lunes, julio 23, 2012

En el ángulo muerto Vol. 156



Nerviosismo

Me mantenía impertérrito ante el caos que parecía desarrollarse en el departamento de producción. Garrido ya se había levantado de su asiento y esperaba ansioso la llegada del responsable del departamento de sistemas que, como no podía ser de otra manera, llevaba su propio ritmo al margen del resto de personal. Para cuando acudió, Vicente, que así se llamaba el tipo, paladeaba el café de máquina que siempre parecía estar consumiendo. Era maravilloso, tenía una especie de don de la ubicuidad por el que siempre se le podía localizar allí donde hubiese bebida o comida aunque cuando surgía una emergencia tecnológica parecía evaporarse. El sujeto, que siempre llevaba la ropa descuidada y el pelo grasiento como si no se asease con la frecuencia necesaria, apareció por el pasillo central arrastrando los pies. De un vistazo comprobé como Garrido estaba descomponiéndose, cada segundo que pasaba era vital para sus intereses y la clepsidra removía su mecanismo impertérrita.
Para cuando le explicó el problema, Vicente ya estaba perdiendo el tiempo observando a la señorita Vázquez a la que yo había adoctrinado para que volviese a quitarse la chaqueta, su generoso escote llamó la atención inmediata del responsable de las reparaciones. El líder enemigo estaba agotando su paciencia y, aunque siempre solía mostrar una cara amable con la que intentaba maquillar su mezquindad, lo peor de su alma negra parecía querer asomar al exterior. El otro pobre diablo no sabía lo que se le venía encima, estaba dedicándole una sonrisa a mi arma disuasoria que, haciéndose la tonta, sonreía bobaliconamente. Cuando ya hubieron pasado unos minutos Garrido estalló y, aunque con cierta contención, comenzó a increpar al técnico. Éste, sorprendido ante la situación, retrocedió unos pasos y, confundido, dejó el vaso de plástico que llevaba en la mano y se puso a trabajar en uno de los equipos que tenía delante. Acabó por comprobar de manera efectiva que realmente no tenían internet y explicó desganado que probablemente le llevaría un buen rato solucionar el problema. Garrido, enrojecido por la rabia que se le estaba acumulando, comenzó a gritarle a un palmo de la cara dejando claras las posibles consecuencias de su inoperancia. La cosa se ponía interesante y yo disfrutaba del espectáculo. Por último y fuera de todo pronóstico, el otro trabajador empujó con fuerza al líder de producción provocando que éste se golpease contra la mesa que tenía detrás. Durante un instante el tiempo se congeló, toda la planta guardó silencio de manera prácticamente imperceptible y los teclados dejaron de traquetear para, al momento, como si nada hubiese pasado, volver a reanudarse la actividad. Los dos hombres se miraron con odio sincero y cada uno se fue por su lado.
Garrido se reunió con el gabinete de crisis que parecía haber formado, los personajes más influyentes de su sección estaban juntos en un conclave que intentaba buscar soluciones para lo que estaba sucediendo. Tal y como había planeado, el señor Garcia y él se dirigieron a la zona de recepción donde se debían encontrar las secretarias que tenían equipos con acceso a la red. El joven y voluntarioso Antonio había hecho su trabajo y las muchachas, aprovechando la ausencia de la directiva, se había ido a tomar un café y flirtear con mi servicio de inteligencia y disuasión. No pude evitar una sonrisa cuando les vi volver más atribulados que antes, estaban confusos y mientras la lluvia arreciaba en el exterior, en el interior parecía desencadenarse también una tormenta de otras características. Se preguntaban qué hacer y, en un momento dado, Garrido interceptó una de mis miradas y comentó algo al oído del señor García. No sé si sospechaba algo o simplemente me dedicó un vistazo de desprecio, me daba igual yo seguí como si nada. El siguiente paso sería imprimir el material que tenían que sacar de manera imprescindible adelante e intentar mandarlo por el fax. Se trataba de un movimiento arriesgado pero, puesto que la gerencia necesitaba el resultado de su labor, quizás era la única salida que tenían. Eché un vistazo a la zona de reprografía y comprobé como Menéndez sudaba a chorros mientras ocupaba el exiguo espacio con el que contaba la habitación, volví a sonreír imperceptiblemente.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Me ha encantado la frase: "Los dos hombres se miraron con odio sincero..." y la historia en general.

Más mérito aún viendo que sigue a pesar de la ola de vacaciones que nos invade...