Ella murió ayer. Eso fue lo que la voz, al otro lado de la línea telefónica, le susurró sin ningún tipo de delicadeza o paracaídas. Las palabras le sonaron en un primer contacto a jerga extranjera para poco a poco convertirse en una singular y enfermiza marcha fúnebre.
Hacía años que no sabía de ella y eso le hacía suponer que estaba bien. Podría decir que hasta había conseguido delimitar su recuerdo a una pequeña esquina en la parte más oscura de su cerebro. Allí, en esa ínfima versión de él, ella se había olvidado y abandonado. Cuando ella entró en su vida eran días de oro para su juventud y curiosidad. Es verdad que nunca fue lo suficientemente importante como para dirigir la vida de él pero por algún motivo cada cierto tiempo su cara volvía a visitarle.
Aquellas tres palabras suspendidas en el altavoz del teléfono le habían perforado el tórax y abierto las costillas de par en par. Su corazón estaba expuesto como una habitación con vistas a los picos helados de las montañas del norte.
Así que mientras oscurecía movió sus pasos hasta las afueras de la ciudad queriendo dejar atrás esa inesperada noticia . Se dijo así mismo que cuando se apagasen las luces de las ventanas de las casas, el recuerdo de ella y de su muerte haría lo propio y así podría seguir con su vida como lo había hecho hasta hacía unas horas.
Sentado allí, esperando el apagón, puso sus ojos en blanco; sabía que esa era la mejor manera de llegar a uno mismo. Recorrió los tejidos que unían sus recuerdos con sus emociones teniendo claro que el cerebro nunca sufre dolor sin que el corazón lo apremie. Llegó hasta esa esquina oscura donde ella dormía y la invitó a salir. Ella negó con la cabeza haciendo que su largo cabello se pareciese al baile que los estorninos ofrecen a la noche antes de abandonarla. Eso le hizo reir. Se acordó de aquel amigo suyo que estaba loco por ella y que nunca se atrevió a decirle nada y se le borró la sonrisa.
Es mejor que te quedes aquí . El sol no esperará a que acabes de desperezarte. Vuelve a tu nido. Yo me ocuparé de todo dijo él sin fijar sus ojos en nada. Ella no contestó.
Sus pupilas volvieron a la realidad y se fijaron de nuevo en las casas. Las luces de la ciudad seguían prendidas y frente a ellas decidió no volver jamás a mirar más allá de la siguiente esquina que tuviese que doblar.
5 comentarios:
Muy bonito y emotivo, me uno a este recuerdo aunque para mí sea una desconocida.
Enhorabuena por el escrito, me ha gustado mucho y, como siempre, realizado con una enorme carga de sensibilidad.
Abrazos.
Mucha sensibilidad y poco sentido.
Suerte con los examenes.
Un abrazo.
Yo pensaba que el personaje, tras conocer la noticia de la muerte, se embarcaría en una espiral de excesos de drogas y de alcohol.
Demasiado blando para mi.
¿Qué te dije sobre pensar?
Lo trágico es magnético.
Hoy soy más FAN que ayer
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