Días raros
Llevo años dedicado a la informática. Bueno, más que a la
informática a los videojuegos y a todo lo que eso conlleva. De hecho, desde que
vivo solo es mi único vínculo con la realidad y con la gente y, aunque me
critiquen, debo decir que no hay nada como conectarse en red con mis amigos
mientras echamos una partida cada uno desde su rincón del mundo. Me pongo los
cascos, me siento frente al monitor y así podría pasar semanas mientras nos
matamos unos a otros en la realidad virtual. Algunos ya hemos desarrollado una
sólida amistad aunque, puesto que vivimos en zonas dispares, no nos hayamos
visto en persona y probablemente no nos conozcamos nunca directamente.
Mi vida transcurre tranquila, sin sobresaltos y
prácticamente sin contacto con la humanidad. Solamente me cruzo con la multitud
cuando vuelvo del trabajo o cuando voy a la compra o cosas por el estilo; en
los últimos tiempos he descubierto los placeres de hacer mis pedidos al
supermercado a través de internet, nadie te molesta y el repartidor supone la
única relación que debo mantener. Creo que he llegado a desarrollar algún tipo
de fobia social, supongo que estará diagnosticada y que tendrá nombre pero paso
de ir al psiquiatra o al psicólogo; nunca me ha preocupado el ser un excluido
social puesto que vivo con esa etiqueta desde que iba al instituto. Me da
exactamente igual, yo soy feliz con mis cibercompañeros de juegos y con el
trabajo que conseguí y que me permite dar rienda suelta a mis gustos.
Sin embargo, llevo las últimas horas tremendamente
preocupado. Ya no sé si lo que está sucediendo a mi alrededor es cosa de mi
imaginación o si realmente está sucediendo pero lo que tengo claro es que el
equilibrio que había encontrado se ha roto en mil pedazos y me enfrento a una
situación insólita y horrible para un individuo como yo que detesta el contacto
humano. No sé cómo seré capaz de superarlo o si tendrán que ingresarme en
alguna clínica o algo por el estilo, no tengo valor ni para bajar a la calle y
me encuentro a la espera de que caiga la noche para irme a dormir y esperar que
esta horrible pesadilla termine de una vez. Aún así, será mejor que comience
por el principio pues tengo la impresión de que no se me está entendiendo.
Como todos los días me levanté muy temprano, es algo que
hago desde que era pequeño y no me resulta para nada un engorro. Además, si
trabajo en el primer turno puedo llegar a casa para comer y dedicar la tarde a
mis videojuegos con la cibercomunidad. Pero bueno, esto no viene al caso, la
situación iba embocada al hecho de que la rutina diaria comenzaba a cumplirse y
ya paladeaba las sensaciones que experimentaría después de siete horas
introduciendo datos, códigos y fichas de clientes y demás. Sí, me paso siete
horas frente a un ordenador introduciendo palabras, nombres y direcciones que
para mí no tienen ningún sentido pero que me permiten ganarme el sueldo y vivir
en un pequeño apartamento. En el trabajo soy el mejor, estoy desde las seis de
la mañana hasta la una y me pagan por el número de caracteres que introduzco en
la memoria descontando los errores que se puedan producir. Rara es la ocasión
en la que me equivoco y, puesto que tecleo a toda velocidad, soy capaz de ganar
todas las primas que ofrece la empresa a sus trabajadores por lo que no puedo
quejarme de mi nómina. Por añadidura, puedo utilizar el equipo de la empresa
para descargarme novedades por internet y comunicarme con mis ciberamigos. Los
jefes deben estar contentos, me meto en mi cubículo y no levanto la vista de la
pantalla hasta que salgo por la puerta; el turno en el que estoy me permite no
relacionarme con nadie y, como soy uno de los más veteranos, mi puesto está
alejado del resto de compañeros con los que comparto horario.
Puesto que voy en el metro prácticamente solo, debí
sospechar que algo iba mal cuando una mujer de mediana edad que estaba en el
vagón contiguo no me quitaba la vista de encima. La tipa, que llevaba un libro
en el regazo al que no hacía ni caso, me taladraba a través de las puertas
acristaladas que separaban los vagones del metro. Nunca he sido un héroe y
siempre he tenido dificultades con las mujeres por lo que me acobardé cuando
esas pupilas parecían atravesarme y, puesto que no tenía que esperar más que un
par de paradas, bajé la vista y salí mansamente al andén sin volverme atrás.
Algo en mi interior se despertó en ese instante pero decidí apartar esas
señales que luchaban por hacerse notar, preferí, a pesar de que algo extraño
estaba sucediendo, hacer oídos sordos y largarme a trabajar.
Nacho Valdés