aunque sin quitarme la vista de encima.
Pasé la mañana con ese moscardón a mis espaldas, no
necesitaba darme la vuelta para saber que estaba ahí pues notaba su presencia
cercana a mis espaldas. Me concentré en pasar datos y más datos mientras me
imaginaba el encuentro con mi amor, no quería perder tiempo en distracciones superfluas.
Al levantarme de mi puesto y darme la vuelta, una multitud había vuelto a
reunirse a mi alrededor para fijarse en mí con ojos vacíos. Me daba igual,
estaba por encima de la situación y me resultaba incluso repetitiva, hice caso
omiso a la aglomeración y me fui decidido al encuentro con mi ciberamiga. Para cuando llegué al
lugar que habíamos acordado, una marabunta me seguía a escasos metros pero, más
allá de esa anécdota, me preocupaba cómo se lo tomaría mi cita. Resultó ser una
chica de lo más atractiva, por lo menos desde mi punto de vista, además de
comprensiva pues ni tan siquiera hizo alusión a todos los mirones que se
mantenían vigilantes al otro lado del escaparate de la cafetería en la que compartíamos
un helado y hablábamos de juegos de rol. No sé si no trató el asunto por no
importunarme o si realmente le daba exactamente igual, el caso es que después
de esa tarde que compartimos me fui con la esperanza de no volver a separarme
de ella.
Nacho Valdés
4 comentarios:
PIPI CABALLITO
Que situación más delirante y Kafkiana la del tipo con toda esa gente detrás...
Me ha encantado....
ahhh, vale, lo he vuelto a leer. Por fin se terminó, al final era un rollo "fight club"
Al final acabas aconstumbrándote a que todo el mundo quede prendado de ti... es un estado de lo más natural.
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