lunes, febrero 20, 2012

En el ángulo muerto Vol. 135



Retorno

Recorrió el camino de vuelta a casa pensativo y meditabundo, Rafael había quedado hondamente impresionado por lo el encuentro que había tenido instantes antes. Si bien la ida había sido una carrera contra-reloj en busca de la copia de Hemingway, el retorno se había convertido en una especie de cuesta arriba que se volvía más inclinada cuanto más cerca se encontraba de su portal. Algo le conectaba con el tipo con el que había entablado contacto y no sabía de qué se trataba exactamente. Evidentemente, les unía una pasión por la lectura que se podía considerar desmedida, inclinación que parecía traerles problemas a ambos. Aunque, en ese sentido, debía reconocer que las complicaciones más graves los tenía el indigente que vivía en la calle. Cuando le sonrió al recoger el libro que el chaval le había tendido le había mostrado unas encías vacías de dientes en las que pervivían unas piezas supervivientes en deplorables condiciones, lejos de provocar su rechazo se sintió agasajado por esa muestra de simpatía que el enorme sujeto había tenido para con él. Tampoco le provocaba ningún rechazo el fuerte olor a ácido úrico que desprendía, ni tampoco sentía miedo de la especie de infravivienda que se había construido a base de libros, volúmenes de todo tipo y revistas. En definitiva, el hombre vivía sumido de forma auténtica en un mundo literario que a Rafael le había resultado increíblemente fascinante.
Durante las semanas siguientes no podía pensar en cualquier otra cosa que no fuese el contribuir a la pasión lectora del tipo del pasadizo. Cada libro que leía, cada periódico que conseguía y cada revista que pasaba por sus manos eran inmediatamente archivadas para llevárselas al hombre que vivía en la calle. Éste respondía siempre con su sonrisa desnuda de dientes y repleta de vanos sanguinolentos, Rafael tampoco pedía más. El simple hecho de acercarse a él y sentir la profunda mirada de sus ojos azules ya le hacía estremecerse, como si entrase de alguna forma en contacto con todo lo que ese hombre había vivido durante su vida. Tal era su dedicación a la causa del aparente Hemingway que comenzó a hurtar libros siempre que podía. Comenzó desvalijando la biblioteca de su instituto pues sabía que pasaría tiempo hasta que se diesen cuenta y, mientras esto sucediese, innumerables clásicos eran arrancados de sus estantes para ser entregados al voraz lector que era el vagabundo. Como no podía ser de otra manera, sus calificaciones y atención en clase disminuyeron aún más de lo habitual. Eso le valió una buena reprimenda en su casa puesto que su madre algo sospechaba aunque sin saber exactamente de qué se trataba. De todas formas, intentó sondear a Rafael mediante un interrogatorio aleatorio y preliminar para ver si éste caía en algún tipo de contradicción que le indicase qué se traía entre manos. Por supuesto Rafael sabía qué intentaba su madre y se mantuvo firme y sin fisuras, pasó la prueba pero recibió el aviso de que andaban tras sus pasos.
Para cuando saltaron las alarmas en la biblioteca de su centro ya había surtido a la reencarnación de Hemingway de decenas de títulos que este parecía devorar como si tal cosa. No tenía claro si lo que le entregaba lo había leído antes o no pero, el caso, es que siempre aceptaba lo que le llevaba y cuando volvía a entrar en contacto con él comprobaba que estaba inserto en su lectura. El refugio que el tipo se construía tomo a tomo parecía crecer a un ritmo desaforado, Rafael tenía claro que sacaba recursos de más lugares y había llegado a hacer una especie de pequeña cabaña hecha de celulosa. Había levantado paredes y un techo que no tenía claro cómo podía soportarse pero que, sin lugar a dudas, ofrecía refugio para una persona voluminosa como la que dormía ahí todas las noches. Por otro lado, el hombre no cesaba de engordar y cada día parecía estar más orondo y feliz. Parecía alimentarse de los relatos, ensayos y reflexiones que caían en sus manos y que sus ojos claros devoraban con tremenda pasión.
Prácticamente sin darse cuenta el curso de Rafael se consumió y él se encontró con varias asignaturas para septiembre, podía haber sido peor pero consiguió a última hora desembarazarse de algunas materias a las que no había prestado ninguna atención durante el curso. Tendría que estudiar en verano y su madre le había apuntado a una academia convencida de su inutilidad, la buena noticia es que seguiría pasando todos los días por el pasadizo de Hemingway.

Nacho Valdés

4 comentarios:

Muchacho_Electrico dijo...

Pasión por la lectura o por un vagabundo de ojos azules...hay que leer entre lineas o es solo mi mente calenturienta.

Anónimo dijo...

Esperaba avanzar un poco en la historia. Habrá que esperar una semana ¿no?

Pues esperaremos.................................


Silvia

Sergio dijo...

A mi me gustó. Siempre es bueno mantener la tensión y en eso mi compañero Valdés está hecho un experto(que es un señor que antes era perto).

En fin, yo sigo aquí a tu vera...

raposu dijo...

Igual me equivoco... ¿pensabas cerrar la historia con este capítulo?... veo algunos síntomas alarmantes.

Tus lectores te dirían que ni de coña...